Cuando polarizar ya no es la opción

MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ

Esta semana escribo considerando algunas circunstancias que, desde mi punto de vista, se presentan cada vez con más frecuencia en la vida cotidiana. Por desgracia, todo parece indicar que las personas cada día estamos menos acostumbradas al debate, mucho menos nos gusta que nos contradigan, y la paciencia y la capacidad de discutir (entendiendo “discusión” como intercambio de ideas) están cada vez más lejos, porque sencillamente tenemos en mente que nadie más que nosotros tiene la razón y por supuesto, hablamos con la seguridad que nos da tener la verdad en la mano.

Por una parte, francamente llena de entusiasmo observar cómo, sobre todo gracias a Internet, cada vez más personas de diferentes edades y condiciones socioculturales se interesan en temas importantes para la vida de la sociedad. En realidad, es hasta esperanzador que se abran espacios para la discusión de aquellos argumentos que desde siempre son importantes, pero que muy probablemente gracias al uso de las redes sociales virtuales ahora sí están presentes entre un número cada vez mayor de mexicanos.

Obviamente no podemos engañarnos pensando que todas las personas en cualquier lugar tienen acceso a Internet. No se puede ni debe negar la existencia de la brecha digital. Uno de los datos relacionados con ésta, que se refiere concretamente a la disparidad en el acceso, uso y apropiación de las Tecnologías de Información y Comunicación, señala que en México “71.2% de la población de seis años y más se reporta como usuarios de Internet y en el ámbito rural solo representan 39.2%”, según datos de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2017, que también señala que la cantidad de smartphones creció, y el número de usuarios pasó de 60.6 millones, en 2016, a 64.7 millones en 2017.[1] De acuerdo con la citada encuesta, realizada por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, en México, para 2017, había 71.3 millones de usuarios de Internet.

El punto es que gracias al uso que hacen muchas personas de Internet y sobre todo de las redes sociales virtuales, hoy se puede hablar de un nuevo foro en el que las personas, a partir de una agenda generalmente dictada por los medios de comunicación tradicionales, tienen la posibilidad de expresar sus puntos de vista acerca de temas de interés común, que primero son priorizados por los diarios, las cadenas de radio o las televisoras, y luego pasan a formar parte de los temas cotidianos que los usuarios toman como puntos de discusión.

«Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior, el drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad», decía en el año 2015 el filósofo italiano Umberto Eco[2]. Han pasado tres años desde que hizo esa afirmación, y podría decirse que, con el paso del tiempo, la situación tiende a empeorar.

Basta observar los comentarios que las y los usuarios de las redes sociales hacen a los contenidos que publican los medios de comunicación locales o nacionales, para observar cómo las opiniones se expresan en los tonos más variados, pero en la mayoría de los casos, con pocos fundamentos, más bien dictados por prejuicios ideológicos, y generalmente, con base en la más absoluta ignorancia.

Y he aquí el punto clave que deseo subrayar: lo que ocurre durante esos intercambios de opiniones que ocurren en las redes sociales (pero también fuera de ellas) es que las personas, cada vez con mayor frecuencia, están polarizando sus posiciones, y en realidad ese es el gran problema, porque al colocarse en un extremo o en otro, sencillamente viven en la total imposibilidad de llegar ya no digamos a un consenso, sino al menos a un punto de vista razonable y equilibrado.

Lo que las personas hacemos en las redes al intercambiar opiniones es crear una esfera pública, entendida como “un espacio de discurso, institucional o geográfico, donde la gente ejerce de ciudadano accediendo -de forma metafórica- al diálogo sobre las cuestiones que afectan a la comunidad, a la política en su sentido más amplio”[3].

El problema es que lo que se da en esa esfera no es un verdadero diálogo, sino una confrontación que incluso llega a trascender el ámbito de la red de redes y pasa a la vida cotidiana, en la que no faltan las diferencias tan marcadas que, por una parte, etiquetan, y por otra, enfrentan.

Los ejemplos abundan y empiezan incluso con asuntos que son relativamente triviales. Así, de pronto nos encontramos con una postura extrema en la que un ala de los usuarios pretende hacer énfasis en las muchas cualidades que tendría la esposa del presidente Andrés Manuel López Obrador, Beatriz Gutiérrez Müller, y que sus seguidores resumen en su preparación y su capacidad intelectual, lo que le daría una definitiva superioridad frente a la consorte del expresidente Enrique Peña Nieto, Angélica Rivera. Este caso tan banal, porque a fin de cuentas ninguna de esas mujeres gobierna o ha gobernado, parece una de esas batallas del bien contra el mal, de la decencia contra la corrupción. Como sea, se realizan juicios y se emiten sentencias. Lo curioso es que todo indica que es obligatorio tomar una posición. Aparentemente para participar en esa esfera pública en que se han convertido las redes sociales, hay que mantener posturas extremas. Así, o se es chairo o se es fifí. No hay más.

