Cuba: Centro del viaje del Papa a México

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

La Geopolítica se juega siempre por abajo del agua y tiene una importancia mayúscula. Mientras los mexicanos nos distraemos con la visita del Papa Francisco, el jesuita trae su propia agenda y sus intenciones y “jugadas” van más allá de los besos y abrazos que su carisma derrocha con gran candor.

Enrique Peña Nieto debe ser el más feliz de los visitados –con todo y que Francisco vino a vernos a los mexicanos por igual-. Descubrió que su verdadero papel es el de presentador: paseó a su gabinete y les hizo darle la mano a su Santidad por lo menos dos veces, explicó la canción que Televisa le preparó, le mostró a sus cantantes, le platicó hasta por los codos, aprovechando que ambos se explican en el idioma de Cervantes. Para Peña Nieto la visita fue un éxito: sin importar que el papa pida honestidad, revire contra los narcotraficantes y remarque la violencia y la pobreza que vive México, el Presidente de la República salió en las fotos, evadió las críticas con muchas sonrisas y más palabras sueltas de las que se le han visto a lo largo de su sexenio. Al Papa le da igual. Él trae su propia agenda y la cumple a cabalidad.

Por lo pronto, saludó a los pobres, habló con los obispos, bendijo al que se dejó… llegó contento porque venía de Cuba. Y en la isla le fue muy bien. Llevaba desde el 2014 persiguiendo a Kiril el patriarca ortodoxo de Moscú, pues el acercamiento entre ambas iglesias está palomeado entre los “top ten” de su agenda pastoral, junto con la visita a China.

Los ortodoxos y los católicos llevan separados mil años. En 1054, el Papa de Roma y el Patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente y así comenzó lo que se conoce como el gran cisma del cristianismo. A católicos y ortodoxos los divide el lenguaje –el latín para unos, el griego para otros- y poco a poco los han dividido mayores cuestiones de fondo en la teología: los ortodoxos no veneran en los altares a la Virgen María ni la consideran “virgen” aunque le muestran amplio respeto por su maternidad de Jesús: en cuanto a los santos, no existen de ellos figuras “de bulto” para venerar, sino solamente imágenes de algunos en los retablos. La comunión no es del “cuerpo de Cristo” consagrado en el altar, sino una forma de compartir el pan, como lo hizo el propio Jesús en la última cena: no existe como sacramento y al final de las ceremonias litúrgicas niños y ancianos por igual se acercan al presbítero a recoger de sus manos un pedazo de pan que comen alegremente allí mismo o camino a casa. Tal vez la diferencia mayor entre ambas vertientes del catolicismo sea el tema de la Trinidad: el Padre y el Espíritu Santo son centrales e “iguales” para los ortodoxos, para quienes la figura del “hijo del Padre” no alcanza la misma jerarquía.

A pesar de los pesares, la unidad –por lo menos política- entre ambas iglesias, es posible y ha sido siempre el “vellocino de oro” que sueñan con alcanzar los máximos jerarcas que han ocupado esos cargos a lo largo de un milenio en ambas iglesias.

Por eso no es de extrañar la humildad de Francisco en noviembre del 2014 en Estambul, cuando extendió la mano a Kiril, el patriarca ruso y le dijo textualmente “Iré a donde quieras. Llámame y yo voy”.

Se tardó año y medio pero logró el encuentro. El lugar: la isla de Cuba. El tiempo: dos horas completas en que platicaron a fondo. Es cierto que Kiril no es el único de los jerarcas de la Iglesia Ortodoxa mundial, pero sí el de más peso político: su igual es Bartolomé, el patriarca de Constantinopla que reside en Estambul y que tiene a su cargo unos 10 mil fieles, en tanto que Kiril cuenta con 120 millones de creyentes que lo consideran “cabeza” de su iglesia, con sede en Moscú.

Si a números vamos, el papa Francisco es el vencedor: mil doscientos millones de personas en el mundo se declaran católicos y lo consideran el máximo jerarca. Pero no es desdeñable la relación que Kiril tiene con Vladimir Putin, el presidente ruso. Francisco sabe jugar a la geopolítica, sin dudarlo. En este juego, Raúl Castro, presidente de Cuba, tuvo buena parte de los ases en la mano, como lo tuvo Francisco en la reconciliación de Cuba con los Estados Unidos.. Fue Raúl Castro quien invitó al patriarca Kiril a una visita oficial a la Isla, bien calculada para hacerla coincidir con la breve escala de Francisco en su camino a México. Este acercamiento no hubiera sido posible con Juan Pablo II, el polaco, a quien los rusos veían como una amenaza de expansionismo luego de la caída de las barreras del comunismo. Pero para el jesuita Francisco, culto y humilde, las barreras parecen desmoronarse: baste señalar que el patriarca Bartolomé, de Estambul, acudió a la ceremonia del inicio de su papado

El asunto del restablecimiento de relaciones entre las iglesias no está zanjado, en modo alguno. Mucho habrá de escribirse a partir de ahora, pero el punto de quiebre tiene fecha y lugar: el 12 de febrero del 2016 en la Isla de Cuba. Aunque le pese a México.

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