El daño a la comunidad a través del cuerpo de las mujeres
ARGENTINA CASANOVA
La violencia no se conforma con lastimar a las víctimas, vulnera la sensación de bienestar de la comunidad donde se comete; México es un lugar profundamente vulnerado por las diarias noticias de crímenes atroces contra mujeres y hombres.
No son crímenes que se esconden, son por el contrario, hechos que muestran a detalle para conocer y saber del sufrimiento, la angustia, violación contra el cuerpo que es símbolo de la dignidad de una familia, de la sociedad.
No son los ejecutados o decapitados que al poco fueron censurados de los medios oficiales por un acuerdo temporal que rayó en la autocensura, es el terror que se infunde a toda la gente al enviarle la señal de que cualquier acto disidente puede ser cobrado con la muerte. Castigo que se maximiza cuando la disidencia es con cuerpo de mujer.
Profundamente conmovida por las noticias del fin de semana, el asesinato de Nadia, Yesenia, Simone y Alejandra, activistas y mujeres trabajadoras (cuyos perfiles y nombres al principio fueron abordados desde las coberturas mediáticas como “daños colaterales”, hasta horas más tarde rectificarse como el crimen mismo), junto al fotoperiodista Rubén Espinosa, escribo esta columna que es parte de la reflexión acerca de la violencia contra las mujeres, para sumarme a la demanda de justicia por éste y todos los crímenes contra mujeres y hombres en este país.
Hemos comprobado que en la mayoría de los casos, cuando ocurren crímenes así, se presenta junto a la tragedia la invisibilización de las mujeres, de ser vistas como un daño colateral en el que se borra de tajo lo que cada una realizaba, la lucha social, y pasan a ser “las cuatro mujeres”, se pierde vista para la mayoría, no para las mujeres y organizaciones defensoras que a ellas, además de asesinarlas, sus cuerpos fueron vulnerados a través de la tortura sexual.
Expuestos ante los medios al precisarse que fueron encontradas –desnudas– y con signos de violencia sexual, a las mujeres que están dedicadas al activismo social les llega el mensaje: además de ser asesinada, antes serás violentada sexualmente como parte de la tortura.
En medio de la situación de emergencia que vive el país no podemos dejar pasar que una parte importante de la violencia consiste en el miedo, en sembrar el terror, enviar mensajes aleccionadores, y en algunos casos cada persona asesinada se convierte en un símbolo, en una forma de dañar a la comunidad.
Una forma de violencia compleja y que va directo al ánimo de quienes como las víctimas desempeñan una actividad: periodistas, activistas sociales, trabajadoras, mujeres.
Los cuerpos de las mujeres han sido convertidos por el Sistema Estado-Patriarcal en objeto de representación y práctica del daño a la comunidad. En los crímenes cometidos contra las mujeres hay una característica que predomina: cuando una mujer es asesinada, se acompaña de violencia sexual, intentando vulnerar la dignidad de la víctima pero también de su comunidad.
Para organismos internacionales, la violencia sexual contra las mujeres es considerada un método muy eficiente de la guerra moderna: “Atacan a mujeres y violan, porque destruyen el tejido de la sociedad, implanta el miedo y el terror, destruye generaciones, es una forma de instalar el miedo para quienes sufren genocidio o limpieza étnica”.
Esto nos confirma que en México, al igual que en los lugares bajo estado de “guerra”, aunque en México no se admita esta condición-situación, la guerra viene acompañada de violencia contra las mujeres y se vive como una forma de violencia contra la comunidad, es decir, cuando se pretende cometer daño y vulnerar la dignidad de un pueblo, la confianza y la seguridad, se profiere con un daño comunitario a través del cuerpo de las mujeres.
Esa forma viene acompañada de una difusión mediática que invisibiliza a la mujer como persona, como sujeto social, aunque la visibiliza como objeto sexual; esta forma de cobertura constituye por sí misma una forma de violencia, de la que se espera además –si sobrevive– el silencio por el honor de la comunidad.
En México ha funcionado la presión de las mujeres, de las feministas que se hicieron escuchar y demandaron a las coberturas que en vez de hablar “del periodista asesinado y las cuatro mujeres”, se hablara de las y los cinco, que se reconociera la trayectoria como activista social de Nadia, se dieran a conocer los nombres de las otras víctimas, darles nombre y rostro pues.
Como tantos años se ha luchado por darles nombres y voz a las víctimas de feminicidio, y no sólo ser un número o un cuerpo arrojado al espacio público.
Sin duda hay en la violencia contra las cuatro mujeres un mensaje que contribuye a esa violencia contra la mujer, ese terror que ha sido infundido de que “no nos pongamos en riesgo”, “que nos fijemos bien con quién andamos”, que “veamos bien a qué nos dedicamos”, y que a las mujeres el castigo por atreverse a la disidencia no sólo se paga con la vida, se paga también con la violencia sobre el cuerpo, la violencia sexual que pretende ser la vulneración a todas.
Por eso ha dolido tanto el asesinato de Nadia, Yesenia, Simone y Alejandra, no sólo de Rubén, que era periodista, sino a toda las mujeres activistas sociales se les recuerda que el castigo no es sólo perder la vida y dañar a quienes están a tu alrededor.
A las mujeres activistas, además, como históricamente se hizo en los años 70 y se ha hecho en otras partes del mundo, se comete violencia sexual porque así hay un daño psicológico contra todas las mujeres y es una advertencia para todas.
*Integrante de la Red Nacional de Periodistas y del Observatorio de Feminicidio en Campeche.