Cuando “el amor” es abuso
ARGENTINA CASANOVA
En la violencia sexual contra niñas y niños intervienen diversos factores y formas de dominio; la constante innegable es que además de ser violencia sexual hay condiciones de explotación amorosa por la relación de control y poder del adulto sobre el o la menor de edad.
Contextualizar así el matrimonio infantil forzado y el estupro nos permitirá entender el alcance de la afectación en la vida de las niñas.
Emprender la desnaturalización de un tema tan complejo y normalizado en un país como México implica revisar a conciencia aspectos que favorecen que la violencia sexual sea defendida incluso desde y con argumentos institucionales.
Hasta ahora se duda de que el matrimonio infantil sea un problema. Hay quienes preguntan ¿es un problema grave? Lo cual me hace reflexionar acerca de su naturalización, pues está ocurriendo en todo el país.
En gran medida la violencia sexual a través del “matrimonio o la unión de niñas” con hombres mayores es una pieza clave para comprender la violencia de género en México.
No me ocuparé ahora del reclamo del derecho a la sexualidad de las adolescentes, que no defienden con el mismo vigor la interrupción del embarazo o a postergar la decisión de casarse o unirse en pareja por no tener la edad suficiente. Por ahora abordaremos sólo una de sus aristas.
El tema afronta resistencias graves, así lo demuestra el argumento a favor del matrimonio infantil que dan funcionarios responsables de la protección de la vida de las niñas; dicen que las adolescentes van a escaparse de la casa para irse con el agresor, o que “amenazan con suicidarse”, y ese es el argumento de por qué debe ser permitido que un hombre mayor se case con una niña de 13 o 14 años, y que se mantenga el permiso a las de entre 14 y 18 años.
Esto sería intrascendente a no ser porque hay titulares de las procuradurías de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes, o de Fiscalías especializadas en violencia contra las mujeres y niñas que así lo piensan, y con esos argumentos investigan casos de violencia y reciben denuncias de desaparición de adolescentes.
Su pensamiento es resultado de las rígidas estructuras de género que actúan como causa y efecto de la desigualdad.
Con esos argumentos no debe sorprendernos que cuando se reporta la desaparición de una niña de entre 12 y 18 años, la primera justificación para no buscarla es que “seguro se fue con el novio”.
Y así tenemos una feminización de la desaparición, el incremento en la desaparición de niñas y adolescentes, y el incremento trágico en el feminicidio de jóvenes que aún no cumplen los 20 años.
Es tarea pendiente contribuir a cambiar esas estructuras que derivan en discriminación sistémica de género, desmenuzando un aspecto invisibilizado: cuando hay una práctica de sexo intergeneracional entre una niña y un adulto, de lazos próximos, no es un asunto sólo erótico, es también un asunto de afectos. Es al mismo tiempo, violencia sexual y explotación amorosa.
Es decir, no se puede perder de vista que no se trata de una relación entre iguales, en igualdad de etapa de madurez, y que es siempre una situación de asimetría en la que la ley de protección a la infancia sustenta y da argumentos acerca del por qué no hay excepciones y sí responsabilidades que deben asumir los adultos que rodean y que deben proteger la vida y la sexualidad de las y los niños.
La teórica feminista Judith Butler señala: “No se trata simplemente de que el adulto imponga de manera unilateral cierta sexualidad, ni de que el niño fantasee de manera unilateral con cierta sexualidad, sino que se explota el amor del niño, un amor que es necesario para su existencia, y se abusa de su vinculación apasionada”.
Cuando las autoridades a través de sus servidores públicos naturalizan la práctica sexual entre un adulto y una menor de edad, lo que están haciendo es replicar el discurso de control, sometimiento y opresión sobre las mujeres pero desde la infancia.
Es decir, forman a las futuras mujeres que serán oprimidas y violentadas, es garantizar que tengamos mujeres con dos o tres hijos, que llegarán a su edad adulta enfermas, sin dinero, viviendo violencia física y sin recursos para valerse por sí mismas al haber interrumpido su formación educativa y no tener recursos o redes de apoyo familiares o de amigas.
Aun si aparentemente una niña de 12 o 13 años se fuera “por voluntad”, detrás hay formas de coerción que se ocultan y naturalizan como la seducción, el chantaje, la amenaza, la manipulación psicológica, y la fuerza física que constituyen estrategias coercitivas.
Además de relaciones asimétricas de poder implícitas no sólo relacionadas con la posición de jerarquía, sino en el poder adquisitivo, o la condición de vulnerabilidad emocional en la que se encuentre la menor de edad frente a su agresor sexual que se aprovecha de esta situación.
No es casual que en el estupro los agresores tengan un perfil claro y reincidan una y otra vez, y sean puestos en libertad para que regresen después de otro ataque sexual en el que saldrán libres porque la “menor de edad consintió”.
* Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche