¿Cambiando para quedar igual?
MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ
Primero lo primero: agradecer la gran oportunidad de publicar en este espacio a mi amiga Claudia Valdés Díaz. A nosotras nos une desde hace muchos años no sólo una gran estimación, sino la inquietud por intercambiar ideas, pensamientos, posiciones que, aunque no siempre coinciden, son enriquecedoras porque permiten un diálogo que nos ayuda a crecer.
La primera reflexión que me permito compartir se relaciona directamente con los tiempos políticos que en México nos está tocando vivir. Desde hace unos meses, a partir de las elecciones del 2 de julio, estamos presenciando lo que dicen es la “Cuarta transformación”, que más que un sustantivo de corte político se antoja como un epíteto de lo más ambicioso para lo que se supone ocurrirá a partir del 1 de diciembre.
El hecho es que, en julio, por primera vez en mucho tiempo, millones de ciudadanos mexicanos nos involucramos directamente con esa política de la que parecíamos muy distantes, y salimos a votar, sobre todo con la intención de mostrar de la única forma pacífica posible que ya estamos cansados. Sin duda en México hay un hartazgo profundo, cuyas raíces están en la injusticia social y en una profunda desigualdad, provocadas por la corrupción, el cinismo, la avidez y la corrupción de nuestros gobernantes. Sin embargo, muy a mi pesar, creo que durante esa histórica jornada electoral definitivamente no fuimos tocados por la mano de Dios y, muy al contrario, todo parece indicar que estamos cambiando para quedar igual.
Ahora, a poco menos de dos meses del cambio de poderes, estamos presenciando un fin de sexenio extraño que todos los días nos reserva una sorpresa. Hay entre los mexicanos más conservadores un pánico evidente. Muchos de ellos están tan enojados y convencidos de que perderán sus privilegios, que ya preparan la fuga. Son los menos, es verdad, y en muchos casos no se sentirá su ausencia, sobre todo su escape tiene más tintes de clasismo que de verdadera preocupación por la situación nacional.
Por otro lado, están otros que tienen mucha cola que les pisen y saben que, de acuerdo con sus privilegios, tienen abierta la posibilidad de huir. Ellos están convencidos de que el mundo es tan grande que en caso de emergencia podrán escapar a cualquier lugar: a Italia, a España, a las Islas Caimán o a donde se les dé la gana. Son aquellos que tienen muy claro que la realidad de la justicia mexicana se resume en que, hagan lo que hagan, con 58 mil pesos y unos cuantos años de reclusión negociada podrán saldar sus pendientes y aunque los saquen de su escondite, con “paciencia, prudencia, verbal contingencia, dominio de ciencia, presencia o ausencia, según conveniencia” todo se puede solucionar. Y saben también que por mucho que hayan abusado y ofendido a millones de mexicanos, siempre tendrán la opción de salir airosos, incluso de retomar sus liderazgos y continuar viviendo bonito, porque hasta estando en prisión tendrán siempre la opción de obtener beneficios si tienen suficientes canicas para jugar.
La categoría de mexicanos que espera con aprensión esa presunta transformación que se avecina es la de los burócratas de la Federación o de los municipios donde habrá cambio de administración. Muchos de ellos están sufriendo y no poco por la transición, proceso que consideran injusto, porque, a fin de cuentas, están teniendo que rendir cuentas y haciendo esfuerzos importantes para solventar sus inconsistencias. Sin embargo, su categoría menor los obliga a hacer su mejor esfuerzo para salir lo menos perjudicados posible y están bien conscientes de que la responsabilidad de cualquier eventual error caerá sobre ellos y de ninguna manera sobre sus jefazos.
Total que a fin de cuentas, los que parecemos menos importantes en este proceso somos los ciudadanos de a pie, los que fuimos a votar y estamos solamente presenciando, si es que nos mantenemos más o menos informados, las tremendas incoherencias que están saliendo a la luz y que sí, resultan preocupantes porque todo parece indicar que lo único que va a cambiar será la cara de los funcionarios y el color de su partido, pero en realidad no se vislumbra esa pretenciosa cuarta transformación que en teoría debería cambiar la vida de todos.
La realidad es que hoy, parece que la política se hace en Internet, particularmente en las redes sociales. Dije parece, que no cunda el pánico. Estoy muy lejos de pensar que la verdadera política sea el espectáculo lamentable que nos están recetando todos los días, aunque me temo que fuera de la red la situación puede ser peor.
