Jóvenes y educación: motor del desarrollo
Según un reporte elaborado por el Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la Facultad de Economía (FE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), revela que en nuestro país hay 17 millones de jóvenes y 32 millones de menores que viven algún tipo de miseria; y del total de pobres mexicanos, 56% son mujeres, concluye el documento.
Además, señala que para combatir realmente la pobreza en México es urgente cambiar el modelo económico vigente, apostar por el mercado interno, elevar el poder adquisitivo de los trabajadores, generar empleos y que la economía nacional no dependa en gran medida de Estados Unidos.
Los mayores afectados del actual modelo neoliberal, sin duda, son los jóvenes. Si revisamos la dinámica de este sector de la población, de acuerdo con las proyecciones demográficas del Consejo Nacional de Población (Conapo), entre 2011 y 2020 un total de 20.4 millones de mexicanos cumplirán 18 años.
Todos ellos son parte del llamado “bono demográfico”; que consiste en contar con una baja tasa de dependencia poblacional, es decir, que tenemos una alta proporción de mexicanos en edad productiva respecto a la población que hay que mantener. Sin embargo, para aprovechar esta condición, primero debemos incorporar productivamente a los millones de jóvenes con que cuenta el país a una educación de calidad y, posteriormente, al empleo.
Vale la pena recordar que la propuesta educativa de carácter neoliberal, impulsada por los últimos gobiernos del PRI y profundizada por los del PAN, ha estado orientada a que el sistema educativo quede vinculado lineal y mecánicamente con el aparato productivo, subordinando el primero a los intereses del segundo.
Bajo un sentido pragmático y basado en una ética utilitarista e individualista, se circunscribe a la educación como respuesta a las necesidades de la economía del libre mercado; y debe conducirse conforme las reglas del mundo empresarial con sus mecanismos de formación tecnocrática, sus competencias productivistas y su sistema de evaluación estandarizada.
Hoy en día, los datos de permanencia de los niños y jóvenes en la educación básica, de acceso y conclusión de estudios en el nivel medio superior, así como los que se refieren a la incorporación al empleo, muestran preocupantes niveles de exclusión temprana que puede convertirse en marginación de por vida.
Respecto a la educación primaria, podemos ver que en México contamos con una cobertura prácticamente universal, con una eficiencia terminal del 95%.
Respecto a la secundaria, tiene una absorción de 96.5% (egresados de primaria que continúan al siguiente nivel); y su eficiencia terminal es de 82.9%. De esta manera, de 100 niños que empezaron la primaria, culminan la secundaria nueve años después sólo 79 (78.75), por lo que el 21% de los alumnos estará rezagado o habrá abandonado su escolaridad básica (“Ejército delincuencial de reserva”, Ciro Murayama, Revista Nexos-enero 2012).
Sin embargo, uno de los grandes retos para las autoridades educativas en México, junto con elevar la calidad de la educación, radica en abatir la deserción escolar entre los jóvenes de preparatoria, que en términos numéricos alcanza el 15%, según reconoció el subsecretario de Educación Media Superior, Miguel Ángel Martínez Espinosa: “actualmente tenemos una deserción de 14.5 por ciento anual que significa que el país pierde casi 600 mil alumnos por año en el nivel medio superior”.
Justamente, el mes próximo, la Secretaría de Educación Pública (SEP) presentará los resultados de una encuesta sobre las causas de esta gran deserción anual de miles de jóvenes de preparatoria; quienes en su mayoría, son absorbidos por la economía informal.
En la actualidad, la cobertura en este nivel alcanza el 97%. Evidentemente, el sistema educativo en México requiere una reforma profunda que transforme la mayoría de sus procesos; empezando por romper los cotos de poder corporativo que han entorpecido una educación de calidad: “la estructura de ese gremio se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la educación por su anquilosamiento en la estructura burocrática de la SEP”, tal como lo argumenta Carlos Ornelas, especialista en políticas educativas y académico en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Es verdaderamente lamentable que se dilapide esta oportunidad excepcional para generar riqueza y prosperidad por la oportunidad que la dinámica demográfica nos brinda; a la fecha, las tasas de marginación son alarmantes con alrededor de la mitad de los mexicanos entre 15 y 19 años sin empleo y sin acceso a la educación, según lo confirma un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). “Estamos hablando de una generación que se quedó atrás”, lamentó Anne Sonnett, investigadora de este organismo internacional.
De seguir el bajo crecimiento económico -inferior al 3% en promedio- y con una reducida generación de empleos formales, pronto tendremos más de 10 millones de mexicanos jóvenes buscando trabajo sin encontrarlo.
Desafortunadamente, de seguir bajo el esquema económico y educativo actual, los mexicanos que les tocará llegar a la edad de aportar ingresos a sus hogares, se encontrarán bajo un escenario dominado por la informalidad y la precariedad laboral; jóvenes que, además, en su mayoría, no contarán con educación media superior.
Con una media de edad de 27 años, México tiene una población más joven que la mayoría de sus pares en América Latina;en Brasil es de alrededor de 29 años, pero el país sudamericano ha hecho un mejor trabajo en depurar su sistema educativo y en la reducción del desempleo entre los jóvenes desde la crisis financiera global.
En la década pasada, la tasa de jóvenes sin empleo en México se duplicó a casi el 10.3%, según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU); de ahí que la tasa oficial de desempleo de 5% de México sea un tanto engañosa, porque muchas personas recurren a la economía informal en lugar de declararse desempleados.
Con la creación de pocos empleos formales por delante, a la par de filas abultadas de jóvenes que abandonaron la preparatoria, el margen de acción es reducido para los denominados “Ninis” y no hay un proyecto económico y social en el país capaz de reintegrarlos a las aulas o sumarlos a la fuerza laboral. Mientras que muchas naciones están preocupadas por la avanzada edad de sus poblaciones, México podría desperdiciar su abundante número de jóvenes en ejércitos de marginados que son los que están engrosando las filas del crimen organizado.
Países como Nicaragua, una de las naciones más empobrecidas de Latinoamérica, están haciendo grandes esfuerzos para priorizar la inversión pública en materia social y educativa.
Este año, el país centroamericano tiene planteado destinar el 22.6% de su presupuesto a educación, salud 17.5%, mientras que los programas de vivienda y servicios comunitarios recibirán el 11.1% y las partidas y asistencia sociales, el 3%.
En contraste, en México el gobierno da prioridad en el presupuesto a la seguridad y hace menos a la educación, con el aumento de 11 por ciento al presupuesto militar y en seguridad pública, el gasto federal que solicitó Felipe Calderón para educación –incluyendo cultura, recreación, deporte y fondos a estados y municipios– fue de sólo 0.3%, al pasar de 530 mil 31.9 millones de pesos a 531 mil 758.1; destacó en septiembre pasado la Cámara de Diputados a través de su Centro de Estudios de las Finanzas Públicas.
Finalmente, en este sentido, cabe destacar lo expresado por Bernardo Bátiz: “la educación es el camino de regreso a la integración, a la solidaridad, a la igualdad; lamentablemente la que propone el gobierno actual, aturdido y miope, es elitista y selectiva, contraria, por tanto, a un proceso de integración nacional”.