La Abadía de Westminster

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Mientras que los mexicanos peregrinamos hacia la Villa de Guadalupe, hacia el Santuario Mariano de Zapopan y hacia la iglesia entrañable del Santo Niño de Atocha en Fresnillo, los ingleses dirigen sus pasos con rumbo a otra fe y a otro lugar, para ellos, de gran devoción.  Hablamos de la Abadía de Westminster, la construcción emblemática de la iglesia nacional del Reino Unido. Puede decirse que, alrededor de esta gran iglesia, se edificó la capital del Imperio Británico. Hoy, está cerca de todo –o más claramente, “todo está cerca de ella”- empezando por las propias casas del Parlamento.

Fue construida sobre la base de una más antigua –dicen que del año 616-  entre los siglos XIII y XVI, como abadía benedictina, y refundada como colegiata de San Pedro por Isabel I en 1560. Desde que Guillermo el Conquistador fuera investido en ella rey en el año 1066, es el lugar de coronación de los monarcas ingleses, así como sepulcro para muchos de ellos hasta Jorge II, después del cual fueron enterrados en el castillo de Windsor.

La princesa Diana recibió allí el homenaje de su pueblo: millones de personas descubrieron el  interior de la abadía –de la que sólo tenía referencia el mundo por los libros de Historia, y muy contados viajeros por sus andanzas alrededor del planeta, que los llevaron a una de las mayores capitales del mundo y a su espectacular iglesia, consecuentemente-  en septiembre de 1997 en la transmisión televisada de su funeral, y desde entonces el número de visitantes aumentó en un 300 por ciento: pocos pueden resistirse a un lugar que acumula acontecimientos con el correr de los años.

El templo actual, comenzado en 1245 bajo el reinado de Enrique III, fue edificado en la sede de una antigua basílica, consagrada en 1065, que a su vez fue levantada en el solar de un antiguo monasterio. Westminster es de estilo gótico, con influencia francesa que no puede negarse cuando se observa su altura y la verticalidad de la nave, los rosetones y los arcos convergentes. Muchos y muy afamados fueron los arquitectos que trabajaron en su edificación. Entre ellos: Henry de Reims, Henry de Gloucester, Robert Beverly y Henry Yevele. Si la construcción inició en 1245, cinco siglos después, en 1745 fueron añadidas las torres del oeste, construidas por Nicholas Hawksmoor y John James.

Junto con el Big Ben, puede afirmarse que la Abadía de Westminster ocupa el centro de la conciencia nacional inglesa. Esta monumental iglesia se transformó, con el correr de los años, en el panteón por excelencia de los personajes más destacados de la monarquía inglesa, pero también de quienes destacaron por su contribución a las artes y las ciencias en esa nación. Ser enterrado en la Abadía, era uno de los mayores honores que se le podía rendir a una persona.

Uno de los más destacados  símbolos que contiene la Abadía, es  la silla de la coronación, que se conserva  en la capilla de Eduardo el Confesor y que fuera construida para sostener la piedra Scone, la roca de la coronación de los reyes escoceses, capturada por Eduardo I en 1295, como un gesto dominación de Escocia por parte de Inglaterra. La también llamada “Piedra del Destino”, fue devuelta a los escoceses en 1996, y hoy luce majestuosa en el Castillo de Edimburgo.

La lista de los restos de personajes destacados que yacen en Westminster es abrumadora: el poeta Geoffrey Chaucer, los físicos Isaac Newton y Ernest Rutherford,  y el naturalista Charles Darwin, el escritor William Shakespeare, el novelista Oscar Wilde –quien marginado por su homosexualidad, sólo hasta el año de 1995 mereció una placa conmemorativa que señala su tumba-  y los escritores Charles Dickens y Rudyard Kipling. Desde luego, descansa allí el estadista Sir Winston Churchill, y hasta el gran actor Sir Lawrence Olivier.  Toda una pléyade de hombres notables, cuyo recuento hace repasar la grandeza de Inglaterra y su participación en el desarrollo de la humanidad.

Muchos son los reyes y miembros de la monarquía británica que están allí sepultados.  Entre ellos: Eduardo I de Inglaterra y su esposa Leonor de Castilla, Ricardo II de Inglaterra y su esposa Ana de Bohemia, Enrique V de Inglaterra y su esposa Catalina de Valois, Enrique VII de Inglaterra y su esposa Isabel de York, María I de Inglaterra, Isabel I de Inglaterra, Jorge II y su esposa Carolina de Ansbach, Ana de Cleves  esposa de Enrique VIII, María I de Escocia, reina de Escocia e Isabel de Bohemia.

La cantidad de historias que los bellos muros de Westminster pueden contar, es prácticamente infinita, como la relativa al líder político y militar inglés, famoso por haber convertido a Inglaterra en una república denominada Mancomunidad de Inglaterra (en inglés, la Commonwealth): Oliver Cromwell recibió un fastuoso funeral en la catedral en 1658 para ser desenterrado en enero de 1661 por orden de Carlos II: cuando los monárquicos volvieron al poder, su cadáver fue desenterrado, colgado de cadenas y decapitado, y su cabeza expuesta durante años para escarnio público..

Los ires y venires de la vida de la fuerte nación, bien pueden resumirse entre las paredes de una catedral, ungida como tal por incumplir una manda según se dice: Eduardo el Confesor  construyó la catedral al faltar a un voto en el que prometía realizar una peregrinación; el papa le aconsejo redimirse construyendo una abadía.

Londres, muy a pesar del alto precio de la libra esterlina, sigue siendo un lugar que está en la guía turística y en los sueños de millones de viajeros, a los que aconsejo llegar a la Abadía en el metro, y bajarse justo en la estación  Westminster, St James’s Park, o acceder por tren, en las estaciones de  Victoria ó Waterloo y visitar los Claustros cualquier día –no después de las 6 de la tarde en que cierran-, o las Capillas Reales, el Rincon de Los Poetas, los  coros y la  nave de los políticos –muchos merecen todavía respeto a los ingleses, inexplicablemente dados sus niveles actuales de popularidad- .

La historia se recrea también en estos sitios que concentran tantos y tan intensos momentos de la vida de un pueblo, como lo hace Montparnasse en París, del que ya hemos hablado algunas veces.

LNY/Comunicado

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