¿Cuánto cuesta revocar el mandato?
GABRIEL CONTRERAS VELÁZQUEZ
¿Cuántos votos son necesarios para dar por concluido anticipadamente un gobierno? ¿Cuántos compromisos se deben aglutinar con ese mismo objetivo? ¿Cuántas estructuras se deben alinear en esa ruta? ¿Qué dinámica de exigencias, en la nueva conformación política, se debe satisfacer para dar paso a que el voto duro empuje a la clausura temprana de una administración?
O bien ¿cuál es el costo de mantener aceitadas las mismas estructuras de voto duro para inclinar la balanza a la negativa de revocación? ¿Qué tan interiorizadas deben permanecer las lealtades de quienes sostienen con alfileres el gobierno? ¿Cuán hermética y sometida debe de permanecer la clase gobernante para mantener el poder?
Ninguna de estas preguntas es puesta a debate en la pantomima que la partidocracia ha tendido en torno a la figura de la revocación de mandato en Zacatecas. Algunos medios de comunicación, inmersos en la inercia de los discursos, han mostrado sus militancias antes que la obligación de ir a fondo en la pluralidad de expresiones tanto a favor como en contra de esta figura atípica.
Es un despropósito (patrocinado por sus subjetividades), por ejemplo, que quienes ahora ponen en duda las condiciones en que se desarrollaría una próxima elección concurrente sin recursos públicos, privilegiando el dinero en manos del interés particular, no se atrevan a dudar de una “herramienta” electoral que lo único que le aporta a la democracia mexicana, llena de contrasentidos, es inestabilidad.
La revocación de mandato, para el gobierno de cualquier color y siglas, abre una puerta a un precoz reordenamiento de fuerzas que, dentro de un contexto donde la partidocracia pone las reglas del juego en las urnas, favorecerá las condiciones ideales para que los grupos de poder alimenten la premisa de obtener el poder por el poder mismo. Pragmatismo puro.
Hace unos días el contador Tello se decidió por denotar esta peculiaridad. Y no carece de sentido si recordamos que tenemos hoy democracias latinoamericanas barruntadas con la herencia autoritaria de aquellos regímenes donde el poder absoluto retardó la gestación de una ciudadanía organizada. ¿El resultado? Una sociedad, en el caso mexicano, que desconfía, aborrece y cada día tolera menos a los partidos, pero no logra coincidir en una agenda plural para romper el cerco de esa partidocracia a la que tanta aversión le tiene.
Es la primera vez que a Alejandro Tello se le ve propio en su discurso y en su faceta de ciudadano (menos políticamente correcto, pero acertado), después de haber tropezado en el mismo tema, meses atrás, con disgusto hacia los responsables de informar a la sociedad.
Claro que la revocación de mandato será el instrumento para que el “otro grupo que no ganó la voluntad popular” pueda “destituir desde el primer momento” a su adversario en el poder. Quien no logre vislumbrar un escenario evidentemente factible, estará privilegiando la demagogia.
¿Qué tendrán que decir los partidos al respecto? Ellos son los que tienen la llave para, en caso de instituir esa figura electoral, sus estructuras de voto tengan una ventana de oportunidad hacia el reacomodo de los intereses establecidos y se decanten por la ratificación o la destitución.
¿Qué aporte han ofrecido los académicos hasta ahora? Rodolfo Zamora, el gurú de los medios de comunicación quien tiene como virtud equiparar la violencia en México con la violencia en Medio Oriente -con lo que salta olímpicamente, desde su doctorado, la obligada contextualización en la construcción de cualquier objeto de estudio- prefiere mirarlo también como militante, antes que ofrecer la imparcialidad a la que está obligado desde su posición de investigador (becario).
El tema no es menor. La revocación de mandato sólo inyecta inestabilidad a los gobiernos, acelera las alternancias sin proyecto de estado o de país, y le da a los partidos una línea de presión para pujar por la destitución de su contrincante a la mitad del periodo de su gobierno. Esas son las condiciones en las que operará la figura de la revocación. La partidocracia mexicana obedece a esos criterios, no al “empoderamiento ciudadano”.
Si vamos a cambiar de gobierno cada 3 años, entonces mejor reduzcamos los periodos administrativos a esos mismos 3 años con posibilidad de un segundo mandato. El estilo norteamericano al que arrastran estos modelos atípicos de inestabilidad “democrática”.
Pero que quede claro. La revocación de mandato, en las condiciones actuales de la democracia de partidos en México no fortalece los derechos políticos de la ciudadanía, por el contrario, restringe la elección a un reordenamiento de fuerzas entre fuerzas de oposición (y el PRI ya fue oposición), o bien, incrementa el valor de la sumisión del titular del ejecutivo a su partido.
La revocación de mandato no castiga a los gobernantes ni genera espontáneamente “mejores” gobiernos, la revocación de mandato, en una partidocracia, sólo acelera los procesos políticos para la obtención del poder. En manos del contador Tello pues, contraofertar una alternativa auténtica.
Twitter: @GabrielConV