Obama en Cuba
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Llovía y no estaban en Londres: se veían relajados, contentos, como de vacaciones. La imagen quedará en los anales de la historia: el presidente de los Estados Unidos y su familia paseando por las calles de la Habana vieja. ¿Qué pensarían en esos momentos, respirando el salitre que carcome los añejos edificios, tan cerca –casi a vuelo de pájaro- de la majestuosa y pujante ciudad de Miami, llena del sabor latino que los inmigrados cubanos han sabido imponer en la península de la Florida?
Asombro será, sin duda alguna, lo que quede en su memoria. También sentirán culpa porque el férreo embargo impuesto durante décadas sobre la isla, ha dejado sus huellas de carencias materiales y de amargura por la separación de las familias. Si Donald Trump se ufana del muro que quiere construir, los poderosos han hecho su parte por poner una tapia enorme, por mar y por aire, para separar a Cuba del mundo occidental.
Asombro es la palabra perfecta para definir la cara de Obama: ¡cómo puede un pueblo sonreír y bailar como lo hacen ellos, en medio del aislacionismo internacional! Porque Cuba ha vivido la lucha en la carne y el dolor de cada uno de sus hijos. Porque, a pesar de todo, se han mantenido firmes y sólidos en torno a ideales que tantos otros pueblos han perdido en el camino de la persecución del oropel y el consumismo.
Ya llegaron los americanos. La avalancha ha alcanzado a Cuba. Es incierta la realidad en el mediano plazo, si bien el cambio generacional en los dirigentes habrá de presumir la apertura al largo túnel de la occidentalización. Sufrirán más, seguramente, sobre todo para no perderse en la vorágine que el gigante pretende imponerles, así sea “por las buenas”.
Con la comitiva del presidente estadounidense arribaron nada menos que mil 500 periodistas: de ese tamaño es la expectación generada. No se esperan muchos avances en las pláticas entre Raúl Castro y Barack Obama pero, ni falta que hace. Esta es una visita de imágenes: las fotografías y los videos valdrán por mil palabras. Lo que ocurra entre los cancilleres y las áreas de seguridad de los gobiernos será otra historia, que está rebasada ya por los pasos de un hombre caminando por la Habana, con la Presidencia de la nación más poderosa del mundo sobre sus hombros.
Volvería a morir el presidente Kennedy -y esta vez no de bala- si pudiera ver lo que atestiguan hoy sus compatriotas, sobre todo después de la alta tensión que tuvo que vivir en la llamada “guerra de los misiles”, una de las mayores crisis, junto al Bloqueo de Berlín y a los ejercicios militares Able Arche (que realizó la OTAN en 1983 en Bélgica y que implicaron el lanzamiento de misiles), una de las mayores crisis que vivieron los bloques socialista y occidental durante la Guerra Fría. Fue en la de Cuba cuando más cerca estuvo el planeta del estallamiento de una guerra nuclear. De hecho sólo dos veces en la historia se ha alcanzado un DEFCON 2 en Estados Unidos, la máxima alerta militar en aquel país. La crisis abarca el período comprendido entre el descubrimiento de los misiles el 15 de octubre de 1962, hasta el anuncio de su desmantelamiento y traslado de vuelta a la URSS el 28 de octubre de ese mismo año. El mundo vivió la zozobra de la catástrofe nuclear por lo menos hasta pasado enero de 1963.
Hoy esos tiempos parecen lejanos: buena parte de la población americana no había nacido cuando esos graves sucesos tuvieron lugar, y tal vez no acierten a valorar el logro de la distensión con Cuba, sin duda uno de los asuntos por los que Barack Obama será recordado cuando se haga el recuento de las obras trascendentes del siglo XXI. El Papa Francisco envuelto también en esta bandera del éxito internacional, no puede dejar de ser mencionado aquí: su trabajo de estadista es de primer nivel.
El mundo seguirá su marcha pero no será el mismo después de ahora: la historia se comenzará a escribir de nuevo. Que sea para bien.