Busco en el silencio de estos días las respuestas

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

A veces es indispensable callar, guardar silencio, dejar descansar el alma y el pensamiento, hasta donde más se pueda silenciar la mente. Dejar que las aguas retomen su cauce, que los remolinos de viento pierdan su fuerza y que la primavera en su apogeo cante y que realmente en mi paz pueda escucharla. Permanecer quieta en ese estado en que todo pasa y, aunque una no quiera, pasa con todo lo que va y viene, te arrastra.

Así solo expresando lo indispensable, en esa pretendida quietud y silencio, busco respuestas que no siempre encuentro y las busco en lo que he vivido, en los que he leído, estudiado o escuchado decir, principalmente a las otras, en los últimos más de veinticinco años.

Sí estoy buscando respuestas, pero sigo en el mismo lugar, sin encontrarlas. Parece que se han escondido a pesar de las explicaciones aprendidas, porque cuando te toca la violencia directa o de forma indirecta nada tiene una definición que convenza y no quiero boicotear lo que se ha hecho, lo mucho que se ha avanzado en todos los sentidos. No somos las mismas, estamos más adelante que nuestras bisabuelas, abuelas y nuestras madres, pero todavía nos falta mucho por caminar libremente, porque mientras “avanzamos” lo otro, lo hecho, la estructura, sigue su camino, se refuerza más que lo que las mujeres del mundo han querido destruir para avanzar sobre esas ruinas o caminar otras veredas, y lo que más tememos que nos suceda, a veces, nos pasa, nos lastima, nos deja heridas, más por dentro que por fuera.

Difícil ser como antes, agarrar la vida con las mismas ganas. Lo que antes se hacía con entusiasmo vuelve a quedarse en el cajón del desgano, ese de donde se sale cada día para hacerle frente a la vida, como nos decían nuestras madres, nuestras maestras. Si pudiéramos medir la intensidad de la productividad, como se mide el peso de algo, podría mirar que algo queda. La resiliencia es mucha y a partir de lo que queda salgo.

Necesitamos hacer más, encontrar el punto de partida, mirar si lo hemos hecho bien o en qué pudimos equivocarnos, sin perder de vista a los otros, los intocados por la filosofía feminista, los retardados en esta historia que queremos construir. Las mujeres hemos sido las impulsoras de la paz. Todavía recuerdo esa frase que nos dice que las mujeres no iniciamos las guerras, pero nos subieron a ellas, como lo cuenta la Premio Nobel de Literatura 2015, periodista y escritora, Svetlana Aleksándrovna, al darle voz a las combatientes, a las sobrevivientes a las madres.

No nosotras no hicimos la guerra. Ni las de antes ni las de ahora. Pero estamos en medio de la guerra, seguimos siendo el botín de sus batallas, somos las víctimas de miles de armas que están por aquí y por allá. Somos las víctimas –directas e indirectas- de sus conductas de machos y misóginos, con o sin armas de metal, pero tienen sus puños, sus manos y sus piernas, y si no tienen armas a la mano las consiguen en un palo, en fierro, en un mueble o en una botella rota.

En este silencio quiero detenerme. No encuentro la respuesta. Reviso la historia y las mujeres hemos hecho todo, hemos ganado muchas batallas, pero la guerra violenta sigue en pie, sin tambalearse, aunque gritemos por miles en las calles, aunque quememos los edificios y les rayemos sus puertas. Y sí, muero, porque sí quiero respuestas.