Tiempos electorales: la misma vieja película manipuladora
AQUILES CÓRDOVA MORÁN
Con fecha 6 de marzo de este 2017, leí en el portal sinembargo.mx la siguiente información “sensacional” encabezada así: “El rancho del hombre fuerte de Eruviel: 136 autos de colección, lago artificial marca Higa, zoo…”, y a renglón seguido: “con 40 años de ocupar puestos públicos y amasando fortuna y poder político junto a su familia, José Manzur Quiroga, Secretario de Gobierno en el Estado de México, posee un rancho, ubicado en la carretera Atlacomulco-Toluca, con zoológico y almacenes con una colección de 136 autos, la mayoría Ford Mustang, de acuerdo con descripciones de trabajadores de Grupo Higa, propiedad de Juan Armando Hinojosa Cantú, asignados para construir ahí un lago artificial”. Ya en el cuerpo de la nota, que firma la reportera Sanjuana Martínez, se repite la información citada, pero se añade, después de un punto y aparte: “El priista, amigo de Enrique Peña Nieto y Arturo Montiel Rojas, perteneciente al llamado Grupo Atlacomulco que ha gobernado por décadas al Estado de México, lleva 40 años amasando fortuna junto a su familia, al amparo del poder político”. Nuevo punto y aparte para agregar: “Y no lo oculta, al contrario, el funcionario del gobierno de Eruviel Ávila Villegas ha hecho público (sic) una parte de su fortuna en sus declaraciones patrimoniales. Hace 6 meses, en su declaración «3 de 3» afirmó tener una fortuna superior a los 85 millones de pesos en propiedades, empresas, autos, joyas, obras de arte y caballos”. Hasta aquí la cita textual.
Quien quiera leer la nota completa podrá enterarse, además, de que un medio hermano de José Manzur se halla involucrado en cuestiones de narcotráfico, y de que tan detallada información le fue proporcionada a la reportera por un grupo de trabajadores que, casi por pura casualidad, lograron acceder a los secretos del rancho a pesar de la prohibición expresa de sus patrones, tomarse fotos junto a la rica colección de autos y añadir comentarios críticos sobre la corrupción de los políticos mexicanos. Excuso decir que ni puedo ni quiero respaldar o rechazar esta “información sensacional”, y que al Secretario de Gobierno del Estado de México sólo lo he tratado en muy contadas ocasiones y exclusivamente para tratar asuntos que son de su competencia, razón por la cual tampoco tengo motivos para sesgar en algún sentido mi opinión sobre la nota de referencia. Dicho esto, afirmo que no deja de sorprenderme (como seguramente ocurrirá con cualquier lector de noticias de mente alerta y con alguna capacidad crítica) la afortunadísima coincidencia de que, justamente en estas fechas de alta carga política y decisiones electorales importantes, un simple pero avisado grupo de trabajadores haya tropezado con un verdadero filón noticioso, haya sabido aprovecharlo tan completa y profesionalmente y se haya apresurado a localizar a la reportera Sanjuana Martínez para dar a conocer su hallazgo al país y al mundo. Esto, más que a milagro, despide un fuerte tufo a maquinación perversa para pegarle en el centro de la diana a uno de los aspirantes a la candidatura priista en el Estado de México.
Tan “sensacional” noticia, me obliga también a reflexionar sobre la verdadera situación que guarda la corrupción en el país. En múltiples ocasiones me he manifestado en desacuerdo con la forma en que personajes de los medios, que blasonan de una moralidad a toda prueba, razonan y arman sus denuncias contra los corruptos y la corrupción que nos ahogan. Esas denuncias se formulan, casi siempre, dando por hecho que la corrupción sólo afecta a los miembros de la clase política, cuando es muy fácil demostrar que no es así; que igual, o incluso más corrupción existe entre las clases adineradas, con el agravante de que esta corrupción privada no se mide en decenas de millones, como en el caso de Manzur, sino en decenas (y aún centenas) de miles de millones de pesos, que causan un verdadero agujero negro en las finanzas nacionales y que los Quijotes anticorrupción se niegan a ver o callan intencionalmente. De paso diré que, aunque la intención de la reportera es irónica, hay dos atenuantes en su denuncia: 1º que Manzur no oculta el monto de su fortuna; 2º que parte de ella la representan sus empresas. De ambas cosas se desprende que no es lícito acusarlo de enriquecimiento ilícito sin antes probar que miente en ambas afirmaciones. Sobre si ha prosperado al amparo del poder político, diré que me gustaría conocer a un empresario, grande, mediano o chico, que pueda probar su total independencia respecto de ese poder. Sería como encontrarse con el unicornio azul que perdió Silvio Rodríguez.
