Las mujeres mantienen vivo nuestro campo
LUIS GERARDO ROMO FONSECA *
Ayer se conmemoró en el Día Internacional de las Mujeres Rurales, establecido por la Asamblea General de Naciones Unidas en su Resolución 62/136 del año 2007. El objetivo de esta medida radica en lograr el reconocimiento de “la función y contribución decisivas de la mujer rural, incluida la mujer indígena, en la promoción del desarrollo agrícola y rural, la mejora de la seguridad alimentaria y la erradicación de la pobreza rural”.
Según afirma la ONU, las mujeres rurales “desempeñan un papel fundamental en las economías rurales de los países desarrollados y en desarrollo. En la mayor parte del mundo en desarrollo participan en la producción de cultivos y el cuidado del ganado, proporcionar alimentos, agua y combustible para sus familias y participan en actividades no agrícolas para diversificar los medios de subsistencia de sus familias. Además, llevan a cabo las funciones vitales en el cuidado de los niños, los ancianos y los enfermos”.
Indudablemente, el problema del campo es un problema de género porque las mujeres siempre han participado en actividades relacionadas con la producción, comercialización y consumo de productos agrícolas. Sus motivaciones se centran en la reproducción de la vida: alimentación, salud y de conservación. Sin embargo, debido a las relaciones de poder desiguales entre los hombres y mujeres, en la mayoría de los casos, sus conocimientos y experiencias no se reconocen en la familia, donde sus reivindicaciones y demandas siguen sin atenderse de manera adecuada.
En nuestro país tenemos una población de aproximadamente 107.6 millones de personas, de las cuales 57.5 millones son mujeres; 24.2 millones de personas viven en 196.000 localidades con menos de 2.500 habitantes y poco más de la mitad de esa cantidad (12.3 millones) son mujeres, según datos del INEGI. Desgraciadamente, la pobreza, el desempleo, la marginación y la desnutrición van en aumento en nuestro país y particularmente en el campo: “hay números y focos rojos en cuanto a desnutrición con un saldo de 52 millones de mexicanas y mexicanos en estado de pobreza, incluidos 26 millones en pobreza extrema”, nos advierte la Confederación Nacional Campesina (CNC). Lo más preocupante es que, precisamente, son las mujeres del medio rural quienes padecen con mayor severidad estas adversidades, sobre todo porque tienen un acceso menor que los hombres a los activos, insumos y servicios agrícolas; lo mismo que a las oportunidades de empleo.
Pese a estas desventajas, las mujeres son agentes activos para la adaptación y mitigación de los efectos del cambio climático, así como en el apuntalamiento de todos los ámbitos de la vida rural. Hoy en día, el campo mexicano está en manos de las mujeres; la emigración de los varones a Estados Unidos y a otras regiones dentro del país en busca de trabajos mejor remunerados, han orillado a las mujeres a asumir tareas de producción y administración de los recursos en el medio rural. Tan sólo en las últimas dos décadas, el número de mujeres en actividades relacionadas con el sector agropecuario y pesquero ha pasado de 189 mil 150, en 1990, a 650 mil 328 en el 2010; es decir, la participación femenina en el campo se incrementó en un 343%, según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP).
De esta forma, la mujer ha llenado el vacío en el agro dejado por el varón; ha sumado a sus tareas anteriores, la de agente productivo dando forma a un fenómeno de “feminización” de la economía rural, tal como lo corrobora el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Indudablemente, el involucramiento de las mujeres en el trabajo rural ha sido un factor determinante para que nuestro campo no haya colapsado aún; ellas aportan ingresos al realizar actividades como la ganadería de traspatio, el cultivo de hortalizas, granos, frutales y plantas medicinales, así como la elaboración de artesanías para su comercialización.
Este esfuerzo, es un gran activo con el que contamos y no podemos dejar de acompañarlo con acciones afirmativas desde el Estado, para revertir el atraso y las condiciones de marginación en el campo; millones de mujeres -muchas de ellas madres de familia- conforman una gran masa silenciosa a la que hay que escuchar, apoyar y facilitar el acceso a condiciones favorables para que su enorme sacrificio y entrega que llevan a cabo día a día, les permita solventar sus necesidades más urgentes. En función de ello, vale la pena recordar la conclusión a la que llegó la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en su informe anual, “El estado mundial de la agricultura y la alimentación” (SOFA 2010-11), donde sostiene que: “si las mujeres en las zonas rurales tuvieran el mismo acceso que los hombres a la tierra, la tecnología, los servicios financieros, la educación y los mercados, se podría incrementar la producción agrícola y reducir entre 100 y 150 millones el número de personas hambrientas en el mundo; la igualdad de género no es tan solo un ideal noble, es también crucial para el desarrollo agrícola y la seguridad alimentaria”.
Por lo que toca al campo zacatecano, representa un sector económico de primer orden ya que cerca del 47% de la población se relaciona con el medio rural. No obstante, el agro enfrenta un grave problema migratorio: la población total del estado es de un millón 490 mil 668 habitantes y en Estados Unidos viven poco más de la mitad de esa cifra de zacatecanas y zacatecanos. Uno de los costos de la añeja migración de 100 años en nuestra entidad, es el de un despoblamiento en el 92% de los municipios y una gran “feminización” de sus más de 4,500 comunidades (Foro Nacional para la Construcción de una Política Migratoria Integral y Democrática en el México del Bicentenario). Dicha feminización de las familias, propicia el problema adicional de que la tenencia de la tierra permanezca a nombre de los migrantes varones; situación que ocasiona que las mujeres rurales carezcan de los títulos de propiedad de sus tierras, por lo que les resulta imposible acreditarlas y, en consecuencia, quedan marginadas de recibir los apoyos públicos debido a las reglas de operación restrictivas de los programas anuales de apoyo rural. Sumado a ello, persisten los patrones socio-culturales que sitúan a la mujer en un estado de subordinación a las decisiones del hombre.
Por esta razón, desde los espacios locales tenemos que encarar el cambio climático con una mirada que integre una perspectiva de género y de respeto a los derechos humanos; procurar un desarrollo de largo plazo a partir de un esquema sustentable en la producción agropecuaria; necesitamos aprovechar el potencial con el que contamos para generar energías renovables mediante una política de Estado y que funcione como palanca del desarrollo comunitario. Por nuestra parte, en el Congreso del Estado, las y los diputados hemos venido trabajando en la elaboración de iniciativas dirigidas a este fin con propuestas en materia ambiental, hídrica y de apoyo a la producción agropecuaria. En particular, un servidor presentó desde el año 2010 un punto de acuerdo en apoyo de las madres jefas de familia para que no quedaran excluidas de los apoyos sociales; y el año pasado, la Ley Para el Desarrollo Rural Integral Sustentable del Estado de Zacatecas, entre otras iniciativas.
Por supuesto, falta mucho por hacer y la deuda que tenemos con las miles de mujeres campesinas es enorme. Sin duda alguna, México y Zacatecas no podrán alcanzar la prosperidad, la armonía social ni un entorno llevadero mientras que, como sociedad, no seamos capaces de retribuir con justicia su esfuerzo y lucha cotidiana por sacar adelante a sus familias pese a todas las adversidades y, con ello, mantener vivo nuestro campo.
* Diputado local