Pilares del comercio en Zacatecas
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Zacatecas tiene personajes fundamentales en su historia, pero los hay –y los hubo- también relevantes, en la vida diaria. Sus políticos, sus músicos, sus médicos, sus sacerdotes, gente popular como Juana Gallo, con quien jugábamos de niños gritándole: ¡Juana Gallo va montada en su caballo!”, que como réplica nos tiraba bastonazos que con frecuencia acertaban en nuestros cuerpos, a pesar de su vejez y sus lentes de soldador, oscuros, que debieron haberle impedido ver de frente –y hasta de manera lateral-. Siempre con su canasta, Martina, una ancianita demente que salía a las calles a pedir limosna y que por las tardes se refugiaba en el despacho del licenciado Roberto Almanza, allí por la calle de doctor Hierro.
Gente fundamental en la vida cotidiana de Zacatecas, fueron sus comerciantes: los Escobedo, dueños de la ciudad de Londres, que en su época competía con las mejores tiendas de la capital mexicana en perfumería, casimires, joyería y la más fina lencería.
Los “cuates” Enciso, frente al cine Ilusión, vendían estatuas, cuadros europeos y otras preciosidades como los sombreros Tardán –por cierto, yo preservo uno, que compré en un bazar de Nueva York, hecho por la casa Tardán para la casa Enciso de Zacatecas. Para mí es una reliquia, una verdadera curiosidad vendida en la Quinta Avenida de Nueva York, que alguna vez estuvo en los aparadores de Zacatecas.
Don Samuel Zesati, siempre tan gentil y tan buen vendedor. Cuando uno iba a su tienda, salía siempre con un perfume, un anillo para la novia, o de perdida un disco.
Don Eustaquio Del Cojo, el del almacén llamado “Provisiones”, a quien decían “el gachupín”, no de manera despectiva, sino de forma cariñosa y respetuosa, con su gorra vasca, siempre atento a su negocio durante 12 horas del día en que abría.
Don Jacinto Pacheco, el frutero, gritando, como un Buda zacatecano con la barba crecida, siempre amable con la clientela que le visitaba.
Don Roque Acevedo, el de La Sevillana, violinista de las iglesias, hombre culto y generoso, que fuera alcalde de la ciudad y que, al terminar, regresó a atender su negocio de manera habitual, como si nada hubiera ocurrido.
José López Cortés, casi frente a Telégrafos, que vendía pijamas, sombreros de paja y una buena variedad de ropa informal y barata, que también fue alcalde de la ciudad.
Juan Enríquez Barraza, el del “Más Barato” en la calle de La Bordadora, quien con su infinita familia atendía su tienda de telas y ropa que llegó a ser líder en la ciudad.
La casa Hernández, más moderna, ya como una empresa, no como un personaje.
La Casa López, distribuidora de la Chevrolet, de don Tomás y don Jesús López.
El Ferrocarril de don Pancho Borrego, quien disfrutaba la ciudad caminando, y un día a la semana sacaba un automóvil de lujo para la época, para transitar por el centro de la ciudad.
Don Pancho Suárez del Real, de la automotriz Renault y la DINA., así como don Miguel Inguanzo, de la Nissan.
La dulcería típica del “Mago Félix en la Calle de Abajo, con sus delicados chocolates estilo europeo.
Así, Zacatecas se proveía de los productos básicos, alimenticios o de ornato, y nuestros comercios competían con el Palacio de Hierro, el Puerto de Liverpool o El Centro Mercantil de la ciudad de México, que se dice réplica de Galerías Lafayette de París, ubicado casi en la contra esquina del Zócalo, en el Gran Hotel de la Ciudad de México, con un vitral en el techo de la mundialmente conocida marca Tiffany, que replicaba al mismo que también existe en las propias Galerías Lafayette.
La pujanza de las épocas gloriosas daba para que la población adquiriera productos de importación que se ofrecían en muchas de sus comercios.
Sin embargo, había un personaje en Zacatecas que me impactaba mucho por su rostro moreno, su pelo engominado, que luchaba contra el grosor de la cabellera. De lentes “a la Onassis”, sonrisa escasa, elegante en un estilo discreto y permanentemente vigilante de su negocio. Él fue don Refugio Palacios. Su tienda estaba cerca del jardín Independencia, entre el hotel Condesa y una peluquería, frente al restaurante “El Jacalito”, próximo a donde estaban los transportes zacatecanos, y a la que fuera La Casa Verde, cantina de antología para la ciudad.
Su negocio tenía tres espacios vitales: una bodega repleta de toneladas de azúcar, de harina Titán -cuyo costal suave daba para que los zacatecanos se fabricaran su propia ropa interior-, las latas de cuatro hojas de 20 litros –quien sabe por qué se les describiría así- que contenían alcohol o aceite de marca “El Triunfo”, piloncillo de Juchipila en costales de yute y productos de consumo popular. Esa bodega parecía infinita, como el túnel de una mina. Después de convirtió en el restaurante de Don Jorge. Fue entonces cuando conocimos el edificio en sus reales dimensiones. Antes nos pareció siempre un socavón de mina.
La tienda donde estaba la administración, tenía una fachada interior parecida a uno de los bancos del Lejano Oeste, o a una tienda de raya de las haciendas, por su formato elegante y sobrio. Allí podía hallarse desde temprana hora a don Refugio Palacios. A un lado se encontraba el mostrador para la atención de consumidores “al menudeo”, que estaba a cargo de “Las Señoritas”, dos hermanas, altas y delgadas, al parecer solteras, que vivían por el rumbo de la Avenida Morelos.
Después de abría un portón que daba para la casa del mencionado comerciante. La pulcritud de los pisos era absoluta. Se alcanzaba a ver una puerta de metal y un barandal que ascendía. Ambas daban un aspecto colonial, francamente bello, de esta hermosa finca, cuya fachada de cantera veteada es casi única en la ciudad. Su hija, Tere Palacios, casada con don Arnulfo Navarro: habían creado una familia numerosa. Mis recuerdos no llegan hasta la mujer del mencionado comerciante.
Propietario también de una gigantesca finca por donde ahora está el boulevard, por el barrio de “casas coloradas”, y prácticamente aislada. Allí estaba ese edificio del siglo pasado, sin ser de estilo colonial, llamado por todos La Jabonera –debían haber fabricado jabones en alguna época-. Hoy son casas de departamentos pero en los 50’s y 60’s, que es lo que recordamos, era un palacio sobrio en las afueras de la ciudad.
Zacatecas tuvo otros héroes, que no son los patrios, sino los grandes constructores del comercio, de la incipiente industria, del capital, que reemplazaban a la minería, una vez que esta se iba agotando.
Vale este artículo como un recuerdo y homenaje a su contribución a la Ciudad de Zacatecas, que con discreción edificaron. Muchos de ellos han sido olvidados ahora, por un presente avasallador y complejo.