El Dedo en la Llaga | Nepotismo, arrebatos y una corona abollada
RAFAEL CANDELAS SALINAS
Como ya lo había anunciado, la presidenta de la República presentó una iniciativa para disminuir el nepotismo electoral en México. Digo disminuir porque evidentemente la iniciativa se queda corta, pues solo habla del impedimento en cargos de elección popular, sobre un mismo cargo y para una elección inmediata.
Esto deja abierta la posibilidad de que, por ejemplo, un gobernador pueda imponer a un hermano como senador, diputado o alcalde, o para que lo haga pasando un periodo. Tampoco toca lo que se conoce en la jerga política como nepotismo cruzado, es decir, tú contrata a mi pariente y yo contrato al tuyo.
O bien, imaginemos nada más (cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia) que un presidente acuerda con una persona para que ella sea su sucesora a cambio de que en el siguiente sexenio esta impulse e imponga al hijo del primero.
Algo así como “las juanitas” que estuvieron tanto de moda, cuando para burlar la obligación de postular candidatas mujeres se postulaba a una mujer con suplente hombre que, al ganar, la primera solicitaba licencia y el varón asumía el cargo.
Nada de eso se prevé en esta reforma que, si algo nos ha recordado es que el discurso y la práctica rara vez van de la mano. Lo que parecía una reforma sensata y necesaria terminó convirtiéndose -como siempre- en un traje a la medida para ciertos grupos de poder.
Estos grupos de poder, con la astucia que les caracteriza cuando se trata de acomodar la ley a conveniencia, decidieron modificar la propuesta original de la presidenta Sheinbaum, cambiando la fecha de entrada en vigor para que, en lugar de aplicarse a partir del proceso electoral de 2027, se aplique hasta 2030.
Esto obligó a que la presidenta haya tenido que salir tres veces a hacer llamados para que los beneficiarios más visibles del nepotismo se esperen.
Primero señaló de forma muy prudente -como es ella- que “más allá de que esté en la ley, la gente no quiere nepotismo, si alguien decide dejar como candidato a un pariente, no le va a ir bien en las urnas”. Al final, y ante los berrinches de uno de ellos en particular, no le quedó más que decir que se esperen un periodo, están muy jóvenes todavía, como si eso bastara para contener los apetitos de quienes llevan años viviendo de la herencia política familiar. Porque queda claro que no es solo cuestión de apellidos, sino de la descarada resistencia de quienes ven el poder como un derecho de sangre.
De los tres casos visibles, el fresnillense Saúl Monreal Ávila fue el que mostró más cerrazón.
En uno de sus ya característicos arrebatos, ha dejado claro que él está dispuesto a competir porque “el pueblo es el que manda” y en su alegato para justificar su postura señaló con gran vehemencia desde la más alta tribuna del país, que lo respaldaban 27 años de pulcra y honesta trayectoria, cosa que quizá en algunas otras partes del país le creyeron aunque los zacatecanos sabemos bien que, sin el respaldo, la orientación y la decisión de su hermano Ricardo, difícilmente habría logrado llegar a ocupar la mitad de los espacios políticos que ha alcanzado. Pero claro, admitirlo sería aceptar que su carrera ha sido más producto de la dinastía que de la voluntad popular.
Por otro lado, el discurso moralizador ha quedado nuevamente en entredicho. La presidenta de Morena Luisa María Alcalde, cuya familia también es parte del nepotismo morenista, anunció que reformarán los estatutos para que, a partir de 2027, no se postule a ningún familiar que pretenda heredar un cargo. Un movimiento que parece más un intento de apagar el fuego con un balde de agua que una verdadera intención de erradicar el problema.
La contradicción es evidente y la tibieza de la medida, aún más, porque si alguien salió golpeado de este embrollo, es la propia Claudia Sheinbaum, a quien le acaban de abollar la corona. Sus propios legisladores de Morena y aliados en el Congreso decidieron darle la espalda, al no aprobar su propuesta original. Aunque se le aprobó en lo general, la modificación en la entrada en vigor es una puñalada por la espalda para la presidenta.
Este desdén de los legisladores hacia la postura presidencial no es menor. Se trata de un tema altamente sensible en un momento en el que el oficialismo busca venderse como la fuerza del cambio. Su incapacidad para convencer a sus propias filas y su evidente doble discurso solo refuerzan la percepción de que la llamada “cuarta transformación” se ha quedado en mera intención.
Aún falta completar el proceso legislativo en los congresos locales, pero todo indica que la reforma será aprobada en estos términos. La única certeza es que quienes hoy buscan heredar el poder a sus familiares podrán hacerlo sin preocupaciones hasta 2030. Y para entonces, seguramente encontrarán la forma de darle la vuelta a la ley otra vez. Porque si algo ha quedado claro, es que el verdadero poder de la 4T no está en la silla presidencial, sino en los grupos que operan en la sombra, defendiendo sus intereses con uñas y dientes.