Allá en el rancho grande de la zacatecana Luz de Arellano
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Película en blanco y negro filmada en 1936, uno de los cien mejores filmes del cine mexicano, dirigido por Fernando de Fuentes. Este melodrama ranchero, que bien pudiera haberse configurado en su origen como el clásico “churro” nacional, provocó la apertura del mercado mundial para el cine de México. Gracias a esta película se conoció en el planeta lo que era nuestro país: sus charros, sus mujeres, su vestimenta, la vida campirana donde Tito Guízar representa a José Francisco Ruelas, mientras que René Cardona hace las veces del hacendado “Don Felipe” y Esther Fernández, a la virginal “Crucita”, de la que “Martín” –Lorenzo Barcelata- está enamorado.
“Vámonos con Pancho Villa”, en 1935 y “El compadre Mendoza” en 1933, grandes películas de la filmografía nacional, habían fracasado económicamente. Esto obligó a Fernando de Fuentes a generar el rodaje de “Allá en el Rancho Grande” pensando en la taquilla y sacrificando sus pretensiones artísticas.
Emilio Fernández aparece discretamente en la película como un bailarín de jarabe tapatío, haciendo pareja con Olga Falcón. La fotografía de la película fue de Gabriel Figueroa. En 1938, esa labor siempre perfecta de Figueroa, le valió el premio de Fotografía en el Festival de Venecia..
El filme se exhibió con subtítulos en inglés en los Estados Unidos.
Pero lo importante de esta película es el argumento, que es de la zacatecana Luz de Arellano, quien había escrito la novela “Crucita” , base del guión de la película que ahora nos ocupa.
Ella misma tiene otra obra, con una primera edición en 1966, llamada “Palomas, Torreón y Pancho Villa”, donde describe la vivencia de una típica familia zacatecana en su tránsito de Nieves, cabecera de partido en el estado de Zacatecas, hasta Villa de Cos y Torreón, para finalmente arribar a la Revolución Mexicana. Las vivencias de esta familia son interesantes y llegan al alma.
Veamos cómo ella describe su propio tránsito familiar: “Vivíamos en Nieves, nuestra casa fue construida por mi abuelo, Don Pedro de Arellano, en tiempos de la bonanza minera de la región. Estaba esa casa solariega –y probablemente está todavía.- frente a la plaza principal del pueblo, con su portal al frente, de columnas cuadradas, de ladrillo rojo, el piso embaldosado, al centro el zaguán con una gran puerta guarnecida, con remaches de fierro en forma de tetas. Hacia un lado, las cuatro puertas de la tienda, y hacia el otro lado, las ventanas enrejadas de la sala. Dentro, un patio soleado con dos corredores, uno frente a otro, Los bancos de madera sosteniendo macetones en los que mi abuela cultivaba flores y yerbas medicinales. Las habitaciones, espaciosas, distribuidas en ambos corredores. Al frente, una gran puerta de vidrio de colores que daba acceso al comedor. En el segundo patio estaban la cocina, la despensa, el cuarto de ropa y el baño. En un pasillo que conducía a los corrales, el escusado de pozo con sus cuatro retretes en alto, a los que se llegaba subiendo media docena de escalones. Después los corrales, las trojes y, por último, un pequeño traspatio con la puerta falsa que daba hacia el río…junto a la puerta estaba siempre amarrado Solimán: una fiera en forma de perro”
Indudablemente, el personaje de Luz de Arellano es prácticamente desconocido en el Estado de Zacatecas. Una mujer de su tiempo con la capacidad de crear el argumento de una película clásica que conquistó el mundo. Había un antecedente en 1920, de una película llamada “La Hacienda”, sin embargo, el encanto de Tito Guízar, René Cardona, Esther Fernández, Ema Roldán, Carlos López “Chaflán”, fueron la diferencia entre el fracaso y el éxito.
No es un tema donde la revolución esté presente, sino un argumento del corazón, propio de una mujer de principios del siglo pasado, que conocía al prototipo del hacendado, describí la hacienda como entidad productiva , con el autoritarismo del patrón, incluyendo el derecho de pernada.
El personaje central, Tito Guízar, no merece ser tipificado como el charro “oficial”, pues es de piel blanca y ojos claros. Podría ser más bien confundido con un vaquero tejano, y la estructura de la historia tuvo la crítica en su momento, de parecer más bien una comedia norteamericana y no un melodrama mexicano. Una de las razones es que la ambientación del argumento es de una mujer que vive en las haciendas del norte de Zacatecas y de Coahuila.
Su premio internacional fue el primero a una película mexicana. Se habla de que la película fue filmada en una hacienda que estaba en Atzcapotzalco, cerca de la UAM de la zona.
Debemos los zacatecanos rendir un homenaje y un reconocimiento a esta mujer que pudo competir en 1936 contra los argumentos de los varones. Por ello, una película sencilla, con personajes sanos –y con la descripción de la perversión de la estructura hacendaria, mostrada por el autoritarismo y la acumulación de la riqueza en la familia propietaria y la explotación a los peones- A pesar de todo, hay dulzura en los personajes, suavidad en el teatro y el resultado es una película memorable, que pasó a la posteridad por su argumento bien armado, su taquilla exitosa y su internacionalización.
Bienvenida la paisana Luz de Arellano al mundo del pensamiento y del intelecto zacatecano de los principios del siglo pasado.