Los forestales: Por la carretera del fin del mundo

Mazapil, Zac.- Para llegar desde la capital zacatecana a Mazapil hay que pasar por una larga recta de asfalto que parece terminar abruptamente en la orilla de la Tierra, por la ilusión óptica que crean las montañas en el horizonte. El municipio es mucho más grande que Puerto Rico, Líbano o Palestina; es tan grande que tiene más superficie terrestre que los 56 países más pequeños del planeta… juntos (y sobra espacio para meter ahí más de mil cien veces al más pequeño de todos).

Según el censo de 2010, realizado por el INEGI, hay cuatro mil 291 viviendas particulares en todo el municipio, 0.93 por ciento de las que hay en la delegación de Iztapalapa que, curiosamente, es el 0.93 por ciento del tamaño de Mazapil. Ésta es la razón por la que no hemos visto casas desde que salimos de la cabecera municipal rumbo al predio a verificar.

Pese a su tamaño, Mazapil no llena un estadio mediano con sus habitantes, por debajo de las 18 mil personas (poco menos del 17 por ciento de la capacidad del estadio Azteca). Por todo lo anterior, tampoco es de extrañar que llevemos dos horas dejando una estela de polvo a nuestro paso y tampoco hayamos visto más que unas cuantas vacas famélicas o el ocasional correcaminos. Desde que pasamos la mina, sólo hemos encontrado una camioneta, que nos acompañó un par de kilómetros para luego desaparecer entre los matorrales. No volveremos a hallar otro vehículo hasta nuestro regreso, al final de la tarde.

Mazapil no es importante para el estado de Zacatecas únicamente por su tamaño o por todos los minerales que se extraen de sus entrañas. Lo es también por sus ecosistemas y por su relación con el cambio climático, por la forma en que éste afecta al estado y por las medidas que se aplican para combatirlo.

Ha llovido estos días, pero la sequía y la desertificación no son cosa resuelta. No se puede ignorar que el próximo año será peor y el siguiente peor todavía, y así, hasta quedar el hueso seco, la roca desnuda, si no se actúa a largo plazo para contrarrestar el cambio climático, sin descuidar el carácter contingente de los problemas que genera.

La desertificación y la sequía son un asunto que lleva a la humanidad entera de la mano hacia un escenario de dimensiones apocalípticas, literalmente. Tal es el caso de Etiopía, que perdió el 98 por ciento de sus bosques en los últimos 50 años, quedando a merced de la erosión y, como consecuencia, generando pobreza, desestabilidad social y política, hambruna. Y tal puede ser el caso de otros países también.

Llegamos al predio y, GPS en mano, los “inges” de la Conafor se ponen a tomar medidas, verifican que las llamadas terrazas de formación sucesiva, unas sencillas zanjas en el terreno, estén bien hechas para que permitan la infiltración de agua hacia los mantos acuíferos y, de paso, propicien la propagación de pequeñas plantas que retengan en el suelo mismo. No es cosa de idear soluciones. Ya existen. Estas zanjas parecen muy simples, pero son una de las medidas que, aplicadas adecuadamente, pueden ayudarnos a revertir la catástrofe ambiental.

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