La triste semana de la cultura
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX *
El sábado 23 de marzo dio inicio el tan esperado Festival de la Cultura que desde hace varios gobiernos se realiza, entreverándolo con las festividades religiosas de Semana Santa. Ya no son sólo las procesiones del Silencio, las visitas de las Siete Casas, o las viejas caminatas al Vergel donde la gente comía melcochas, dulces de calabaza…y con austeridad eclesiástica permanecía en sus hogares en el seno familiar, con las pocas salidas que la religión mandataba.
Hoy, la gente combina la fe religiosa con la recreación. Grandes cantantes, rockeros, y espectáculos mundiales han arribado a nuestra bella ciudad. Sin embargo, la violencia no nos deja vivir. Apenas unas horas después de iniciado el Festival, los balazos y los muertos se dieron en la zona conurbana.
La prensa del domingo de Ramos fue silenciada. El gobierno ha aplicado la ley mordaza para quienes tienen que informarnos como una obligación profesional y de respeto a sus lectores. Las inserciones periodísticas que se pagan con dinero del pueblo, han sido suministradas solamente a los silentes, a los que han vendido su dignidad por un plato de lentejas, y que prefieren obedecer a los de arriba, que cumplir con los de abajo. La pregunta es: ¿a dónde vivirán en un par de años en que termine la fiesta y la orgía de ineptitud del actual gobierno, que con cinismo republicano no pretende más que gobernar con un grupo obeso, incapaz de responder a la libertad, a la transparencia y a la honestidad que cabría esperar de él?
Para la inauguración del Festival de la Cultura, fue vestida de gala la Plaza de Armas. Como invitado especial el Procurador General de la República, con su rostro de gangster de la mafia siciliana, que ni por respeto al policía mayor de la nación, dejó de hacer sonar los balazos en la entidad. Las galerías del monumental escenario estuvieron vacías, a pesar de la calidad del espectáculo. El “pan y el circo” no funcionaron esta vez: venció el miedo.
Hoy, el recato popular vuelve a ser como en el pasado fue: sólo que por otros motivos. Los jóvenes ya no tienen derecho a la recreación. Las carreteras lucen vacías, los restaurantes se miran ausentes de comensales, y algunos antros con luz discreta y tenue, a veces abren sus puertas. Este ya no es la Zacatecas en la que nacimos y en la que añoramos vivir para siempre. La avaricia de nuestros gobernantes la ha destruido, convirtiéndola por horas, en una ciudad fantasma.
No es la Toma de Zacatecas, donde quedó hecha polvo en sólo 24 horas. La de ahora es una guerra sorda, lenta, que parece de exterminio. No sabemos cuándo terminará. Ya son muchos los años –o al menos así nos lo parecen: de aquí a la eternidad-. Nuestra inteligencia, nuestra cultura, ya no se pueden presumir ni a México ni al mundo. Las balas no respetan al turista, ni al académico o al religioso. Sólo parecen mantener a salvo a los funcionarios, que semejan ser los mismos de los que disparan.
El terror de las noches no desaparece con la noche misma: perdura días y días en nuestras mentes, hasta que llegan la violencia matutina, la vespertina y la nocturna otra vez. Cuerpos tirados, una policía inútil que intimida en su paso por las calles pero que nada resuelve. Parece ser que esta guerra de guerrillas va ganándola la mafia, mientras el gobierno se diluye día a día en su autoridad ante la ciudadanía y ante los malos.
Los que saben rezar, lo hacen, quienes saben meditar, meditan, y los que no sabemos, nos sentimos cada vez más próximos a las fatalidades cotidianas. Este es un juego de azar, donde ahora le toca a unos y otro día tocará a otros.
No deseamos que el Festival fracase y mucho menos que lo haga el gobierno, porque fue electo democráticamente, aunque hayamos equivocado el voto. Los zacatecanos queremos regresar a la tranquilidad que prevaleció en Zacatecas por su añeja cultura, su inteligencia y su tradicional fervor.
