El poder de la sangre limpia (Segunda y última parte)
ARGENTINA CASANOVA
Cuánto nos robó el patriarcado de nuestros propios cuerpos que nos convenció desde niñas que era vergonzoso manchar la ropa, que la sangre de nuestros cuerpos era sucia y que nuestro olor había que cambiarlo y perfumarlo, negarlo, como nos enseñaron a través del tiempo a negarnos a nosotras mismas y aceptar el masculino genérico que nos diluía.
Aprendimos a ocultarnos de los cultivos, a no subir a un barco, a ocultar el dolor que sentíamos en los días de la regla, con la misma abnegación que aprendimos aquella consigna de parir con dolor. Y muchas de nosotras tenemos tan claro en la memoria el día de nuestra primera menstruación por lo que significó en el contexto que vivíamos en esos momentos.
Son numerosos los testimonios de mujeres que me escribieron para contarme que, a partir de la primera parte de este artículo, la lectura trajo a su memoria el primer día de la primera menstruación, por el dolor incomprensible, por el miedo a mancharse por el uniforme blanco de la secundaria, otras de la primaria, y cómo se vivía en el colectivo de niñas en estos espacios.
Uno de los testimonios compartidos recordaba cómo se esperaba con tensión cuando pasaba demasiado tiempo y se demoraba en llegar, y también en cómo se vivía cuando aparecía en una niña antes que en las hermanas mayores.
Todo eso justamente forma parte de la primera etapa en la vida de las niñas, en sus primeros años y aprender a vivir con la regla y sus implicaciones sociales, culturales y económicas. Desde el tener que pagar consultas médicas para aquellas que la regla vino acompañada del dolor y los malestares que incapacitan, hasta la edad adulta cuando los miomas generan sangrados abundantes.
Si hay algo que creo que todas recordamos es precisamente el poder de decisión que otros siempre tuvieron sobre el ocultar algo que pasaba en nuestros cuerpos, en minimizarlo, incluso negarlo, el no saber qué hacer con los desechos en los baños, el esconder la toalla para que nadie la viera y por supuesto el caminar preocupada porque la ropa se hubiera manchado.
Esto no cambia con el tiempo, más bien es un proceso que se transforma y que siempre se encuentra bajo la tutela de otros pero no de las mujeres. Nos dicen qué toallas usar, que no es dolorosa, y qué debemos sentir en esos días que menstruamos. Así ha sido la dinámica del poder patriarcal enseñándonos a negar nuestros cuerpos.
El poder sobre nuestros cuerpos se manifiesta también en esa medicina que nos dice que no debe doler, que tiene la facultad y la potestad de saber que “no duele”, que “somos unas exageradas” y que, por supuesto, solo dura determinados días y en consecuencia se necesita cierta cantidad de toallas y no más.
Sí, los mismos que nos han dicho que quitarnos la matriz es “quitarnos problemas de encima”, con operaciones e intervenciones que son realizadas en forma indiscriminada a las mujeres por el beneficio económico que obtienen quienes realizan esas mutilaciones, engañanado a las mujeres diciéndoles que la “matriz solo sirve para dar hijos y cáncer”. Una vez más la medicina moderna tomando el control sobre nuestros cuerpos para decidir en ellos.
No es la primera vez que las mujeres son borradas y pasan a ser esos cuerpos depositarios, que se apropia el sistema patriarcal y sobre los que decide. Así fue a través de la historia y aún hoy continúan haciéndolo a través de la medicina occidental que está dispuesta a mutilar nuestros cuerpos, sin explicaciones, sin alternativas y quitando eso que hace sangrar a las mujeres porque “no sirve para nada”.
Médicos y médicas que engañan a sus pacientes sin decirles que el útero también es el lugar donde se producen hormonas que son benéficas para la salud y necesarias para nuestros cuerpos, que es mentira que haya órganos que estorben y sean innecesarios, pero eso solo lo podemos imaginar que ocurra en el cuerpo de las mujeres.
La sangre que es limpia, porque lejos de ser sucia, lejos de tener mal olor como nos hicieron creer, es de nuestros cuerpos, es parte de lo que somos a lo largo de nuestra vida, y si bien para las niñas tiene un peso relacionado con la sexualización social, para las mujeres adultas la menopausia constituye una de las etapas más complejas en la sexualidad, en la salud física y emocional, aunque se insista en minimizar y pretender que es un tema del que deberíamos seguir sin hablar, sin mirar nuestros cuerpos y negándose para que sigan bajo la tutela del patriarcado.