La Toma de Zacatecas

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JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Crecimos en la destruida Zacatecas después de aquella guerra sangrienta entre mexicanos, llamada elegantemente “La Toma de Zacatecas”. A mi padre le faltaban aún dos años para nacer cuando esos hechos tuvieron lugar. A mi madre, diez. A mí, algunas décadas más, que no llegaban a cinco.

La ciudad estaba realmente en ruinas. Prácticamente llegaba hasta la escuela González Ortega. Había muchos baldíos hasta llegar a Guadalupito. La Plazuela de las Carretas tenía carretas, efectivamente, pero sin niños héroes. La zona apestaba a cuero viejo por las bodegas de Juan Acosta. Donde está la escuela Benito Juárez había vecindades inmundas y panaderos de barrio. El bulevar no existía, el Barrio de los Caleros era inaccesible –incluso para los que allí nacieron-. Las vías del tren que transportaba humanos antes de que Zedillo rematara esta vía pública, nos unían “con el mundo”. El Barrio de Cinco Señores –que a lo mejor eran Cuatro- El Barrio de Casas Coloradas, una pequeña iglesia rumbo al tiro de Lete, donde había una casa de putas –el 201- que intentaba replicar (así fuera con el nombre solamente) a aquel batallón de los ingenuos mexicanos que fueron a la Segunda Guerra Mundial a echar un vistazo (todavía desfilan algunos en el Paseo de la Reforma, con la artritis a cuestas y las callosidades a flor de piel) El famoso 201, donde mataban un día a uno y otro día a otro: los tiraban misteriosamente en la calle y tardaba días para que alguna autoridad o familiar los recogiera. Así era Zacatecas hace no demasiado.

Por la central Camionera pasaba el drenaje de la ciudad, llamado elegantemente el Arroyo de la Plata. Pero –descubierto a partir de esa zona- llegaba a Guadalupe. Ese tramo era conocido popularmente como “El Arroyo de la caca”.

El hotel de los Pérez Carreño frente al Hospital Civil, era el límite de la ciudad rumbo a Aguascalientes. Allí arribaban gringos, bolillos, caras pálidas, que usaban nuestra agua, nuestra energía eléctrica, porque eran caravanas de carros con remolques. Traían su Nescafé de Estados Unidos, sus jabones, su cama ambulante… eran nuestro único turismo, además de los gitanos.

El Cerro de la Bufa estaba pelón, siempre seco. Sólo recuerdo hace unos cinco años que lo vimos verde, desde luego sin viviendas. La escuela Enrique Estrada ya era como otra nación, municipio o país. A un lado el Barrio de La Pinta, El Vergel, un hotel pegado al hoy teleférico al que la gente le decía “Villa Cariño” porque la lejanía de la ciudad permitía que algunas parejas propietarias de los muy pocos coches existentes, pudieran arribar hasta allí.
Quebradilla era el otro límite… y se acababa Zacatecas.

Desde el 14 y hasta el 70 del siglo pasado, vivimos marginados, alejados, con la soberbia de haber sido la segunda ciudad de América, pero con la realidad de no tener trabajo, con pocas escuelas y un futuro sin futuro.

Hoy pareciera que Zacatecas regresa al rostro de aquellos años. Más grande eso sí, con la hermosa Ciudad Gobierno, con el Quinta Real, con nuestra grande y quebrada Universidad, con una clase política ratonera que sólo piensa en llevar queso a su agujero, y con una gran población sin esperanzas, con sueños que no podemos realizar.

De las crisis surgen los grandes proyectos. Nuestra crisis cumple un siglo desde que el 23 de junio de 1914 la División del Norte, dirigida por el audaz guerrillero Francisco Villa por un lado y Luís Medina Barrón, comandante de la fuerza contraria, contendieron en nuestra ciudad. Villa derrotó al ejército federal con 23 mil soldados y 13 piezas de artillería, que se enfrentaron a 12 mil hombres y 40 cañones de la Federación.

La ciudad de Zacatecas fue liberada. Ese hecho marca prácticamente el final de la Revolución. El villano Huerta decide abandonar la patria.
Zacatecas, rico por sus yacimientos de plata y oro –que hasta la fecha lideran en el mundo- y la importante vía férrea México a Ciudad Juárez, eran puntos definitivos para el tránsito hacia Estados Unidos.

El zacatecano Pánfilo Natera ya había fracasado en su intento de tomar la ciudad. Fue necesario que el duranguense Francisco Villa interviniera, a pesar de la voluntad de Venustiano Carranza, que buscaba opacar la imagen y la fuerza de Villa.
Otro personaje fundamental de esta contienda es el general más prestigiado de la época, el general Felipe Ángeles.

La batalla dio inicio a las 10 de la mañana por los 4 puntos cardinales de la ciudad, buscando arrebatar posiciones a la Federación. Por la Bufa, el Grillo, la Sierpe, Loreto y el cerro de la Tierra Negra se decidieron a atacar. La caballería y la infantería fueron fundamentales, pero la artillería que dirigía Ángeles resultó la “piedra de toque” de esta cruenta batalla. La conjunción de las fuerzas armadas de la División del Norte parecía una sinfonía de La Marcha de Zacatecas, del genial Genaro Codina, de oficio cohetero y arpista de afición.

Una granada estuvo a punto de eliminar a Villa y a Ángeles. Supuestamente había explotado en manos de un artillero del mismo grupo de la División. A las 4 de la tarde ya había señales de parto: el Cerro del Grillo ya había caído y un par de horas después, también La Bufa. Se requirieron doce horas para que se sucediera una de las batallas más sangrientas y definitorias en la historia de México.

Los federales huían por la salida a los panteones, el de los ricos, y el de los pobres, rumbo a Aguascalientes. La masacre fue infinita y a las 6 de la tarde la plaza estaba tomada. La orden militar fue destruir al ejército federal hasta su último grado para evitar su recomposición en el futuro.

Los bisabuelos señalan que entre Zacatecas y Guadalupe –cuya distancia aproximada es de 7 kilómetros- estaba todo tapizado de cadáveres y corrían “ríos de sangre”. Se voló el edificio donde está hoy el hotel Posada de la Moneda, junto al llamado Cine Ilusión, que era un almacén de armamento.

La cifra oficial de muertos nunca fue precisa: se habla de 12 mil, otros afirman que el número llegó a 20 mil. Lo cierto es que la Revolución triunfó a costa de la destrucción de la ciudad de Zacatecas. La gente joven y el capital huyeron a fundar nuevas tierras en Estados Unidos, Torreón, Nuevo León, Aguascalientes y el Distrito Federal. Zacatecas quedó en la absoluta miseria durante 60 años, olvidado por los gobiernos centrales y por una sucesión de gobiernos estatales mediocres.

A cien años de esta época victoriosa, donde fuimos escenario del futuro de México, el gobierno de la República deberá reconocer nuestra contribución a forjar el país que hoy somos.

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