Es urgente volvernos humanidad

SARA LOVERA

Hace unos días, la escritora Cristina Rivera Garza, al ingresar al Colegio Nacional, advirtió en una sola línea cómo la crítica desde la escritura creativa es capaz de despertar, activar y movilizar conciencias, que tristemente se pudre cuando se hace desde y dentro del poder, porque entonces se entumece y paraliza.

Sus palabras y su escritura activaron mi ira acumulada por mucho tiempo, desde que descubrí cómo nos embarcamos en una narrativa que de tanto repetirse acaba por entumecernos y paralizarnos.

Como acicate, tres días antes, la defensora de derechos humanos Irinea Buendía Cortez, narró a la prensa su periplo por 16 entidades del país, cargada con la sentencia de la Suprema Corte de Justicia que ordena analizar cada muerte violenta de una mujer como feminicidio.

Ella contó cómo encontró a ras de tierra la indiferencia e incapacidad de las fiscalías estatales de justicia, donde parece más importante llenar los formularios de fríos datos que luego se convierten en estadística, dejando a un lado tirados, como las virutas de una carpintería, el dolor y la vida. Pedazos de corazón e impotencia de quienes no hallan consuelo para sus desaparecidas y sus muertas.

Irinea alzada, como las famosas catrinas, ve cómo la estadística se va convirtiendo, lentamente, en una inmensa niebla que nos impide mirar y sentir, que busca destruir capacidad crítica, dignidad, conocimiento y sensibilidad humana.

Ella no, no se ha dejado entumecer. Somos las otras y otros quienes nos hemos entumecido y padecemos de total parálisis.

Eso ha llegado al punto que el anuncio de una reducción ínfima de asesinatos se vuelve un triunfo. No son 97 crímenes diarios sino quizá 87, y disminuyó hasta 36 por ciento el asesinato de mujeres. Lo miro como un dato miserable, y no están los otros datos, los de la violencia feminicida que empieza por la discriminación y la exclusión que se convierte en la experiencia de las mujeres en su vida cotidiana, en su espacio de trabajo, en el horror de caminar por la calle.

Pero no. Desde el poder se convierte en algarabía, en triunfo, en justificación de la estulticia.

Irinea se echó a caminar, y describe la estrechez burocrática, mirando pirámides de expedientes congelados, donde tal vez está seco el llanto. Pero descubrió y dio un dato descarnado: según el poder, el suicidio femenino en muy poco tiempo creció 58 por ciento.

Eso mismo se sabe que tras las puertas hogareñas de Yucatán, el suicidio crece, no el feminicidio. Lo mismo pasa en Coahuila que se disputa un primer lugar con Yucatán, pero no se habla de los crímenes feminicidas: ahora a ellas no las matan, se suicidan. Los crímenes se pueden encarnar, con lujo de detalles, si se logra una conversación, a ras de tierra, escuchando a la vecina, parientes y amistades que las conocieron. Pero en los expedientes, que se prohíben leer, no hay asesinato sino suicidio.

Así, nos paralizamos, volteamos la cabeza, preferimos escondernos y callar. Solo la gente necia no cierra los ojos, corriendo el peligro de ser aplastada por la estulticia y la burocracia infinita.

En Saltillo hablé con una mujer que escucha a personas —sin altavoz— que limpian un riachuelo lleno de basura. Mientras trabajan en él, cuentan las historias del barrio, de la chica que prefieren suicida, antes de admitir que el buen hombre de su casa la golpeó hasta matarla.

Algo ha sucedido en las y los habitantes que poblamos este país del que Alejandro von Humboldt en 1803 dijo que era el “cuerno de la abundancia”, rico, próspero y pacífico. Algo ha sucedido que nuestra humanidad está paralizada y en silencio. No hay nada que celebrar. Veremos…