Terminó el periodo de las promesas; llegó la hora de los hechos
AQUILES CÓRDOVA MORÁN
¡CONSUMMATUM EST! Andrés Manuel López Obrador es ya el presidente electo de México por voluntad de una aplastante mayoría que votó por él el 1° de julio. Por fin tenemos un presidente de izquierda, según lo califican muchos de sus seguidores y también muchos de sus simpatizantes en el mundo entero, aunque ignoro cómo se define él mismo.
Por lo que he podido ver, escuchar y leer en el corto tiempo transcurrido desde el día de la elección a la fecha (martes 3 de julio), sé que muchas voces representativas del morenismo aseguran que la contundente victoria de su candidato presidencial es una prueba indiscutible de que su visión sobre la realidad nacional y, por tanto, la problemática que identificaron gracias a ella y las soluciones que proponen, eran y son las únicas posibles y certeras. Concluyen, en consecuencia, que quienes diferimos de su punto de vista y damos una visión distinta de las cosas y de las medidas a tomar en este momento, estábamos y estamos irremediablemente equivocados y debemos auto condenarnos, como aconsejó el poeta, “a no pedir perdón de mi locura, y a morir en mazmorras de silencio”.
Una vez más difiero de este planteamiento, aunque parezca apuntalado por la victoria morenista. Pienso que el apoyo masivo de la gente demuestra una sola cosa, decisiva pero distinta: que el discurso morenista fue el más convincente, el que mejor captó y explotó el estado de ánimo de la masa (un estado de ánimo que, diré de paso, suele comportarse como la espuma de la leche al fuego, aplacarse con la misma rapidez con que se encrespa, cuando no es fruto de la organización y de la educación política paciente y sistemática). Y no es lo mismo, ni mucho menos, ser convincente que tener razón, sobre todo en asuntos tan complejos como la conducción política de un país. Los morenistas ganaron porque convencieron, de eso no hay duda; pero saber si también tienen razón absoluta en sus planteamientos es algo mucho más problemático, que solo ahora, en los hechos y con hechos, pueden y tienen el deber de demostrar. No anticipemos vísperas, por tanto.
Yo seguí con toda atención y sin prevención ninguna el discurso de López Obrador en el estadio Azteca, y puedo decir con toda honradez que me pareció el mejor de toda su campaña. Fue un discurso coherente, preciso, puntual y abarcador. Muy abarcador y completo. En él sí se puede obtener una imagen, bastante bien integrada, de la clase de país que el ahora presidente electo se propone hacer de México en sus seis años de gobierno (o al menos echar las bases del mismo y trazar la ruta a seguir para sus sucesores). Desde este punto de vista, que no es poca cosa, no dejó qué desear a nadie, ni siquiera al más exigente de sus opositores. Diré, otra vez de pasada, que casi al final del discurso, al referirse al financiamiento de su proyecto, volvió a oírse el ritornelo de que todo saldrá de lo que se ahorre con la eliminación de la corrupción, lo que muchos que conocen bien el presupuesto nacional afirman que solo sería posible si se repitiera el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. ¿Quién tiene la razón? Los hechos lo dirán.
Pero retomo el hilo de mi trabajo. Ahora debo decir algo de difícil formulación, al menos para mí: la propuesta contenida en el discurso del Azteca, que por primera vez escuché completa y bien ordenada, resultó, para mi sorpresa, semejante en más del noventa por ciento, por decir lo menos, con el discurso que el Movimiento Antorchista Nacional ha venido construyendo y difundiendo a lo largo de sus 44 años de existencia y de lucha. La dificultad de decirlo obedece a dos motivos que deseo hacer explícitos, por si puedo evitar suspicacias malévolas. Primero, no quiero hacer el ridículo de turiferario tardío y venal cortesano del éxito, que hace genuflexiones propiciatorias ante el poderoso en ciernes. Tengo la columna vertebral bastante rígida para eso. Segundo, tampoco quiero dar lugar a que se piense que pretendo sugerir, ni siquiera por error de formulación, que López Obrador “plagió” el discurso de Antorcha. Sería una idiotez que provocaría una carcajada universal.
