2018, año difícil para Oaxaca

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

El año se pinta difícil para Oaxaca. El proceso electoral atravesado por una reconstrucción delicada y costosa, la bancarrota del sistema de salud que vulnera los derechos humanos de la población, los rezagos de la educación pública, aunado a la crisis financiera que atraviesa el país entero, y lo que pudiera acumularse.

El dolor y la desesperación no parecen buenas compañías, pero están juntas en esta entidad de la cual se presume su cultura multiétnica, pero que sigue negando a esos mismos pueblos sus derechos fundamentales. La dichosa postal folclórica sin fondo ni forma.

Recién conocí la Escuela Secundaria 248, ubicada en la agencia municipal de Santa Rosa en la capital oaxaqueña. Sin duda, me parece terrible la condición en que las y los adolescentes reciben clases en aulas de lámina y madera, sobre pisos de tierra que levanta millones de partículas de polvo a cada segundo. Me pregunto, ¿eso no tendrá consecuencias?

Ahí, en esa esquina de esta emblemática ciudad, se puede observar cómo desde hace seis años, profesorado y familiares del alumnado se instalaron y muy recientemente se inició la construcción de sus aulas, que podrían estar listas en varios meses más. Las viejas letrinas dieron paso hace unos meses a sanitarios mejor construidos, gracias a las aportaciones de las familias.

¿Qué no que la educación pública es gratuita? Sorprende cómo a las autoridades responsables de la educación en Oaxaca ese tipo de instalaciones no les preocupa. La grilla sistemática con el magisterio ha prevalecido sobre los derechos fundamentales de la niñez oaxaqueña. Alguien duerme el sueño de los justos, eso sí que ni qué. Aurelio Nuño anda en precampaña vestido con su falta de conciencia y ni que decir de quienes gobiernan o han gobernado Oaxaca.

El otro sistema quebrantado en Oaxaca es el de Salud, no de ahora, sino desde hace mucho tiempo. Lo último, es la lucha que durante al menos dos semanas han sostenido algunos buenos y brillantes médicos y médicas oaxaqueñas para rescatar su dignidad pisoteada, porque los tachan de aviadores, holgazanes y, para colmo, les mientan la madre desde la burbuja que da el poder de ser el titular de los Servicios de Salud en Oaxaca. Es decir, desde el mismo Juan Díaz Pimentel.

Se trata de un sistema público que debería brindar otro derecho fundamental a la sociedad: el derecho a la salud, quebrantado por el desfalco de millones de pesos que enriquecieron a sus titulares y su séquito durante años; incluyendo, dicen, a quien hoy repite en el puesto y que en la política local se califica como una imposición del padre del actual gobernador de Oaxaca.

El Hospital Dr. Aurelio Valdivieso, símbolo de la atención, hace muchos años está

en bancarrota. Durante meses, el personal médico y administrativo ha demostrado que hasta las sábanas tienen hoyos, que falta material y medicamento; más aún, equipos. Y lo único que sigue sosteniendo al hospital es el profesionalismo de muchos de quienes integran el personal que, para salir adelante, prestan sus equipos y hasta colectan medicamentos para cumplir con su deber, hasta donde humanamente les es posible. Pese a ello, de golpe y porrazo les dicen aviadores.

Todo esto crea inconformidad y muestra el desaseo de la política local, que, ante la emergencia, quieren derribar al monstruo de la corrupción desde el punto más débil y delgado: el personal que es tratado igual que quienes no cumplen con su deber, aplicando la regla de barrer parejo para colapsar el sistema. La pregunta es que si esto sucede en la capital oaxaqueña, imposible imaginar lo que pasa en otras localidades alejadas donde nadie los ve ni los oye.

Sin duda, no es esta la forma para recomponer, en la medida de lo posible, lo que sucede en Oaxaca con la salud, porque las repercusiones de llegar a despedir a quienes sí trabajan —personal especializado, una mayoría mujeres— recaerá sobre quienes buscan en la institución salvar la vida. El pequeño detalle que olvida quien tomó la decisión y que, encima, actúan como gánsteres, al llamar y amenazar a quienes han dado la cara para defender su derecho al trabajo y, como dicen, de servir a la gente.

Aunado a todo esto, en regiones como el Istmo, la desesperación, consecuencia por los daños causados por los sismos ocurridos en septiembre, cobran niveles temerarios ante la falta de respuesta o porque la respuesta resulta insignificante para quienes lo perdieron todo: familiares, fuentes de trabajo y sus hogares. Esto dicho por las autoridades municipales, quienes al final de la cadena son las y los que dan la cara ante sus gobernados.

La destrucción está en cada calle de cada municipio. Son miles las familias afectadas, las cuales cada día se sienten más solas. Y ahí están las mujeres al frente de sus familias. Sus rostros reflejan cansancio; no pueden acostumbrarse a vivir bajo casas improvisadas, dañadas o en casa de familiares. Se nota el estrés, la tristeza, la desesperanza.

Son ellas las que siguen respondiendo estoicas a su mandato de género, al cuidar, alimentar, curar; de ser pacientes y hacer milagros con lo poco que tienen, porque la voracidad de comerciantes también está presente. Hasta ahora ninguna instancia responsable de políticas pública de igualdad ha dicho: “Esta boca es mía”. Se necesita mucho para reactivar la economía de esos municipios que sienten —como decía mi abuela Lucha— que están alejados de la mano de Dios.

En contraste, quienes buscan un cargo de elección popular, ya en precampañas, empiezan a derrochar recursos con registros populares, música de banda y acarreados por miles. Es como contar dinero frente a los pobres. Ni más ni menos.

Por eso digo que será un año difícil, y para la política lo será aún más. El resultado será de pronóstico reservado, pues la mística es lo más que se ha perdido. Y aunque se juega al olvido, a la gente no se le engaña, menos cuando hay hartazgo. Como en todo el país: hay un juego de priistas vueltos a la “izquierda”, de izquierda vueltos a la derecha y de derecha vueltos al priismo. Al final, todo parece llevar el mismo sentido para mujeres y hombres: alcanzar el poder a como dé lugar.

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