Claveles Verdes: El Imperio (Gay) Contraataca
HERACLIO CASTILLO
Seamos honestos: el “Imperio Gay” está destruyendo a las familias del mundo. Buscamos imponer la “ideología de género” para corromper las sagradas creencias de millones de personas que aún viven la desigualdad dentro de sus hogares. Luchamos contra la discriminación y el odio y, con esta lucha, impedimos que las familias ejerzan su derecho a discriminar y odiar libremente, como dicta su sistema de creencias.
Nos hemos infiltrado en el tejido social. Estamos en las calles y en las camas. Invadimos la vida cotidiana, los hogares, las instituciones y leyes con nuestros postulados de igualdad, respeto y equidad. Corrompemos el orden establecido y amenazamos con convertir sus cenizas en diamantina de colores.
Es cierto, estimado homofóbico, el Imperio Gay solo está para pagar impuestos, pero nuestra sexualidad no nos faculta para decidir en qué se aplican porque no somos un ejemplo de virtud, al contrario, somos la depravación e inmoralidad que buscan arrebatarle su “legítimo” derecho a odiar y matar algo/alguien con lo que no está de acuerdo por el hecho de ser diferente.
Estamos en el bocado que se lleva a la boca porque también formamos parte de los trabajadores del campo; nos encontramos en las costuras del saco que adquirió en una tienda departamental, en la computadora que utiliza para su trabajo diario; estamos en la televisión, en la radio y en las páginas impresas; estamos en los bloques de cemento y las varillas que hoy erigen su hogar.
¿Por qué habríamos de quitarle su derecho (¿dónde se establece este derecho?) a convertir en objeto (sexual) a la mujer?, ¿su derecho a violentarla sexualmente?, ¿su derecho a arrebatarle la vida?, ¿a negarse a reconocer al fruto de su infidelidad? ¿Por qué habríamos de negarle el derecho a odiar (y matar) a su sangre por no ser heterosexual?
Pero tiene mucha razón, estimado homofóbico, el Imperio Gay traerá el apocalipsis y sus cuatro jinetes montados en unicornios. De hecho, la hecatombe ya empezó con lo que llaman la “feminización del hombre”, esos seres que se permitieron la libertad de expresar sus emociones, de usar productos cosméticos para cuidar su imagen (¡vaya, hasta se depilan!), de utilizar prendas exclusivas del otro sexo (porque la indumentaria de los sacerdotes no es femenina en lo absoluto), hasta el gran pecado de traer el cabello largo (¡quémenlos por alterar el orden natural de las cosas!).
Deberíamos volver a esa época en la que las mujeres no podían votar (¿quién podría esperar que la mujer sea una persona racional para ejercer su derecho al voto?), cuando se podían adquirir esclavos en el mercado (¿por qué las trabajadoras domésticas exigen un salario? ¡es indigno!), cuando los hombres podían desposar a menores de 10 años (al menos en Medio Oriente aún conservan esta sagrada tradición), cuando el matrimonio únicamente tenía la finalidad de procrear cuantas bendiciones enviara nuestro Señor aunque se murieran de hambre (¿qué locura es esa de casarse por amor?).
Descuide, estimado homofóbico, en el Imperio Gay no vamos contra sus sagradas creencias (porque también se puede ser un no heterosexual católico). Esta lucha es para garantizar que su familia no se desintegre precisamente por su sistema de creencias basado en el prejuicio, en la descalificación, en la discriminación y el odio. Si se escandaliza por un par de transexuales semidesnudos en una marcha-carnaval, no entiendo por qué no le afligen los cuerpos desnudos de miles de mujeres bombardeando los medios de comunicación. Oh, cierto: eso es permitido, según su sistema de creencias, porque es un objeto de consumo. Disculpe usted.