Policías, como perros y gatos…
RAÚL MANDUJANO SERRANO
No profundizaré en el tema –dice el periodista mientras sorbe de su café americano sin azúcar-, pero ese enfrentamiento entre policías municipales y estatales en Toluca es vergonzoso, para ambas corporaciones y ninguno tiene la razón. Si estaban francos los estatales ¿Por qué portaban armas? ¿Por qué no identificarse con los municipales que sólo buscaban llevarse “unos borrachitos” a la comandancia? Que pusilánime. Tanto que el de Inteligencia estatal –área de adscripción de los nada inteligentes agentes- renunció.
Siempre ocurre lo mismo, o al menos son frecuentes los incidentes en los que la prepotencia de los uniformados pareciera estar por encima de “su deber”. En antros son asiduos visitantes y no pagan su consumo, y hasta exigen “su mordida” para no “cerrarles” el lugar. O qué tal extorsionando ciudadanos inventándoles infracciones al reglamento. Portar un arma es un tema muy delicado y peligroso, y es lo que deberían aprender primero en su capacitación porque hoy, al recibir un arma de cargo, se sienten poderosos e intocables. En esa balacera –ocurrida en la avenida Carranza-, argumentan defensa propia. Decía el escritor Masanobu Fukuoka que “el acto de defensa es ya un ataque…”. Que deplorable. Después de estos hechos, investiguen lo que investiguen y resulte lo que resulte, ambos lados deberían ofrecer disculpas a la ciudadanía…
La del estribo.- Preludio mortal de la tauromaquia
El escribano coloca su taza sobre la mesa y recuerda que tendría unos 7 años cuando se metió a escondidas a una plaza de toros. Después fue a muchas lidias más. Le hipnotizaba el traje de luces del torero, su capote, el estoque, la montera, la muleta y las banderillas. También los toros: leonado, mosqueado, pajizo, zaino, mulato, miura, estornino y en las gradas la gente con su sombrero taurino, el panamá o su gorra Goorin, y ni qué decir de la bota de cuero llena con el solera, el vino o cualquier bebida, y quizá también un puro, acompañando ese ritual con el “ole” ante la verónica o cualquier suerte en el ruedo. Esa es la fiesta brava que podría llegar a su fin.
El debate se centra en determinar si es un espectáculo criminal seguido por una afición retrógrada. Argumentan que no se le puede llamar arte a la tortura de un animal por diversión, y aunque sea una tradición, no debe conservarse. Se cuestiona que los toros de lidia están hechos para pelear y argumentan que su apariencia agresiva es porque han pasado horas a oscuras, les afeitan los cuernos, y les clavan un gancho metálico con un adorno que les duele, como les duelen también “los puyazos” en su lomo, y su muerte, no es un acto de piedad a su valor, sino una vil ejecución.
La tauromaquia agoniza ante el reclamo de activistas y claro que se agradecen y respetan esas expresiones contra la violencia, pero mire, según datos del INEGI, en los mil 380 rastros legales del país, se sacrifican anualmente siete millones de reses que, igualmente, sufren su muerte, sometidos a un daño psicológico y al estrés de no saber dónde se encuentran, de escuchar gritos de otros animales y ver como los matan. Y aunque digan que “eso es otra cosa”, y que en los rastros su padecimiento es menor al de los toros en las plazas, la discusión no debe centrarse entre el espectáculo y la alimentación, porque en ambos casos son asesinados animales. A la violencia hay darle la espalda, y en eso estoy muy de acuerdo. Hasta otro Sótano.
X: @raulmanduj