Lo que resulta claro para cualquiera es que hablamos del mismo país, de la misma época y de la misma preocupación: la desigualdad, la pobreza y todos los males que se derivan de ambas y que golpean preferentemente a las grandes mayorías populares. Nada tiene de raro o de milagroso, por tanto, que lleguemos a conclusiones muy semejantes. Lo extraño sería lo contrario; y sería una prueba de que una de las partes obra con falta de sinceridad y de honradez intelectual y política. Tampoco puede afirmarse seriamente que nosotros estemos retorciendo y violentando nuestras opiniones para hacerlas semejantes a las de López Obrador. Hay mucho material impreso, grabado y videograbado, publicado de muchos años a la fecha, para documentar suficientemente la coincidencia a que me refiero.
Alguien puede preguntarse: ¿y por qué hasta ahora se reconoce esa coincidencia? Y si existe desde hace tiempo, ¿por qué Antorcha no se sumó a la candidatura de López Obrador? Primera respuesta: porque hasta ahora conocemos de forma completa y confiable, el proyecto de López Obrador y su partido, pero, sobre todo, porque es ante su triunfo, que solo se conoció hace dos días, que se torna indispensable precisar nuestras opiniones y propósitos políticos, de los cuales dependerá nuestra actuación bajo la nueva administración. Segunda respuesta: son muchos y significativos los factores que explican nuestra alineación, pero el esencial, como dijimos oportunamente, es nuestra distinta lectura de la coyuntura nacional y mundial. Estamos convencidos de que el éxito de un proyecto social no depende solo de su bondad y acierto, ni solo de la voluntad de quienes lo abanderan; hace falta que estén maduras y completas (relativamente) las condiciones objetivas para su aplicación. Cualquier intento de cambio, así sea el mejor, si se adelanta o se atrasa a sus circunstancias, fracasa o acaba sometiéndose a las limitaciones que la realidad le impone, es decir, convirtiéndose en puro ruido, en humo de pajas.
Creemos que la situación actual de México y del mundo no son, todavía, las que necesita un golpe de timón serio y profundo en favor de las empobrecidas masas mexicanas. Incluso creemos, y debo decirlo con toda claridad, que el mismo pueblo de México no está maduro para resistir el fuerte oleaje que un cambio así provocaría. Hace falta educarlo un poco más y organizarlo para resistir, y no solo para votar. Eso precisamente es lo que viene intentando Antorcha desde hace 44 años. ¿Nos rezagamos sin saberlo y Morena vio y aprovechó mejor la coyuntura? ¿O tenemos razón y el fracaso o la transformación del cambio en un parto de los montes es como nosotros tememos? Esta pregunta cardinal, obviamente, no puede contestarse solo con el discurso, solo recurriendo a la lógica abstracta para buscar la respuesta. Es absolutamente indispensable dejar que hablen los hechos, dejar que la teoría se contraste con la última e irrefutable prueba de verdad, que es la realidad material. Dejemos, pues, que gobierne López Obrador, en paz y con todos los medios del poder nacional a su alcance; no intentemos crearle obstáculos artificiales para hacerlo tropezar y así poder decir que la razón estaba de nuestra parte. Esto es, justamente, lo que se propone hacer Antorcha a partir de ahora; y por eso y para eso era necesario subrayar la coincidencia con su discurso al tiempo que reiterar nuestras legítimas dudas. ¿Basta el combate a la corrupción para sacar a México del hoyo en que se encuentra? ¿Están maduras las condiciones nacionales e internacionales para un experimento de tal envergadura?
Pero está claro también que, para que esta oportunidad que todos debemos darle a la práctica no sea un suicidio político, la muerte definitiva de las esperanzas de un pueblo, hace falta que el triunfador deje vivir y actuar a quienes proponen una alternativa diferente. Quienes hoy se alzan con el triunfo, no deben actuar como si con ellos llegásemos al fin de la historia; como si después de ellos ya no quedara más qué hacer o qué perseguir. Un tal dogmatismo, un fundamentalismo de izquierda así, dejará al país sin opciones en caso de que ellos fracasen, o lo precipitará en choques y conflictos innecesarios que dificultarán su avance, si obligan a las otras opciones a defenderse del aniquilamiento. El respeto a la existencia y a la actividad del Movimiento Antorchista Nacional será un reto y una prueba más para la voluntad democrática, revolucionaria y popular de López Obrador. De eso tampoco debe haber ninguna duda.