Mi desacuerdo con el “combate a modo” de la corrupción, también nace del carácter selectivo de las denuncias mediáticas. En efecto, al chivo expiatorio en turno le recargan de tal manera todas las culpas y todas las tintas, que resulta muy difícil escaparse a la conclusión de que tenemos en la picota al único corrupto que hay en México, o al menos a aquél cuyos delitos de peculado, de prevaricación con los fondos públicos, resultan ser los peores, los más gigantescos y desvergonzados jamás vistos ni oídos. Y también aquí, nadie ignora que esto no es cierto; que vivimos una situación tal y tan grave, que no es exagerado decir que, puestos a cazar y a denunciar corruptos, nos veríamos en serio aprieto por el exceso de material, y más aún para acertar a señalar al más culpable de todos. Si esto es así, ¿por qué señalar y ensañarse con uno solo? ¿Cómo explicar la ceguera de los cazadores de corruptos, que dejan de ver un tupido bosque de ejemplares para centrase sólo en uno que, normalmente, ni siquiera es el peor o el más poderoso? La respuesta no ofrece dificultad: no es la moral pública ni el deseo de acabar con la corrupción lo que mueve al denunciante, sino un interés oculto y muy alejado del honrado propósito de combatir el saqueo de la hacienda pública. Y si, por añadidura, la farsa se produce en época electoral, hay que ser retrasado mental para no darse cuenta de lo que realmente se mueve en el fondo de todo.
Ítem más. Es también algo muy sobado, la comedia, la fiebre de “alianzas” que se desata sin recato alguno en cada período electoral. Todos los partidos, sin distinción de tamaño o ideología, buscan frenéticamente llegar a “acuerdos” con quien sea, incluso con quien apenas el día anterior se habían cruzado descalificaciones y furiosas invectivas que presagiaban una nueva “guerra de los cien años” entre los antagonistas. Eso era ayer; hoy, los enemigos jurados se juntan, se reúnen, olvidan como por ensalmo las “severas críticas” y las “denuncias públicas” y “el pro hombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. Lo que importa es llegar a la silla del poder a como dé lugar. Esta actitud entraña dos cosas de mucha importancia para los intereses y el futuro de las mayorías, de los menos favorecidos del país. La primera es que estas “alianzas”, estos chalaneos entre partidos, borran de un plumazo las diferencias de principios, las distintas visiones y los distintos proyectos de país que son los que justifican la pluralidad de partidos en un país como el nuestro. Los votantes, en su inmensa mayoría trabajadores, pobres y desempleados hijos del pueblo, se quedan sin opciones, sin una verdadera posibilidad de elegir, entre diversas ofertas políticas, la que más se acomode a sus intereses. La democracia misma pierde radicalmente su razón de ser. La segunda cosa es que en estas “negociaciones” sólo cuentan los intereses, las ambiciones de poder y de riqueza de los gerifaltes de esos “organismos de interés social” que son los partidos; el pueblo humilde, sus legítimos intereses y carencias no cuentan aquí; nadie se preocupa por ellos; sus miserias y sus esperanzas de un futuro mejor van al desván de los trebejos inútiles con tal de alcanzar la anhelada “unidad”, que solo en apariencia es “contra natura”.
Así pues, tanto el “sensacional descubrimiento” de la riqueza de José Manzur como las “alianzas” ya tejidas o por tejerse en esta época electoral, no son de ningún modo lo que parecen o lo que dicen ser, sino maniobras bien calculadas para repartirse el pastel entre los afortunados del sistema, sean empresarios o políticos, y, al mismo tiempo, para deshacerse de rivales molestos o insumisos que pretenden pasar sobre las decisiones de los verdaderos dueños del país y para confundir y manipular a las masas a fin de orientar su voto en el sentido que a esos poderosos conviene. En resumen, no nos confundamos: se trata de la misma vieja y manida película que nos pasan cada vez que hay elecciones, misma que les sigue funcionando gracias a la desorganización y despolitización del pueblo. El remedio no es otro que organizarse y educarse para tener voz, voto y un proyecto propio de país que tome en cuenta a los desheredados de la tierra. ¡Y esa es, precisamente, la línea del antorchismo nacional!