Los demagogos de la paridad
LUCÍA LAGUNES HUERTA
Desde que las mujeres fueron excluidas del poder y los espacios de toma de decisión, han tenido que construir el camino de regreso para ocupar su lugar. Durante siglos han tenido que argumentar y demostrar que toda exclusión es nociva para el equilibrio, que es injusto que el grupo numéricamente más amplio de la población no cuente con la representación a la que tiene derecho por el simple hecho de ser parte de la humanidad.
Desde la Convención de Seneca Falls en 1848, en Estados Unidos, hasta la paridad de hoy, en México, el avance por el reconocimiento de los derechos de las mujeres ha sido lento y sostenerlos ha costado la vida, simbólica y real, de muchas mujeres.
Cuando ellas han exigido tomar lo que les corresponde siempre hay una reacción virulenta que busca detenerlas, que las denosta e incluso las llega a asesinar. Olimpia de Gouges (1748-1793) es un ejemplo de la violencia política vivida por las mujeres en la búsqueda por el respeto a su ciudadanía plena, y de ese feminicidio hace ya dos siglos.
Quienes construyeron la exclusión de las mujeres y fomentan la desigualdad han usado todos los argumentos para evitar que sus privilegios y monopolios sean vulnerados; desde dudar que las mujeres tenían alma, en la época que tenerla era importante; hasta dudar de la masa encefálica que poseen, es decir si el cerebro de las mujeres razona. De todo se ha escuchado y hemos visto.
Tan naturalizada es la discriminación y la desigualdad de las mujeres, que los que lo tienen todo no logran sentirse interpelados cuando se señala el abuso. Los monopolistas del poder y los privilegios voltean para otro lado, dejan de prestar atención y simplemente ignoran.
Por ello ninguno de los que hoy coordinarán las fracciones parlamentarias tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados ha dicho esta boca es mía ante la reacción social de la exclusión completa de las legisladoras en estos cargos.
Ninguno se ha sentido en la obligación de explicarle a la ciudadanía cómo es que la democracia paritaria no alcanzó a llegar a los puestos duros del poder.
Muchos de los que hoy guardan silencio fueron funcionarios, gobernadores, secretarios de Estado políticamente correctos, que cada 25 de mes se pintaron de naranja, que firmaron la campaña “He for She”, que se tomaron la foto y dieron la nota de lo que debe hacerse para eliminar la violencia contra las mujeres, que incluso dijeron comprometerse para desterrar la desigualdad, que aseguraron estar a favor de la paridad, que afirmaron que ninguna mujer tiene que vivir la exclusión etcétera…De eso ya no se acuerdan.
Éstos, “los nuevos aristócratas de la democracia”, como los llamó Olimpia de Gouges, “los coleccionistas de capas”, como los calificó Rosario Castellanos, siguen usando el poder expropiado para mantenerlo para ellos y nadie más. Aquí lo políticamente correcto no les conviene.
Ellos han perdido algunos espacios, gracias a la fuerza de las mujeres unidas, como la mitad de las curules y algunas sillas en los gabinetes. Los demagogos de la democracia se niegan a dejar sus privilegios y ser verdaderos demócratas. No están dispuestos a asumir que lo justo es la mitad, y no lo van a hacer sin que las mujeres den la pelea.
El número sí cuenta y ellas tienen que hacerlo efectivo, tienen la mitad de los votos para cualquier decisión y eso tiene un peso que debe ser usado a favor de una causa, la de la igualdad.
“Nada sin nosotras”, han dicho, “no sin mujeres”, “no sin legisladoras”. Para que esto tenga peso es necesario que las mujeres que están dentro de los congresos pacten para avanzar, para romper el techo de acero que las mantiene a límite y para dejar de tener el piso pegajoso para seguir avanzando.
Pactando las mujeres de antes, y las de ahora, han podido avanzar. Creer que alguno de los demagogos de la paridad “ceda” su lugar es tanto como esperar que un salvador nos salve. Tomar el poder desde las mujeres es ejercerlo.
Ninguno de los seis santos varones llega legitimado realmente por su bancada conformada por mujeres y hombres. Ellos fueron ungidos por sus ritos tribales del patriarcado, que ratifica “el poder es nuestro y para los nuestros, porque así ha sido y no hay necesidad que cambie”.
¡Claro que no! En eso coinciden porque si cambia tendrán menos para ellos, y cuando lo han tenido todo por el simple hecho de ser hombres, perderlo, aunque sea por justicia, no es fácilmente aceptado.
Tenerlo claro es fundamental para saber con quiénes sí tenemos que pactar, y eso es con las mujeres, porque históricamente nos ha funcionado para construir un mundo más justo e igualitario. Los demagogos de la paridad serán eso y no más.
*Periodista y feminista, directora general de CIMAC.
Twitter: @lagunes28