El dictamen presidencial
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX *
La expresión del Presidente del Tribunal Electoral de la Federación no pudo ser más servil y cortesana a la entrega de la constancia respectiva. Habían pasado meses amenazando que ese órgano de decisión no cedería ante presiones, chantajes o movilizaciones, pero muchos mexicanos creíamos que sí reflexionaría ante los argumentos jurídicos de los partidos políticos.
No. Fue un documento por consenso que careció de elementos críticos por parte de la autoridad hacia la forma o el fondo del proceso electoral. Parecía que la elección había tenido lugar en Francia, en Inglaterra o en alguno de los Países Bajos, como si la pulcritud de los partidos fuera lo que imperara, cuando todos viven un estado de putrefacción que los mexicanos no toleramos ya.
Ni la elección fue perfecta en Morelos o en Tabasco, como tampoco lo fue en Guanajuato con el PAN o en Zacatecas con el PRI, ni en el DF con el PRD. El manoseo resultó brutal, desde luego con mayores abusos por parte de quien más recursos tuvo y que utilizó los aparatos de Estado para engordar la votación comprando el voto de los miserables, de los sin tierra, de los sin trabajo, de los sin escuela y de los que aún sueñan con atestiguar un día la verdadera transición a la Democracia y no sólo la alternancia de un partido por otro, que al final todos parecen ser el mismo: el PRI, el PAN y el PRD.
Ya no hablemos de la morralla PT – Convergencia, o de la centavera alianza que no se trata sino de amantes temporales de la partidocracia mayor. Hay desánimo no por el resultado numérico –que el IFE ya nos había restregado en los rostros semanas atrás- sino por un dictamen impecablemente infamante que no deja la menor duda de que los poderosos siguen mandando en una nación donde la violencia, la miseria, la acumulación de capital y la desesperanza crecen como un globo aerostático que flota en cielos nauseabundos de un poder anciano pletórico de plutócratas, burócratas y oligarcas, que ni siquiera con la Revolución Mexicana cambiaron los apellidos.
El siglo antepasado sigue vigente en México por la orfandad política en la que se vive, y porque el sistema caduco que nos envuelve a todos, sólo se maquilla, se pega las pestañas, se infla las caderas y desde luego, se “moderniza” usando Bótox, para dar una imagen internacional que no tenemos.
Pero no es este un lamento borincano. Debemos entender que la izquierda tuvo 15 millones de votos, que cometimos errores al confrontarnos con sectores con los que no debemos entrar en pugna, así sea en tiempos electorales, como las iglesias, los empresarios, la aristocracia de siempre. Y con los pobres no supimos comunicarnos, y el poder del dinero nos venció a todos. Tuvimos un candidato que se reinventa cada seis años solamente para ser el mismo de siempre. Uno que no sabe escuchar la conseja pública, que es sólo “la voz del pueblo” y que prefiere acompañarse de Manuel Bartlett, Ricardo Monreal, los petistas – salinistas de siempre, y por los convergentes que son divergentes a todo lo que huela a cambio.
Tenemos que insistir: no podemos afligirnos. Hay que reconstruir el proyecto con todos, pero sin el liderazgo de los mismos. Estorban los chuchos, los bejaranos… si Cuauhtémoc Cárdenas o Marcelo Ebrard hubieran sido “el candidato presidencial”, otra sería la historia que estaríamos hoy narrando. Si hubiéramos sabido respetar al “Yo Soy132”, no sólo como una masa excitada, sino como un cúmulo de jóvenes con inteligencia, con rabia, con emociones, hoy tendríamos la argamasa de liderazgos nuevos que capitalizar e impulsar. Pero nada de eso pasó.
Hoy empieza la carrera hacia dentro de 6 años. Salvador Allende lo hizo muchas veces, Lula Da Silva insistió hasta lograrlo, Fidel Castro con otro método que no es el nuestro, derrumbó a la tiranía cubana, los sandinistas pudieron demoler los diques de Somoza, Francois Mitterrand venció al tradicionalismo francés. Felipe González se impuso a los hijos de la tiranía de Franco.
La historia de las democracias ha ido acumulando muchos bellos ejemplos. Construyamos la nuestra sin fatiga, sin desencanto. Reconstruir a México ya no es una labor para nosotros mismos solamente, sino como testamento y como una historia que algún día contarán nuestros hijos. Vayamos por la victoria, por las veredas, los caminos y las supercarreteras de la libertad.
* Político perredista