Claveles Verdes: Ser migrante y transexual
HERACLIO CASTILLO
Hace unas semanas conocí el caso de una zacatecana transexual que actualmente vive en la frontera, en Tijuana. Lleva en aquellas tierras alrededor de cinco años, tiempo en el que no ha podido encontrar un empleo formal ante la falta de documentos oficiales que la identifiquen.
Como se recordará, en el año 2015 entró en vigor un nuevo sistema de interconexión digital entre las oficinas de Registro Civil de todo el país, lo que permitiría la expedición de documentos oficiales desde cualquier punto de la República e incluso en las embajadas de México en otros países.
El único problema es que no todas las oficinas de Registro Civil están interconectadas y en esos casos alguien debe acudir directamente para solicitar sus documentos. Sin embargo, en el caso que comento se ha pedido a esta chica que acuda personalmente, incluso a pesar de los esfuerzos para apoyarla por parte de la Secretaría del Zacatecano Migrante o de la Oficina de Representación de Zacatecas en Baja California.
Sé que no es el único caso de zacatecanos en la frontera que viven esta situación, aunque el problema se agudiza cuando hablamos de los supuestos albergues para migrantes. Hasta donde tengo entendido, en Tijuana existen al menos seis de estos espacios (puede haber más, no lo recuerdo), aunque solo dos son operados por el gobierno (los otros pertenecen a asociaciones religiosas). En ningún caso hay protocolos de atención a la comunidad LGBT+
En estos albergues, que carecen de supervisión de las autoridades, se registran numerosas violaciones a los derechos humanos de los migrantes, aunque en el caso de la comunidad trans* esta situación se vuelve incluso denigrante, empezando por el hecho de que las mujeres trans* no son enviadas a espacios para mujeres migrantes porque no se reconoce su identidad sexual, sino que son canalizadas a espacios para hombres.
Lo mismo ocurre en el caso de los hombres trans*, aunque para ambos es común la violencia física, psicológica y sexual una vez dentro de estos albergues. El abuso sexual parece la constante y la situación se replica en las cárceles de todo el país, de ahí la necesidad de educar a las autoridades sobre el tema y generar protocolos de atención específicos para la comunidad LGBT+
Aquí en Zacatecas he conocido algunos casos de migrantes trans* centroamericanas que no gozan del mismo privilegio que Camila Jiménez Sáez, estudiante colombiana que acusó a autoridades de la Universidad Autónoma de Zacatecas de supuesta discriminación por ser trans* cuando en realidad no se sujetó a los lineamientos de la institución, a pesar de tener todos sus papeles en regla. Su voz fue escuchada porque su estancia en el país era legal; cuando eres migrante ilegal, no tienes voz, no tienes rostro. Cuando eres migrante y trans* tampoco tienes identidad, no tienes nombre; pasas a formar parte de las estadísticas, no más.
Ojalá que nuestras autoridades no solo de Zacatecas, sino de todo el país, impulsen las reformas pertinentes en sus reglamentos y se generen estos protocolos de atención a fin de garantizar que también la comunidad trans* puede gozar de los mismos derechos como cualquier otra persona.