Así no les creemos, ni a la derecha ni a la izquierda

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

Marzo es un mes emblemático para la lucha de las mujeres, en el mundo desde hace 109 años, en algunos lugares más constantemente que en otros, por las calles, cada marzo, se escuchan las voces de las mujeres en demanda de sus derechos. Son coincidentes las exigencias de las mujeres a trabajos en condiciones lejanos a la explotación que vivían tras la industrialización, con la solicitud de educarse al igual que los hombres en las instituciones, más allá de prepararse para tener un “matrimonio feliz y ser madres dedicadas”, y un tercer elemento, el enorme deseo por conseguir participar en política. Todas esas demandas atravesadas por el destino de ser mujeres cuyos cuerpos y vidas siempre fueron castigados, sometidos, violentados, con imposiciones tan “naturalmente” aceptadas como la determinación de ser o no ser madres.

Son más de tres centurias de luchas, en las que se ha ido construyendo una nueva forma de concebir el mundo, con avances y retrocesos, pero en esas luchas la memoria histórica registra que salvo casos aislados las mujeres han caminado solas. Hoy, vemos con tristeza, pero no desánimo, que nos quedan muchos pendientes, el mayor de todos lo que se sigue creyendo sobre lo que somos las mujeres. Eso de lo que hoy hablan todos y todas en los medios de comunicación casi a diario.

Ha quedado constancia de que las instituciones de la derecha nunca han sido ni serán feministas, han sido, por el contrario, quienes más se han opuesto a la consecución de lo que legítimamente nos corresponde, lo sabemos, por eso el rechazo al oportunismo. Pero también nos queda claro que tampoco todos los hombres ni las instituciones de las izquierdas van del todo con nosotras.

Quizá el mayor de los avances viene de la mano con los avances tecnológicos en comunicación, con sus respectivos momentos tan prolongados como oscuros. Por ello hoy las voces de la “digna rabia” se multiplican y se denuncian. Al menos, para muchas mujeres antes alejadas del feminismo, les quedó más rápidamente claro que la violencia machista ha sido una constante y que no bastan las leyes que la castiguen si permea en el fondo la impunidad.

Ese no castigo a quienes siguen acosando, hostigando, lastimando o asesinando mujeres a lo largo y ancho de este país y en buena parte del mundo, pero que en caso concreto de México resulta ser más que un despropósito. Es una revelación de que sigue infalible, permeando campante, la construcción social machista.

Muchas cosas nos llaman la atención en estos días. Por un lado, lo que muchos hombres encumbrados en lo público consideran “políticamente correcto”, estar en aparente acuerdo con las demandas de las mujeres, en señalar que la impunidad es la madre de lo que hoy vivimos, como ha señalado el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Santiago Nieto Castillo, o como lo han expresado los muchos gobernadores en los últimos días, que se asumen solidarios con las manifestaciones de protesta de las mujeres, pero que en el fondo no pueden romper en sus estructuras de gobierno las acciones machistas, ni sostener una sola política pública efectiva para detener y castigar la violencia feminicida y el feminicidio, o cómo también lo han hecho desde las instituciones de educación superior, como decimos comúnmente de “dientes para afuera”, porque dentro de las escuelas sigue operando el machismo institucional que deja pasar, que no castiga y consiente.

Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador se muestra indignado porque le dañan la puerta del palacio, se siente abrumado por estas cosas que hacemos las mujeres, pero como ya se ha dicho, cierra guarderías y refugios, dos sitios fundamentales para las mujeres, unas les permiten trabajar fuera de casa y las otras salvan sus vidas. Así no podemos creerle.

O los gobernadores y presidentes municipales que aceptan las declaratorias de Alerta de Violencia de Género contra las Mujeres, sin que eso signifique absolutamente nada en el cambio de sus políticas públicas, porque en todo caso piensan que se trata de recibir dinero. O quienes, como en el caso de Oaxaca, no pueden ver el fracaso de la “política de género” y que esta se traduce en violencia de todo tipo contra las mujeres y feminicidios que a estas alturas del actual gobernador suman ya 405 asesinatos y sus magros resultados en la procuración de justicia y, otro ejemplo, el que les reventaron en la cara la semana pasada estudiantes de dos Colegio de Bachilleres del Estado de Oaxaca, tanto de Tlaxiaco como de Santa Lucía del Camino, denunciando que viven toda clase de violencias sexuales. Así no podemos creerles.

Y qué decir de la búsqueda de justicia. A lo largo y ancho del país es la misma historia. Las autónomas fiscalías se convierten en cómplices queriéndolo o no, con un resultado desgarrador para las víctimas: la impunidad que es la campeona y lo que ello refleja entre los perpetradores de la violencia machista es sólo permisividad. “Síguete quejando y verás cómo te va”, le dicen los violentadores a sus víctimas, mientras ellas sólo reciben largas y esas respuestas inconcebibles de parte de ministerios públicos, desde “venga mañana” hasta “¿no será que usted lo provocó?”. Así no podemos creerles.

En lo público y en lo privado el machismo existe. En ambos grandes espacios hay hombres de izquierda y de derecha. Conocemos muchas lamentables historias.

Por eso el 8 de marzo en todo el país habrá marchas, para reivindicar los derechos humanos de las mujeres. La demanda fundamental será parar la violencia y el feminicidio. Y luego, el día 9 vendrá el silencio de #UnDíaSinNosotras, una acción que por ausencia busca hacer notar lo que las mujeres hacen y lo que sucede cuando dejan de hacerlo. Este no hacer de las mujeres es un llamado a hacernos visibles, a demandar nuestra presencia en el mundo.