Estamos en un momento de transformación, sin duda, pero ésta tiene que ver más con un intento por dejar atrás la imagen de un candidato decididamente exótico, con tendencia a hablar demasiado y mostrar una parte de sí que pretende estar del lado de la gente y en una lucha frontal contra la tan traída y llevada “mafia del poder”, para pasar a la de un casi presidente que ahora tiene que (así, obligado) dejar ver su lado fifí.
La pregunta es qué tanto de ese nuevo AMLO mediático corresponde a la realidad del hombre que comenzará a gobernar dentro de poco. Me viene a la mente lo que el sociólogo canadiense Ervin Goffman proponía respecto a que las interacciones entre los seres humanos se desarrollan dependiendo de lo que se espera de cada situación, y esto conduce a los individuos a asumir roles que actúan, que dramatizan premeditadamente ante una audiencia. Según este concepto de dramaturgia, todas las personas guiamos y controlamos la impresión que los otros se forman de nosotros, y definimos, con base en la proyección que queremos dar los demás de nuestra personalidad.
Digamos que, en teoría, el futuro presidente sabe (como según Goffman sabemos todos respecto a nosotros mismos) qué tipo de cosas puede y no puede hacer mientras actúa ante las demás personas y conoce muy bien el papel que debe desarrollar. Pero francamente cuando veo mucho de lo que hace y dice, me pregunto si está consciente de que sus dichos y acciones están formando la imagen que tenemos de él los mexicanos todos, hasta quienes no lo elegimos. Me gustaría saber hasta dónde todo eso que forma parte de su diario proceder lo regula, controla y modera algún asesor de imagen, que a lo mejor más de una vez tiene que corregirle la plana cuando cae en esos excesos que nos dan mucho que pensar.
Y es que desde el ser “fifí”, pasando por el beso no pedido a una reportera, el “corazoncitos” empleado para dirigirse a otras periodistas hasta su reciente “me canso ganso que acabo con la corrupción”, el futuro presidente de México pone ante nosotros una serie de comportamientos que, si bien ya existían durante sus años de candidatura/presidencia legítima, ahora preocupan y desconciertan porque nos ponen en serio peligro de repetir los terribles gazapos de Vicente Fox y las impresentables tonterías de Enrique Peña.
Durante su larguísimo periodo como aspirante a la presidencia, AMLO había mostrado severas carencias discursivas. Es inútil tapar el sol con un dedo. El señor presidente electo no es un prototipo de elocuencia, y para empeorar la situación, ahora tampoco tiene a su lado a Tatiana Clouthier, que invariablemente lograba corregirle la página.
No se entiende bien a bien cuáles son las razones por las que en su decir y actuar AMLO se comporta cada vez más con más frecuencia en modo tan errático. Lo que queda claro es que al parecer, está por iniciar una nueva etapa de conductas que van de lo lamentable a lo ridículo, y que no por ser divertida materia de memes tienen que ser toleradas y soportadas durante otros seis años por este sufrido pueblo mexicano. Porque si algo hay que dejar muy claro es que estamos hablando del presidente de México. Y peor aún: nos referimos a un presidente que, en términos reales, gracias a la no diferenciación del voto, tendrá realmente todo el poder.
Efectivamente vamos saliendo de una lamentable etapa en que la figura presidencial se vio disminuida y fue objeto de escarnio constante, tal vez como nunca en la historia mexicana. Decir los motivos por los que el presidente que se va fue el tema de conversación y de burla continua es inútil y ocioso. El problema es que la situación no parece ni remotamente cercana a una mejoría.
Ojo: lo realmente necesario no es que de repente un equipazo de especialistas se dedique a crear la nueva imagen pública de nuestro próximo presidente. Lo que importa en realidad es que el hombre, en un ejercicio de humildad y en una clara actitud de preocupación por sí mismo y por el pueblo que va a gobernar, haga un examen de conciencia y comience a preocuparse por sus dichos, por su comportamiento, por sus actitudes. No es cosa menor controlar sus modos, sobre todo si consideramos que forma es fondo. Aquí no se trata de poner en duda las buenas intenciones que AMLO tenga, sino de no olvidar que está a punto de llegar a un cargo que le exige, sobre todo por sus promesas previas, dar certezas y ganar la confianza hasta de quienes no lo favorecieron con el voto, y sinceramente a este ritmo y de esta manera, todo parece indicar que eso no se va a poder.