Adolfo Suárez: De la tiranía a la democracia

Jaime Enríquez

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

España se convulsiona entre republicanos y aprendices de fascistas. Los seguidores de Hitler y Franco terminan por matar cruelmente a mujeres y niños, en tanto que una gran población huía a través de las montañas sobre todo hacia Francia, donde no fueron bien recibidos. Se les hacinó en lo que fueron campos de concentración prácticamente, como un preludio de lo que sería la Segunda Guerra Mundial. Algunos huyeron a la URSS, muchos a México, y tardaron años en reconstruir el país original.

A la muerte de Franco, con el rey Juan Carlos heredero del trono, convocó al llamado Pacto de la Moncloa, que es uno de los ejemplos más importantes de la concertación en los últimos siglos de la humanidad. Líderes comunistas, socialistas, la corona, los empresarios, sumados todos, decidieron el rumbo del progreso y de la paz, y ya no más el de la muerte.

Tumbas como el Valle de los Caídos, construida con el sudor y la sangre de los derrotados, van quedando en el olvido de la historia, para buscar, en cambio, la reconstrucción y la reconciliación nacional. España vive nuevos tiempos que le permiten avanzar con las discordias almacenadas pero no explícitas. Se incorpora a la Comunidad Económica Europea, para llegar a ser uno de los países más pujantes, ejemplo para toda la región por su trabajo, su espíritu unitario y su esfuerzo. Este es quizá nuestro modelo más próximo acerca de cómo reconciliar a un país. El acuerdo de la Moncloa «no contiene absolutamente ningún pacto secreto». Esta fue la afirmación del presidente Adolfo Suárez, en su intervención ante el Senado cuando corría el año de 1977, junto con los tres votos negativos y dos abstenciones, frente a la abrumadora mayoría que aprobó una resolución por la que se aceptó la conveniencia de los acuerdos de la Moncloa, fueron las notas más sobresalientes de una sesión de la Cámara alta dedicada a escuchar diez intervenciones de miembros del Gobierno y portavoces de los distintos grupos.

La sesión dio comienzo a las diez y media de la mañana y en el banco azul se encontraban el presidente del Gobierno, los tres vicepresidentes y hasta una docena de ministros que se fueron incorporando poco a poco. La historia hoy recoge la presencia, en un palco de invitados, del secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), Felipe González: «es una visita de cortesía parlamentaria, no tiene otro significado», aseguró el señor González, que abandonó el palacio poco antes de que comenzase a hablar el presidente Suárez. “Tenía un compromiso ineludible a las dos” –explicó, después.

Todas las intervenciones, con más o menos reticencias -muy escasas en cuanto al fondo de los problemas-, coincidieron en apoyar la ratificación de los acuerdos y en la presentación de un texto conjunto que obtuvo mayoría plena-.

Pasadas las dos de la tarde comenzó su intervención Adolfo Suárez, al que se advertía cansado. No era para menos: su trabajo fue sólido y sostenido. Hombro con hombro con el Rey Juan Carlos –a quien se tacha de frívolo y del que sólo defectos se destacan, cuando sin su enorme participación poco podría decirse del gran país que España es hoy.

Aseguró el señor Suárez que uno de los aspectos más importantes de los acuerdos, junto a las «intenciones auténticamente patrióticas con que se ha actuado», era el de «recorrer con las mínimas tensiones posibles el camino que nos falta para llegar a la Constitución».

El presidente dijo poco después que las fuerzas políticas que convocaron el pacto tenían conciencia de que «debemos llegar a la Constitución sin dramatismos, de que el camino que falta debe tener un soporte adecuado, de que por exigencias de la acuciante realidad ese soporte había de ser urgente y de que las soluciones que exigía la grave crisis económica no podían esperar un día más».

Añadió que existen «demasiados males, demasiados peligros como para evitar un planteamiento global desde perspectivas comunes», y señaló que «si el acuerdo político es el resultado de una confluencia de voluntades, el económico viene avalado además por las mejores aportaciones técnicas, por la asistencia activa de todas las fuerzas políticas e incluso por el respaldo internacional, claramente expresados -dijo- por organismos especializados».

Dijo en otro momento que el acuerdo de la Moncloa no limita las funciones del Parlamento, «sino que las afirma», Adolfo Suárez fue piedra angular de la transformación que un país lleno de pobres y analfabetas requería para transitar de la tiranía a la democracia. Lo logró con creces. Hoy ha muerto, con 81 años de edad a cuestas y con el reconocimiento mundial a su valía y a su pundonor. Los españoles volvieron a hermanarse el domingo, como en el 77 del siglo pasado, cuando el estadio Santiago Bernabéu de Madrid, justo antes de empezar el más importante de los duelos deportivos del país: Barcelona contra Real Madrid, guardó un minuto de silencio y vio en pantalla grande, un repaso de los mejores momentos de esa vida plenamente culminada, en favor de tantos.

Tras la muerte de Francisco Franco, el rey Juan Carlos I lo nombró presidente del gobierno en sustitución de Carlos Arias Navarro; Adolfo Suárez inició entonces de inmediato un diálogo con las diferentes fuerzas políticas. En agosto de 1976 hizo efectiva una amnistía para los delitos de motivación política, perseguidos por el régimen anterior. La medida venía siendo reclamada por un amplio sector de la sociedad española. Su gobierno preparó la Ley para la Reforma Política, cuyo contenido planteaba una transición sin rupturas traumáticas con el régimen anterior.

Legalizó los partidos socialista y comunista, y a los diferentes sindicatos existentes en la época. La legalización del Partido Comunista fue una de las pruebas más duras a las que se sometió Suárez, presionado por los poderes fácticos y algunos círculos del Ejército. Fundó la Unión de Centro Democrático (UCD), partido que aglutinaba las fuerzas democristianas y socialdemócratas del país. Al frente de este grupo político ganó las elecciones de 1977.

Tras diversas negociaciones multilaterales (los pactos de la Moncloa), consiguió que se aprobara en referéndum, celebrado en 1978, una Constitución mediante la cual España se transformó en una monarquía parlamentaria. En 1981 presentó su dimisión como jefe del ejecutivo. Leopoldo Calvo Sotelo le sucedió al frente del Gobierno. Un año después, abandonó la UCD y constituyó un nuevo partido, el Centro Democrático y Social (CDS), por el que fue diputado.

Fue esa prácticamente su última actividad formal dentro de la política. Se dedicó después a sus cinco hijos y a su esposa Amparo a quien cuidó hasta su muerte por cáncer sucedida 10 años antes de la suya propia que hoy enluta a los políticos bien nacidos de todo el mundo: a los que creen que el poder solamente tiene sentido como un instrumento para servir a los demás, sin traicionar la propia ideología.

Hoy descansa en paz Adolfo Suárez. Como sólo descansa quien ha cumplido la tarea a cabalidad.

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