Obrador y el fin del presidencialismo
DAVID MONREAL ÁVILA
El triunfo de Andrés Manuel López Obrador, en las que quizá sean las primeras elecciones verdaderamente democráticas de México, marca un antes y un después en la vida pública e institucional de nuestro país.
En su primer discurso como presidente electo Andrés Manuel homenajeó al pueblo de México y a los luchadores sociales que entregaron su vida por construir un estado de derecho libre de autoritarismo, manipulación, violencia y engaños; solo después de ello mencionó a las instituciones, que –dijo-, pueden renovarse y fortalecerse o envilecerse y desprestigiarse, según marque la voluntad política y la participación ciudadana.
Su discurso tuvo la marca característica del sentido humano que guarda la función pública.
En el pasado, los discursos del priismo y posteriormente del panismo ensalzaban las instituciones por encima de la población, hablaban de seguridad nacional en vez de seguridad ciudadana; de mano firme, de control, de poder… El discurso que ayer pronunció Obrador es mucho más actual, enfocado en las necesidades sociales: seguridad, paz, empleo, salud, educación, pero sobre todo con un espíritu profundamente demócrata.
Los seres humanos somos el motivo y fin de toda organización política. Las democracias modernas contemplan la reducción de las desigualdades y la eliminación de la pobreza en el ejercicio presupuestal, lo que marca una política financiera, hacendaria, monetaria y laboral pensada para dichos fines.
“Ha sido muy satisfactorio constatar que incluso los sectores de clase media y no pocos de los más acaudalados manifestaran con su voto el deseo de mejorar la situación del prójimo”, Con esa frase Obrador engloba una nueva visión de nación, en la que las diferencias no impiden la unidad, sino que marcan el camino de la reconciliación.
Por lo demás, dejó en claro que el presidencialismo terminó en México. Acabaron los tiempos en que el ejecutivo federal imponía su voluntad sobre los demás poderes, mandaba sobre los estados y controlaba cada rubro de la función pública con vicarios que solo rendían cuentas al presidente.
“Ofrezco (…) al Poder Judicial, a los legisladores y a todos los integrantes de las entidades autónomas del Estado, que no habré de entrometerme de manera alguna en las resoluciones que únicamente a ustedes competen”, aseguró.
¿Qué diferencia además de las ya mencionadas hubo respecto a los mensajes presidenciales de sexenios pasados? Sin duda la autenticidad. En él se mostró una clara contraposición entre la falsa democracia revestida de discursos, y la democracia verdadera apoyada por un plan nacional de desarrollo, que promete dar –ahora sí-, cabal cumplimiento a las promesas de campaña.
El pueblo mexicano ha vuelto a creer, ha vuelto a gritar con orgullo ¡Que viva México!, pero el camino apenas comienza y debemos enfocarnos en trabajar para que nuestros sueños se vuelvan realidad.