Cuatro extraordinarios pintores… y más
GILDA MONTAÑO
Este es un nuevo año que promete buenaventuras. Las buscaremos en todos lados. La gente va, viene, vive o muere. Nada es eterno, solo el significado que se le da a la vida. Decidí este año reimprimir mi libro Serendipia; De Sol de Polvo y Viento, y la revista: El Tintero de las Musas.
Construir un camino toma más de una vida. En ocasiones, se está cierto de que ya se acerca a la meta y se ve la luz al otro lado del destino. Se sabe que todo lo hecho, tiene que llegar a buen fin.
Como acto de amor, es testimonio permanente el gran esfuerzo de quien inicia un camino que debe tener un único fin: la trascendencia. Competir con los antepasados brillantes, llenos de todos los dones de los dioses, es bien difícil. Pero competir con uno mismo es agotador. Es perfectible todos los días. Es un caminar lleno de soledades, pero de bellezas y voces, que irán llevando de la mano la trascendencia.
Soy lo que soy porque el esfuerzo cotidiano es lo único interesante. Si algo se queda, si algo se escapa, es cosa del amor y sus ventanas. De ese que me manda la luz todos los días y me enciende las promesas de la luna. Que aún en la obscuridad, me hace ver del otro lado del espejo. Al final de mi camino, instantes o siglos…seré recordada por mis actos. Simplemente porque existo soy.
Soy la que soy: precursora de un camino —simplemente distinto—: ni mejor ni peor: eso sí, fuera de todo lo común, porque me aseguro de que éste no quede vacío. Los ideales elaborados alrededor de los valores y virtudes del ser humano, constituyen los más sólidos caminos. Estos no tienen fin y se renuevan todos los días. Quienes construyen hacen que la vida vuelva a inventarse mil veces.
Tengo la idea de hacer un libro que sea la historia de un camino que han iniciado cuatro magníficos pintores mexicanos. Ellos son de Toluca. Es por supuesto de vanguardia, pero su importancia es que tiene varios senderos, y todos llevan al mismo lugar: meta anunciada y vivida; estudiada y entendida; valorada e identificada por un solo objetivo: el amor al Estado de México y a sus habitantes. Y por supuesto, el inmenso talento que tienen.
Los cuatro son de una generación de pintores a los que no se les ha dado el espacio suficiente para que brillen como deben. Son no tan jóvenes, pero nada viejos. Desde que los maestros Nishizawa, Flores y Huerta partieron, hasta la edad de ellos, hay una gran diferencia de años.
Así desde: “El árbol que plantamos, o los magueyes que conocí de niña todo alrededor; o el aire que nos da vida; el astro que da forma y a su eterna acompañante de la noche. O simplemente el perro que cuida la casa y un día tiene que partir. O explicarle a mi hijo quién es Dios y pintar a los ciegos; o ser directora de un museo y ser la compañera del mejor poeta de México y pintar un cuadro al revés, o qué hay o existe del otro lado del espejo. O hacer con monedas, miles de círculos que llenen con figuras extrañas la entrada de un edificio viejo de Toluca, y que lo vea mi padre diario, o hacer pintura desde la imaginación, hasta la creación de un Homero ciego…de lo material a lo divino. Y poner la vida, y ellos con ella, y así todo el tiempo.
Le invitamos a que juntos recorramos las páginas de éste que quiere dejar de ser un simple libro, para convertirse en un eficaz vehículo que lo lleve por la ruta del conocimiento la reflexión y el arte, a sumarse de alguna manera a este camino de voluntades que, a fin de cuentas, usted y nosotros podemos continuar. No sé si podré hacerlo este primer tiempo del año. Ojalá. Pero sí sé que lo tengo mega bosquejado y mega escrito ya en el inconsciente. En la mente y en el alma.
Ellos se llaman Antonio Mañón; Ana Mena; Verónica Consuelo y Rosaana Velasco. Y son extraordinarios.