Detener la violencia

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

Cuando las mujeres de Ciudad Juárez, en específico Esther Chávez en la década de los noventa, empezaron a contar a las mujeres, jóvenes la mayoría de ellas, que eran sacrificadas en horrendos crímenes en aquella ciudad fronteriza mexicana, no podíamos imaginar que el fenómeno del feminicidio estaba extendido en todo el país, en mayor o menor medida según la región, como años más tarde demostraría una investigación realizada por la Cámara de Diputados en 2006.

Si analizamos la prensa del siglo pasado encontraremos que los asesinatos de mujeres han estado presentes, incluso, como sucedía en Oaxaca hacia la mitad del siglo pasado, el asesinato de mujeres era nota de ocho columnas y, además, era tan frecuente como ahora. Después se inventó la sección policiaca, que en la jerga periodística se conoce como nota roja.

Transcurrieron décadas hasta que el feminismo, a través de los estudios de género, develó una verdad y lo cambió todo. No tiene el mismo fondo asesinar a un hombre que asesinar a una mujer. Los homicidios de hombres tienen una relación directa con la violencia entre los hombres, el ejercicio del machismo que se canta a todo pulmón, con o sin alcohol de por medio, y que dice “que la vida no vale nada”.

Hoy sabemos, a ciencia cierta, que la violencia contra las mujeres, conocida como violencia feminicida y el feminicidio, tienen un punto fundamental: se ejerce contra las mujeres por ser mujeres, es decir, a partir de la suposición de que los hombres son superiores a las mujeres y, por tanto, pueden hacer con ellas lo que se les venga en gana. Desde esa visión se despoja a las mujeres de toda humanidad y se les condena a ser objetos, cosas, propiedad de los otros.

Para que nos entendamos debo preguntar ¿Qué hace usted cuando algo ya no le sirve? ¿Cuándo ya no lo quiere? ¿Lo rompe o destruye o hace cachitos? ¿Lo tira? ¿Lo abandona en un basurero? ¿Lo regala para que otra persona use esa cosa? ¿Lo quema? Si es papel lo pasa por el procesador que lo transforma en confeti literalmente. Eso pasa con las mujeres cuando sufren violencia feminicida y el feminicidio. Así se les ve, eso se les considera: basura.

En estos días escuchamos toda clase de discursos oficiales y no oficiales, improvisados y preparados. Pero hay una idea concreta: se reconoce, tanto en el ámbito internacional como nacional, tanto por las académicas, como por las activistas y, mejor aún, también las instituciones hablan der su gravedad, se dice que estamos frente a una pandemia, ante un grave problema nacional.

No es para menos, INEGI también nos dio luces sobre los fríos números, las estadísticas que revelan que sí, que efectivamente estamos frente a un problema serio y grave, que pese a todo lo hecho, como el incremento de las acciones afirmativas, que se volvieron políticas públicas, el nacimiento de instancias e instituciones para la impartición de justicia y las exclamaciones de cero impunidades y las demandas de alerta, nada…nada de verdad. Es como si la sociedad estuviera enferma y pese a todo, la paciente sigue enfermando.

Los números, tasas, estadísticas de INEGI muestran esa tremenda realidad, vamos en aumento: entre 1990 y 2006 el promedio de asesinatos contra mujeres cometidos en el país era de cuatro; entre 2007 y 2012 aumentó a seis, y entre 2013 y 2015 llegó a siete crímenes diarios.

Ya lo gritamos, ya lo analizaron las académicas, ya hicieron algo (aunque no todo) las instituciones. Todavía sigue ausente una enorme mayoría de hombres y mujeres a quienes parece no importantes.

Nos falta cerrar el círculo: más comunicación, campañas reales, permanentes, constantes, efectivas, cada día, cinco minutos…por los medios comerciales y públicos, que nadie se quede afuera, ni las radios indígenas ni las comunitarias, ninguna. Nos falta que los medios se obliguen a desaparecer de sus textos la sistemática apología de la violencia que criminaliza a las mujeres, revictimiza, que le pone el foco a las víctimas pero se lo que quita al maltratador, al victimario, al feminicida.

Es importante reconocer en la violencia machista es un delito grave, que deja SIETE mujeres por día asesinadas. ¿De verdad no les importa? ¿qué vamos a hacer? ¿Qué harán los nuevos gobernantes, los que están entrando y entrarán en los próximos días? ¿Las futuras autoridades municipales, qué piensan hacer?

Quienes persiguen a los criminales y quienes los castigan tendrían que ser eficientes, mostrar que esas violencias contra las mujeres no se deben tolerar por machistas, por retrógradas, porque demuestran una especie de analfabetismo funcional y que las mujeres, sobre todo las mujeres, dejen de sentirla como normal, porque no es normal, no es designio divino soportar la violencia, tampoco mandato social. No es cierto, la violencia se rompe a tiempo o te rompe y nos rompe como sociedad.

La violencia es un delito, por tanto, se castiga, se debe castigar. Para terminar con esta pandemia, como dicen, tenemos que terminar con la burocracia equivocada, con la que se acostumbra ante el dolor de las otras personas, no permitir que el aburrimiento invada al funcionariado. Castigar la deshonestidad, no permitirla.

Necesitamos hacer mucho frente a la violencia feminicida y el feminicidio. Pero si hoy los cuerpos legislativos y edilicios, los tribunales de justicia, quienes juzgan, no dimensionan la gravedad del problema, no sería difícil que un día sean ellos y ellas las víctimas de lo que hoy parece lejano, de lo que les pasa a las otras familias. Y sí, necesitamos poderes ejecutivos con menos discurso y más acción, más respuestas, más respeto y eso incluye al funcionariado, al personal médico, al magisterio.

Lo único que sé es que si hoy no hacemos nada. Si no dejamos de pulverizar el esfuerzo, de caminar por rumbos distintos…En el futuro podríamos lamentar profundamente lo que no hemos sido capaces de resolver por ser una sociedad omisa, apática, sumisa…

Nuevo gobierno

Esta semana en Oaxaca habrá nuevo gobierno. Desaparecerá el Instituto de la Mujer Oaxaqueña y en su lugar habrá una Secretaría de la Mujer Oaxaqueña. Nada nuevo bajo el sol. Para dirigirla –dicen quienes saben- reciclarán a una ex titular del IMO, una que por cierto dejó mucho que desear en el corto tiempo en el que estuvo. Incluso declaró en algún momento que “el tema de género no le interesaba”. En fin. Alejandro Murat no la tiene fácil en todos los sentidos, pero en el caso de las mujeres, la tiene complicadísima, porque el mayor reto al que se enfrenta es el oportunismo político.

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