Diarrea misógina
SOLEDAD JARQUÍN
Sucedió que un día parte del mundo se molestó porque las mujeres buscaban sus derechos, porque una buena parte de esas mujeres empezaron a hablar de las ofensas recibidas, porque se incomodaron frente a la desigualdad que las ningunea y, peor todavía, las golpea, las maltrata y las asesina.
Así hemos llegado al siglo XXI. Han pasado muchos años, tres centurias quizá, desde que las mujeres, de manera más o menos estructurada, empezaron a plantear que estaban molestas (oprimidas y marginadas) con «el orden» de las cosas, porque entre otras cosas se ha encontrado que no son estructuras naturales las que se imponen a las mujeres sino construidas y la osadía en el siglo XXI es que se pueden volver a construir…pero una buena parte del mundo piensa que luchar por los derechos de las mujeres son «tontejadas».
Y es que la descalificación es el arma permanente del patriarcado. Es idénticamente igual a ocultar los alcances y logros de las mujeres a lo largo de la historia, mujeres invisibles que desafiaron al mundo para que toda la humanidad pueda hoy gozar de increíbles beneficios, desde el baño María, hasta María Curie y las miles de mujeres que les siguieron en la ciencia, por ejemplo. Muchas de ellas mexicanas y que desde enero pasado podemos leer una a una en la Agenda 2017 que editó el Inmujeres, con una investigación hecha por un grupo de periodistas.
Hay una realidad insoslayable, pocas veces dicha con claridad: muchos hombres están enojados. La manifestación más común la sufren las mujeres «que se atreven a candidatearse y, peor, que se atreven a ganar», como citó el pasado viernes en la presentación de la Red de Mujeres por la Igualdad Sustantiva (MUPI) la excandidata presidencial Cecilia Soto, hoy diputada federal del PRD.
Hay muchas formas de llamar al enojo que es manifiesto y constante de esos hombres -no todos-, frente al desafío que hace tres centurias iniciaron las mujeres y que hoy más que nunca acceden a los cargos de decisión, gracias a la paridad, producto de una lucha que inició hace ya casi un siglo en México.
Mujeres que lucharon y siguen luchando día con día para afianzar el camino que ya se ha andado y que la generación actual tendrá que consolidar, bajo el paradigma de que las cosas se pueden transformar.
Ese enojo, frente al avance de las mujeres, se expresa con palabras, imágenes y hechos que revelan desde ignorancia supina hasta misoginia concreta, pasando por una larga lista de adjetivos, pero nunca tantos como los que existen para menospreciar, excluir, vituperar, maltratar o desprestigiar o violentar la vida de las mujeres.
Y no es una sino miles las mujeres que cada día se enfrentan a esos hombres, con poder o sin él, fanáticos del machismo, miopes y estancados en el pasado, dispuestos a no reconocer que las mujeres son como ellos, seres humanos y por tanto tienen la posibilidad de vivir sin violencia, de cualquier tipo.
En México hace 10 años se promulgó la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. Un logro fundamental, sin duda, pero que nos deja ver con claridad cómo las resistencias son totales. De ahí que lamentemos que cada día en México siete mujeres sean asesinadas en promedio por razones que tienen que ver con haber nacido mujeres, es decir, reflejo de una arcaica manera de pensar.
Por increíble que parezca, la humanidad ha avanzado vertiginosamente en la ciencia y en la tecnología. Somos una generación cada día sorprendida por la tecnología, incluso, por la que llevamos en los teléfonos celulares y no tenemos un «dispositivo» contra la violencia machista. No existe aún. Eso hace necesario escarbar en el cerebro humano, pero la clave es cambiar, tener otra mirada.
De lo contrario, en verdad, seguiremos viendo la violencia tan normalizada todos los días. La violencia que se ha metido en todos lados de nuestras vidas y que empieza por esa diferencia con la que se mira a las mujeres, de quienes se cree fervientemente son inferiores e incapaces.
Ejemplos sobran: Gabriela Maldonado azotada con un «tuchi» hasta el desmayo, para que a las mujeres de San Martín Peras les quede claro que ni putas, ni en la política.
Miriam Hernández Casanova, agente vial, maltratada por doble vía ya que tuvo que otorgar «perdón» a su agresor y lo único que se llevó a su casa, además del mal momento que le hicieron pasar, fue un paquete de pastillas de impunidad.
Todas presidentas municipales y síndicas electas a quienes se les pretende arrebatar el triunfo para que los hombres usurpen sus lugares. Casos que sobran en Oaxaca.
La burla y el hostigamiento mediático por decir lo que piensan, por vestir como se les dé la gana, por ascender al poder, por estudiar o por no estudiar, por crecer o por ser pobres.
El problema de la violencia sexual y el feminicidio, la desaparición de mujeres con fines de explotación sexual, el hostigamiento en el trabajo, los salarios menores por ser mujeres, la indiferencia del personal médico para atender a las mujeres cuando van a parir…
Como sea, la violencia contra las mujeres empieza con la pretensión de hacerlas invisibles, con ignorarlas y con la acción permanente de exhibirlas. Ojo, todo eso tiene nombre y apellido: se llama violencia de género contra las mujeres, misoginia, machismo.
Twitter: @jarquinedgar