Hambre, miedo y desolación, el calvario de las mayorías
OSVALDO ÁVILA TIZCAREÑO
Los días corren y el tema central en los medios de comunicación, las redes sociales y la discusión de la población en general es la crisis de salud generada por el COVID-19, escenas espantosas sobre lo acontecido en otros países, protestas del personal de salud que se quejan sobre la carencia de equipo que los salvaguarde de infectarse, cuestionamientos de artistas, futbolistas y comentaristas que opinan sobre la certeza o erróneo de las acciones gubernamentales, datos y oficiales y conferencias de prensa informando sobre la pandemia y presagiando la dispersión del terrible virus.
Sinceramente resulta complicado tener un juicio preciso en cada una de las notas, comprobar la veracidad o la intencionalidad sobre las mismas, pero una cosa es cierta la letalidad y rápida dispersión que hoy supera unos dos millones de casos en el mundo con una mortalidad de 6.4% de los infectados. En nuestro país al 17 de los corrientes la cifra de casos confirmados es de 6875, con 546 defunciones y 13364 casos sospechosos que están en proceso de estudio, aunque los números aún se mueven lentamente lo cierto es que las propias estimaciones del Dr. Hugo López Gatell, subsecretario de salud y encargado de la pandemia quien afirma que de cada caso detectado se estiman 8 más, lo que hace pensar que hay en realidad más de 55 mil enfermos en el país.
El debate sobre el problema se ha centrado en los temas médicos, las implicaciones y consecuencias de salud y la recomendación central para evitar la propagación ha sido “Quédate en casa” y la condena pública va en ascenso a todos aquellos que “irresponsablemente” se exponen y arriesgan a su familia transitando por las calles. Admito que en efecto hay quienes circulan por las avenidas sin ningún propósito, prueba de ello es que el consumo de alcohol sigue en aumento como recientemente se dio a conocer en el municipio de Guadalupe donde crecen las detenciones cada fin de semana producto de fiestas y perturbaciones al orden público por personas en estado etílico.
Pero el verdadero problema es que la recomendación resulta prácticamente imposible de llevarse a cabo para la inmensa mayoría de la gente que sobrevive literalmente cada día sin contar con la certeza de ingresos seguros para adquirir despensa suficiente para soportar ya no digamos una cuarentena, sino siquiera una semana sin salir a vender o trabajar en la obra, la realidad para la población en general es dramática pues la decisión es complicada: morir de hambre en casa o salir a la calle y contagiarse del virus arriesgando su vida.
En mi colaboración anterior opinaba sobre la actitud asumida por la clase política y gobernantes y afirmaba que a riesgo de equivocarme podíamos dividir en tres grupos, quienes aplican la política del avestruz y se esconden ante el problema, los partidarios del show y el exhibicionismo para aparentar que están ocupados de la gente y los menos son los que atienden las dos partes del problema: la prevención y los efectos económicos de quienes viven al día.
Como siempre el oportunismo desbordado que aprovecha todo para descalificar y cuestionar los propósitos y objetivos de las acciones emprendidas sale a relucir, creo sin embargo conveniente señalar dos casos: por una parte el Gobierno del Estado que instrumentó acciones de prevención y una serie de programas a través de plataformas digitales y particularmente digno de destacar es el caso del gobierno municipal de Trancoso que a pesar de las limitaciones presupuestales arrancó la crisis de salud instrumentando acciones de prevención repartiendo kits de limpieza, sanitizando las áreas comunes y promoviendo acciones de apoyo a sectores lastimados como los comerciantes, la gente de la tercera edad y los meseros.
Desde mi modesta opinión esa es la línea para seguir en la circunstancia actual, no bastan las recomendaciones sobre el cuidado de la salud, se requieren acciones que faciliten la aplicación de la medida. ¿Pues como resguardarse si no hay que comer? Y aquí es donde brillan por su ausencia las acciones gubernamentales implementadas por los distintos niveles de gobierno, pues la mayoría de estas pretenden evitar la propagación a toda costa, pero no se proponen acciones que resuelvan el problema cotidiano de cada familia.
Aquí es donde está la deuda y arriesgo de desatar la ira e inconformidad de los defensores a ultranza del gobierno federal, aquí carece en absoluto de acciones concretas, salvo los programas ordinarios en apoyo a la tercera edad, becas a estudiantes y que ya en otros momentos he tratado de demostrar lo sesgado de los mismos y a pesar de los intentos de convencernos sobre la universalidad de estos, lo cierto es que aún hay un gran número de mexicanos que no son beneficiarios de lo que se oferta como la panacea social.
¡Urge un plan alimentario nacional!, que se ocupe precisamente de esos sectores que no cuentan con ingresos fijos como son los comerciantes, las trabajadoras domésticas, porque los programas ordinarios no operan ni cumplen su papel en tiempos de contingencia, pues he podido constatar en el contacto permanente con la gente que es igual el miedo al contagio que a la hambruna.
Los antorchistas hemos levantado la voz exigiendo al gobierno federal que instrumente un programa alimentario, por ningún motivo pedimos que se nos entreguen a los dirigentes, sino que lo haga quién lo determine la autoridad pero que se le lleve alimento y aquí no hay lugar a la mezquindad, todos debemos sumarnos a esta propuesta, sin distinción de partido y más allá de ideologías, hoy se requiere ocuparse de los que menos tienen.
Este llamado debe llegar al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien debe abandonar su visión unilateral y escucharnos, si realmente quiere repuntar en las encuestas debe ocuparse del hambre de la gente, no montar cacería de brujas ni acciones estruendosas para recobrar la simpatía popular. Un llamado a tiempo puede evitar que se desborde la situación, de no ser así, ¡Sálvese el que pueda!