Y es este el punto peligroso de la situación en la red y fuera de ella. No se trata de no tener una posición clara o ideas firmes respecto a los asuntos que a todos competen. De lo que se trata es de desarrollar un sentido de responsabilidad que permita abrir las posibilidades a otras formas de ver las diferentes problemáticas que se presentan en la vida pública, sin llevar cada asunto al límite.

Al manifestar nuestras posiciones en modo extremo, nos ubicamos en un frente u otro y, dadas las circunstancias, nos etiquetamos y etiquetamos a los demás.

Hace algunos días, alguien expresaba su inconformidad porque, desde su punto de vista, quienes ahora no confiamos a pie juntillas en las capacidades y potencialidades de Andrés Manuel López Obrador, no alzamos la voz en el momento adecuado contra la incompetencia de Enrique Peña Nieto.

Independientemente de que esa es una generalización que no debería tener cabida, porque parece estrechamente relacionada con el “siempre ahora” y el “nunca antes”, también se puede considerar que en la apreciación hay una parte de razón, porque en realidad no es lo más adecuado encontrarle todos los defectos a lo que haga el nuevo presidente, como tampoco tiene sentido alabarlo cada vez que abre la boca.

El tema del nuevo gobierno debería tratarse como una crítica que dé pie a crear opinión pública y a la participación ciudadana en una nueva administración federal, en el modo más objetivo posible y con la intención de construir.

El asunto es evitar dos cosas: la alabanza incondicional y la crítica despiadada. La lisonja ha sido uno de los grandes males de los gobiernos mexicanos, porque desde el funcionario de menor nivel hasta el mismísimo titular del Ejecutivo, han sido alabados hasta la exageración y por lo mismo, han padecido una especie de síndrome de la infalibilidad. Justamente esa falsa creencia fomentada por los subalternos más lambiscones, ha impedido que las personas que han tenido en sus manos el futuro nacional, hagan caso omiso del otro extremo: la crítica despiadada.

En noviembre de 2018, el expresidente Peña Nieto expresaba: «de la crítica se aprende, y gracias a ella se mejoran las políticas de gobierno, se eliminan las malas prácticas, las sociedades continúan desarrollándose y las democracias se fortalecen»[4]. Él fue, seamos honestos, atacado continuamente, sobre todo en las redes sociales, donde muchos mexicanos no nos tocamos el corazón para no solamente señalar sus errores, sino además ridiculizarlo, exhibirlo, mofarnos abiertamente de su incapacidad.

El hecho de que Peña Nieto haya aguantado no quiere decir que sea un paladín de la libertad de expresión, su postura, me parece, más bien tiene que ver con que, por una parte, no podía hacer nada para detener la inconformidad que despertaba su pésimo modo de gobernar, y por otra, con que, probablemente, las lisonjas de sus incondicionales lo convencían de estar siempre haciendo lo adecuado y llevar su administración por el camino correcto.

Y ahí está el peligro de continuar polarizando las opiniones. Es altamente probable que quienes están cerca de AMLO no se atrevan a decirle cuando se equivoca, ni siquiera cuando sus gazapos hacen reír a algunos o indignan a otros. Es también factible que los que rodean al nuevo presidente tengan la plena convicción de que él no comete errores jamás y que todo lo que ha hecho en los largos años de campaña, durante el proceso de transición y en los primeros días de gobierno, es sencillamente lo correcto. Y a lo mejor hasta él mismo se la cree. Mientras, sus detractores no ven siquiera una acción positiva y le cargan la mano como si todo lo que hiciera fuera directamente en perjuicio de la nación.

Total: los extremos que a nadie hacen bien y que, a fin de cuentas, todos y todas estamos obligados a evitar. Entendámonos bien: el señor presidente no es perfecto, no es infalible y seguramente hasta ahora tampoco ha sido muy brillante. Y no sabemos si su aparente buena voluntad se va a terminar a corto o mediano plazo. Pero en todo caso, ya no hay marcha atrás y no podemos quitarle la legitimidad que le da haber obtenido tan alto porcentaje de votos. Tal vez es momento de, en el modo más aséptico, más objetivo, más bienintencionado y menos tendencioso posible, seguir atentamente cada uno de sus pasos, de no perderle la pista y de fundamentar cada crítica en algo más que simpatías personales, sobre todo tratando de ver más allá de sus muchas ocurrencias cotidianas, que por cierto no son de lo más afortunadas.

No olvidemos que serán seis años, tiempo suficiente para encaminar al país hacia un cambio que permita mejorías, o bien de llevarlo al desastre total que supongo, por muy anti-AMLO que seamos, tampoco nos conviene.

[1] Disponible en https://www.excelsior.com.mx/nacional/2018/02/20/1221606

[2] Disponible en https://actualidad.rt.com/actualidad/177851-umberto-eco-redes-sociales-legion-idiotas

[3] Disponible en http://di.uca.edu.sv/mcp/media/archivo/a9c0a1_opinionpublicaydemocraciadeliberativasampedro(2).pdf

[4] Disponible en https://www.informador.mx/mexico/Libertad-de-expresion-y-critica-pilares-de-la-democracia-Pena-Nieto-20181101-0101.html

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