Benedicto XVI

RAFAEL CANDELAS SALINAS *

Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927 en Marktl (Baviera), diócesis de Passau, en el seno de una familia de agricultores alemanes de profundas convicciones católicas. Su padre, desempeñaba además, el cargo de comisario de la gendarmería y al mismo tiempo fungió como profesor de su hijo. Se dice que en la formación de Joseph Ratzinger fue clave el papel de su madre, de nombre Maria Peintner, que ejercía las tareas domésticas y cuidaba de la buena marcha de Joseph y sus hermanos Georg y Maria.

A los once años, Joseph ingresó en el seminario, donde en 1941 fue obligado a inscribirse en las Juventudes Hitlerianas, a tal grado que en 1943 combatió en la II Guerra Mundial como integrante de una unidad antiaérea. Años más tarde diría al respecto: “Reniego de aquel reino del ateísmo y de la mentira que fue el nazismo”. Después prosiguió sus estudios de filosofía y de teología en el ateneo de Munich y en la escuela superior de Freising, hasta que en junio de 1951 fue ordenado finalmente sacerdote.

Su preparación académica y su formación ideologica pronto lo llevaron a convertirse en uno de los teólogos más admirados y seguidos por los jóvenes curas progresistas que habían depositado su esperanza en los aires de cambio del concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII en 1962 y culminado por su sucesor, Pablo VI, en 1965, y en el que Ratzinger a sus 35 años de edad se había erigido cómo un referente en el debate sobre la libertad religiosa. Sus obras deslumbraron al Papa Pablo VI, por lo que el 27 de junio de 1977 lo nombró obispo de Munich y además lo elevó al cardenalato.

En 1978 Ratzinger fue testigo del llamado “verano de los tres Papas” la muerte de Pablo VI, el nombramiento y muerte del efímero Juan Pablo I y la designación de Juan Pablo II, con quién años después entablaría una gran amistad y se convertiría en uno de sus principales ideólogos y hombre de confianza. El entonces joven Cardenal Ratzinger asistió al conclave que eligió a Karol Wojtyla y habría dicho luego, que desde ese momento había quedado deslumbrado por la entereza del nuevo pontífice, inflexible en el dogma y la moral católicas y acérrimo enemigo de aquel régimen comunista en el que Ratzinger había participado y del que luego habría reconocido como un episodio que había amargado su juventud.

No son pocas las voces que han señalado que detrás de la política anticomunista de Juan Pablo II siempre estuvo la voz de Ratzinger, lo cual le redituó simpatías en los sectores mas conservadores de la Iglesia, mismos que, luego de la muerte de Juan Pablo II se inclinarían por Ratzinger para que fuera electo el Papa número 265 de la Iglesia Católica el 19 de abril del 2005 a la edad de 78 años.

Luego de ser nombrado en un conclave de dos días, uno de los más rápidos de la historia, el recién nombrado máximo jerarca de la Iglesia Católica, asumió el nombre de Benedicto XVI en honor del Papa Benedicto XV, un Italiano que estuvo al frente de la Iglesia Católica de 1914 a 1922, y que se distinguió por la búsqueda de la paz en la I Guerra Mundial y por haber publicado el Código de Derecho Canónico en 1917.

La energía y la fama de ser un gran teólogo generaron una gran expectativa alrededor de Benedicto XVI, de quién se esperaba tomara por los cuernos asuntos relevantes de la Iglesia Católica como la globalización, el papel de la mujer, el celibato, el aborto, la libertad sexual, la creciente descatolización, el avance de otras religiones, la falta de vocaciones sacerdotales y la crisis teológica, entre otros. Sin embargo muy pronto se vió abrumado por las crecientes acusaciones contra sacerdotes miembros de la Iglesia Católica por abusos físicos y sexuales, por lo que buena parte de su pontificado lo pasó ofreciendo disculpas y lejos de asumir una posición proactiva en los grandes temas de la Iglesia, su papado tuvo que ser reactivo ante tales acusaciones. Pidió perdón en Irlanda, en Estados Unidos, en Australia, Alemania, España y practicamente en cada lugar que visitaba, por lo que muy pronto el vigor que le caracterizaba se vió mermado y el pasado lunes anunció que renunciaría al cargo a partir del 28 de febrero, alegando falta de vigor para cumplir con tan alta responsabilidad.

Como era de suponerse, el anuncio derivó en una impresionante avalancha de comentarios y suposiciones, muchas de ellas sin razón, sin embargo y luego de recordar la manera en la que Juan Pablo II terminó sus días de pontificado, en lo particular me parece que Benedicto XVI ha obrado con madurez, con humildad y con una altura de miras que muchos debiéramos imitar en todos los oficios y profesiones. Hace casi 600 años, el Papa Gregorio XII, que reinó desde 1406 hasta 1415, fué el ultimo pontífice que había renunciado a su pontificado y lo hizo para poner fin a lo que se llamó el Cisma de Occidente.

Desde los primeros meses del 2012, cuando salieron a la luz una serie de documentos sacados del apartamento papal y filtrados a la prensa por el mayordomo de Benedicto XVI, se empezó a hablar de la posibilidad de que el Papa renunciara, lo que El Vaticano, a través de su portavoz Federico Lombardi desmintió una y otra vez.

Por ello, por la velocidad con la que se genera la noticia hoy en día y por la influencia de las redes sociales, es por lo que seguramente se han generado tantas dudas y versiones alrededor de la dimisión histórica de este hombre que seguramente no quiere equivocarse y que ha dado un giro de 600 años a la manera de afrontar los problemas en la Iglesia Católica. Usted tiene la última palabra.

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