Ante la diatriba presidencial; la unidad del pueblo mexicano

OSVALDO ÁVILA TIZCAREÑO

En otras ocasiones me he referido a las promesas que a lo largo y ancho del país repitió en presidente Andrés Manuel López Obrador a efecto de ganar la simpatía popular, debe reconocerse que supo identificar el malestar de la ciudadanía y a partir de ahí planteó medidas que resolvieran de inmediato la problemática que aquejaba a la ciudadanía.

Las promesas son del dominio público, creo conveniente de nueva cuenta traerlas a la memoria: “se acabará la corrupción, las escaleras se barrerán de arriba para abajo”, “se eliminará el Seguro Popular, pues ni es seguro, ni popular”,  “acabaremos con la violencia, abrazos, no balazos”, “los servicios de salud, serán como en Dinamarca”, “habrá programas sociales universales que se entregarán directo y sin intermediarios”, “no habrá gasolinazos”, “habrá libertad de prensa”, “no habrá represión, se respetará la libertad de expresión”, y así podemos sumar otras tantas que convencieron a la opinión pública para recibir la confianza de más de 30 millones de votos, con lo que al fin, el tres veces candidato se hacía del Poder Ejecutivo federal.

Sobre el cumplimiento de las mismas es la opinión pública la que debe emitir su juicio y determinar si el estado de bienestar y los cambios radicales que se ofrecieron a los mexicanos se han materializado y tal veredicto debe ser el resultado de observar la realidad, de analizar los datos duros, de conocer detenidamente las circunstancias actuales y a partir de ahí normar su opinión.

No obstante, baste traer a cuenta que en el país entero existe una guerra sin cuartel entre grupos delictivos que se disputan el control generando un baño de sangre sin referente reciente; y sobre el combate a la corrupción sólo quedó en palabras, hoy ni salud, ni el bienestar prometido llega, pero repito no es mi intención emitir un juicio, solo pretendo despertar la reflexión de mis escasos lectores.

Por otra parte, hay algo en lo que López Obrador se ha esforzado y hace todo lo que está en sus manos  para lograrlo: mantener el control de los medios de comunicación y sobre todo de la agenda pública buscando que su opinión se convierta en  referencia obligada y punto de discusión.

Como primer paso para lograr ese objetivo desde la gira del agradecimiento escuchamos repetir hasta el cansancio las frases arriba enlistadas y a la par de ello emitió  un llamado a rechazar a los fifís, conservadores y neoliberales que pretendían mantener privilegios pero nunca presentó ninguna prueba de sus afirmaciones apostando que aquella máxima de “calumnia, que algo queda”, así enjuiciaba y condenaba a quien se consideraba enemigo de la autollamada cuarta transformación.

Para continuar con la estrategia de control mediático, emulando su paso por el gobierno de la Ciudad de México se instauró una conferencia matutina en la que todos los días el mandatario emite información sobre las acciones gubernamentales a la vez que fija postura sobre diversos temas; desde allí con más crudeza condena y marca la pauta para descalificar o iniciar el enjuiciamiento de “los que quieren detener el progreso” de su gobierno.

Conforme pasan los meses la estrategia ha dejado de surtir efecto, particularmente a raíz del escándalo del presunto conflicto de intereses de José Ramón López Beltrán y ello ha generado el aumento de la agresividad hacia los mexicanos, por lo que sin ningún rubor crece la descalificación y las acusaciones infundadas.

Los antorchistas hemos sido víctimas reiteradas del mandatario, no es mi interés ocuparme del asunto en estos momentos, quiero en esta ocasión referirme a la virulenta respuesta a la campaña y al video “Sálvame del tren” protagonizado por actores y ecologistas encabezados por  Eugenio Derbez, Kate del Castillo, Omar Chaparro, Bárbara Morí, Rubén Albarrán, Natalia Lafourcade, Saúl Hernández y Ana Claudia Talancón; varios de ellos por cierto fueron apoyadores de la 4t y lo único que piden es que se analicen los efectos de la construcción del Tren Maya y piden se tomen acciones para detener el daño a la biodiversidad. La respuesta inmediata fue la misma de siempre: se trata de una conjura, están pagados por la oposición, se oponen al desarrollo y como es costumbre la clásica pregunta ¿dónde estaban cuando se cometían ecocidios?, ¿dónde estaban cuando se atentó contra el lago de Texcoco?

El presidente usa la táctica de siempre, repetir una y otra vez que se trata de quienes no quieren perder sus privilegios, (en ningún momento se aportan elementos de juicio para desmentir los argumentos y el contenido de la crítica), misma acción que se ha implementado contra las organizaciones sociales a las que se les acusa de corrupción; a la prensa a la que se le acusa de conservadora y fifi, a los intelectuales a los que se le endilga que no quieren abandonar sus privilegios; a los padres de los niños con cáncer que se les culpa de ser objeto de la manipulación y un largo etc.

¿Qué hacer ante esa actitud?, ¿cómo contener los ataques y la polarización?,  ¿quién sigue en la lista para pasarlo por el dictamen moral del primer mandatario? Las respuestas están en el aire, pero es hora de que todos los mexicanos nos demos cuenta que en nada de abona a la solución de los problemas, por el contrario, se ahonda la división y el enfrentamiento entre todos los mexicanos impidiendo que pongamos atención a graves afectaciones como la crisis económica y de inseguridad. Conviene que ante la descalificación impere la unidad de todos los agraviados y juntos pidamos cuentas al ejecutivo, no hacerlo sólo incrementará los males y nos impedirá encontrar la solución a problemas urgentes. El tiempo pondrá a cada uno en su lugar.