Sótano Uno | Fosas, el arma de los criminales

RAÚL MANDUJANO SERRANO

Brenda, mi siempre amable waitress, me recibe con una gran sonrisa: “¡Hoy es el Día Mundial de la Felicidad! ¿Sabías que México es el cuarto país más feliz del mundo?”. Afuera, sobre la calle, avanza un contingente de maestros de la CNTE gritando, pateando y sembrando miedo. No se les ve felices. De fondo, en esa antigua cafetería del centro histórico, suena una rola de Calle 13: “Hay poco dinero pero hay muchas balas, hay poca comida pero hay muchas balas, hay poca gente buena, por eso hay muchas balas… Cuida’o que ahí viene una, pla, pla, pla, pla”.

El amanuense bebe de su café americano sin azúcar y recuerda que, a lo largo de la historia, detrás de cualquier guerra siempre hay descubrimientos mortales. Los soldados del Ejército Rojo, por ejemplo, aquella helada tarde del 27 de enero de 1945, llegaron a Auschwitz para liberarla de los alemanes y se llevaron una aterradora sorpresa: encontraron un crematorio, 600 cadáveres sin enterrar, un hedor insoportable y prisioneros convertidos en espectros. Las imágenes del Holocausto todos las hemos visto.

De esa aniquilación debimos aprender, pero no lo hicimos. Los criminales de guerra siguen vivos, esparciendo su macabro legado, ya sea en Rusia, Ucrania, Israel, Gaza o Venezuela. Aquí en México, sobrevivimos a una crisis de violencia que parece no tener fin. Diariamente escuchamos sobre decenas de asesinatos, desapariciones, balaceras, minas que explotan en la sierra, drones que lanzan bombas y miles de fosas clandestinas que son parte de los métodos criminales de las mafias para ocultar los cuerpos de sus enemigos, previamente desaparecidos.

Y luego están los gobiernos insensibles, que a través de voceros iletrados ocultan la información o la justifican con vileza. Lo dijo Noroña: “Son solo especulaciones carroñeras de los opositores al gobierno”. O qué tal la diputada Eva Reyes, de Morena, quien, bien quitada de la pena, afirma que es “natural” la existencia de fosas clandestinas en Tamaulipas. Nada más infame que escucharlos. Solo ellos parecen felices en México.

Mire usted, solo en 2025, colectivos de familiares de personas desaparecidas han divulgado hallazgos de al menos 150 fosas en Chihuahua, San Luis Potosí, la Ciudad de México, Tamaulipas, Jalisco, Veracruz y el Estado de México. Y no les creen. Esos colectivos ahora denunciaron la existencia del Rancho Izaguirre, en Jalisco, como un centro de exterminio y reclutamiento del narcotráfico que nos ha estremecido, pero del que nadie sabía nada: ni el gobierno municipal, ni el estatal, y mucho menos el federal. O quizá sí, pues hay testimonios de que policías llevaban a personas a ese lugar, que operaba como un centro de entrenamiento y exterminio vinculado al crimen organizado. Lo cierto es que, solo gracias al empuje de los colectivos, los cadáveres o sus restos aparecen, no así los criminales que los mataron. Ellos gozan de impunidad.

Muchos politiquetes acusan a los medios de crear pánico social, pero si no fuera por ellos, seguiríamos viviendo en estúpidos shows de TikTok. Solo gracias al periodismo no caen en el olvido masacres como las de Nuevo Laredo, donde soldados confundieron a cinco jóvenes y los mataron; la de marzo en Apaseo el Grande, donde ejecutaron a decenas de personas en un bar; o la matanza del 68 en Tlatelolco; el “Halconazo” en 1971; Aguas Blancas en 1995; Acteal en 1997; las de San Fernando en 2010 y 2011; Tlatlaya en 2014; y la de los 43 de Ayotzinapa, también en 2014. Vivimos nuestro propio Holocausto.

Hasta otro Sótano