Cuando nos victimizamos nos quitamos el honor y la dignidad: Rigoberta
Por Gerardo Romo/Agencia Reforma
Zacatecas, Zac.- Ella sabe del sufrimiento, vio a su padre calcinado en un incendio provocado junto a 39 personas más, la violencia le arrebató a sus hermanos y a su madre aún no la encuentra, desconoce si esté en una fosa común o si los animales se la comieron. A Rigoberta Menchú le arrancaron su familia, lo que más amaba, aun así ella se dice una mujer privilegiada de vivir.
La solidaridad de otros cuando se hundía, la hacen sentirse hoy reconstruida en el perdón y su lucha contra la impunidad.
Desde su sencillez asegura que ella no tiene derecho a quejarse, que hay otros y otras que han padecido el sufrimiento extremo.
«Yo no he vivido el dolor extremo de mujeres que han sufrido abortos e infecciones en el camino al hospital de Comitán (Chiapas), sería una vergüenza que yo me pusiera en primer lugar», admite.
Y contó que la solidaridad de otros en sus momentos más difíciles de dolor le permitió salir adelante y reconstruirse desde los otros.
«Yo no tuve tiempo de esconderme, más que de la muerte, Don Samuel Ruiz y monjas de Chiapas me dieron una tremenda hospitalidad y calor humano cuando más vulnerable estaba por los asesinatos de mi padre y de mi madre», dice ante un auditorio lleno de mujeres y burócratas ante quienes, relató parte de lo que ha sido su vida.
Así hizo un llamado al pueblo de México, para que en medio del sufrimiento, sus hombres y mujeres sean solidarios con el que sufre, viéndolo no como víctima sino contribuyendo a que recupere la dignidad que la injusticia, la impunidad y la indiferencia ante el hermano arrebata.
Rigoberta, a pesar de la adversidad, no deja de pensar en positivo porque sabe que «si no estás bien contigo mismo, no puedes ayudar a los demás», eso lo aprendió de su abuela y es norma en su vida.
«No sean víctimas y mucho menos se victimicen, porque cuando nos victimizamos nos quitamos el honor y la plenitud de la dignidad que tenemos, por eso nuestra lucha en Guatemala es porque víctimas y victimarios sea tratados en igualdad de circunstancias, que cada quien diga su verdad y que se haga justicia, que no haya impunidad», dijo.
Esta mujer indígena Premio Nobel de la Paz hace 20 años por su lucha sabe que su corazón está formado de muchos otros.
«Para nosotros los indígenas, los muertos son sagrados y yo aún no encuentro los restos de mi madre que fue torturada, no tiene tumba, no sé si se la comieron los animales, si su cuerpo está en una fosa común o fue tirada a un barranco», narró.
Le gusta usar huipil, sobre todo los que le regalan sus hermanas indígenas, y como mujer de raíces mayas profundas despierta, dándole los buenos días al «Abuelo Sol», por dar calor y vida a todos los seres que habitamos la tierra y el cosmos.
«Sólo le pido al sol que me dé claridad en lo que voy a hacer», dice Menchú. La grandeza de esta mujer de no más de 1.65 metros de estatura es su sencillez.
Ella ha recibido 30 doctorados Honoris Causa, pero asegura que ella no es doctora, que no ha curado a nadie con esos papeles, y que cuando llega a atender a alguien lo cura con plantas y lo que la madre tierra da, con medicina ancestral de su pueblo, no sin antes conocer y convivir con el que sufre.
El respeto, la gratitud, la reciprocidad y el amor incondicional a la creación son para ella los valores que le han permitido sobreponerse al sufrimiento.
«El dolor se puede curar con una aspirina, y si es genérica, mejor, pero para el sufrimiento es algo que se carga toda la vida», dijo esbozando una sonrisa, la única, la verdadera, la que nace del corazón que sabe que se ha desgastado en el amor y que recoge como fruto primordial, la paz.