La lealtad ciega de AMLO 

JUAN GÓMEZ

Si algo ha caracterizado a la actual administración del presidente López Obrador es el cúmulo de renuncias que van desde el primero, segundo y tercer nivel del gabinete, a casi dos años de un sexenio de claroscuros, intrigas, denostaciones y crisis sanitaria; financiera y de seguridad.

Aunque algunos -los menos- han cuidado las formas de lo políticamente correcto en el momento de abandonar el cargo, es evidente que la actual administración presenta fisuras sensibles en áreas estratégicas de una administración pública que exige “lealtad ciega” a sus funcionarios.

La sociedad en general entiende que en una administración debe existir identidad en un proyecto de gobierno, convicción ideológica con el partido que obtuvo el triunfo electoral, pero demandar “lealtad ciega” a los colaboradores nos habla de una visión autoritaria en el estilo de gobernar.

La lealtad institucional se genera en un escenario democrático que procura el fortalecimiento del aparato administrativo y además, estimula convicción y empatía con el estilo de gobernar, pero la lealtad ciega obliga, somete y evita el análisis y discusión sobre los temas trascendentes.

Ese tipo de lealtad que demanda el presidente López Obrador a sus colaboradores, les arrebata su capacidad de análisis, de juicio y le entregan su libertad de conciencia al mandatario.

Un ejemplo al respecto lo constituye la renuncia del director del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, Jaime Cárdenas Gracia, quien manifestó con su renuncia su desacuerdo con la “lealtad ciega” con la 4T y quien además, denunció que la corrupción anida en el organismo que dirigió escasamente tres meses, por el robo de piedras preciosas, subastas arregladas y favoritismos a empresas en las convocatorias.

Al conocerse la carta de renuncia de Cárdenas Gracia, se evidencian las contradicciones de la política gubernamental en materia de combate a la corrupción, pero también los oídos sordos y la falta de diálogo al seno de la administración gubernamental.

Otro ejemplo de la visión autoritaria y del estilo personal de gobernar, lo constituye el sistemático ataque presidencial en contra de la prensa que no comparte su visión y que cuestiona algunos actos de su gobierno.

En su terquedad en la lucha política para llegar al poder, el presidente probablemente no se ha percatado que sus actos están revestidos del autoritarismo en el ejercicio del gobierno que no admite la crítica, como lo demostró la semana pasada cuando dio a conocer el porcentaje de columnas periodísticas de contenido favorable, neutral y en contra.

Todos los presidentes y también todo gobernador, y en general en el ámbito de la administración pública y legislativa, se lleva una medición de la imagen política en los medios de comunicación, lo que ayuda a normar y conducir la acción del gobierno.

Estos instrumentos de medición mediática -columnas de opinión, contenido de prensa en general y encuestas- son analizados por expertos y asesores, y constituyen un instrumento de consumo interno en la administración pública.

Empero el pasado 25 de septiembre el presidente dio a conocer públicamente un análisis de contenidos de la dirección de Comunicación Social de la Presidencia, en el que consideró que el 66% de las columnas en diarios de circulación nacional hablan en contra de su proyecto de la 4T, y que solo el 10% lo hacen positivamente.

El mandatario precisó que se analizaron 148 textos de los cuales 95 hablaban sobre su proyecto de gobierno, y que solo el 10.6% (11 textos) fueron positivos, el 23% (21 textos) publicaron posturas neutrales y el 66.3% fueron negativos.

Ningún presidente de la república había comentado abiertamente un análisis sobre medios y el mandatario lo hizo para argumentar que es, al igual que el presidente Francisco I Madero, el presidente más atacado en la historia de México.

Pero naturalmente que López Obrador evitó comentar en su conferencia mañanera que también es el presidente de la república que más y constantemente ha descalificado a la prensa mexicana.

Tampoco ningún presidente de México había descalificado y denostado tan reiteradamente a la prensa, personalizando los ataques en contra de algunos comunicadores a los que llama, por lo menos, conservadores o neoliberales y que a un medio de comunicación lo llamó “pasquín inmundo” para exhibirlo al linchamiento social de sus seguidores.

La exhibición de estos datos porcentuales de opinión, no solo se enmarcan en la libertad de expresión que es de ida y vuelta, como dijo la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero en su comparecencia ante el Senado de la República, sino que conforma un discurso intolerable a la libertad de expresión de periodistas que cuestionan algunas políticas o expresiones presidenciales.

La narrativa presidencial contra ese 66 por ciento de la prensa que cuestiona al mandatario, puede interpretarse como un discurso inhibitorio o bien, como una amenaza directa en contra de la disidencia mediática que lesiona la libertad de expresión ,en un país en el que la prensa -de una u otra forma ha sido controlada, sometida, castigada o premiada- por el poder en turno.

Todo parece indicar que el presidente Andrés Manuel López Obrador no quiere una prensa libre. Observe usted:

El pasado seis de junio durante una visita a la refinería en Minatitlán, Veracruz, el presidente afirmó que es tiempo de que cada quien se ubique en el lugar que le corresponde, porque ya no hay para dónde hacerse “o se está con la transformación o en contra de la transformación”.

El mandatario respondía de esa manera al tuit publicado por el historiador Enrique Krauze en el que apoyaba las acciones del gobernador de Jalisco Enrique Alfaro, ante las manifestaciones violentas que se habían generado en Guadalajara.

Fiel a su discurso y retórica López Obrador descalificó al historiador de quien dijo “reafirmó su conservadurismo” para enfatizar:

“Que bueno que se defina, nada de medias tintas, cada quien que se ubique en el lugar que corresponde, no es tiempo de simulaciones o somos conservadores o somos liberales”.

La “lealtad ciega” presidencial va íntimamente atada a esta máxima evangélica: están conmigo o están contra mi.

Y ello no contribuye a la construcción de una sociedad democrática en México.

Al tiempo

@juangomezac