El gran lente fresnillense
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Zacatecas tiene héroes populares: artesanos algunos, trabajadores de distintas ramas del quehacer cotidiano otros, que van tejiendo la historia de nuestra patria chica con su esmero de todos los días. Así ha sido siempre. Hoy somos la suma de todos ellos, los que nos precedieron y vamos haciendo también nuestro propio camino. Esta es la semblanza de uno de esos artesanos, que dejó su huella en Fresnillo de manera particular, y que inmortalizó con su lente maestra una época interesante de la ciudad minera y de sus habitantes.
Alguno de quines lo conocieron, le vio por casualidad en 1996, deambulando por las calles de la ciudad de México. Tenía entonces 103 años de edad y una visión aguda y llena de escenas y remembranzas, como ninguna otra que pudiera alguien recordar en otra mirada, después de haberlo visto a él, con su barba larga y su cabello bien peinado, “viendo mundo” con ansia inagotable, aún después de tantos años, tantos rostros y tantas escenas como las que pudo presenciar y atestiguar detrás de su lente de fotógrafo profesional, de esos “de antes” de los que se inmortalizaron a través de otros, a los que su cámara retrató para la posteridad.
José Bustamante Martínez nació en el día de San José, del año 1893. Desde muy chico quiso ver más allá de su barrio, conocer nueva gente y otras dimensiones, y muy pronto la vida le llevó a trabajar en una maestranza en Aguascalientes. Él mismo contaba su raro encuentro con la fotografía: “fue en una cantina” donde conoció a dos fotógrafos guanajuatenses con los que pronto trabó amistad. Se enamoró de la idea de verlo todo a través de la lente y plasmarlo fríamente en papel, como si expidiera constancias de la vida. Ellos fueron quienes le consiguieron su primera máquina fotográfica –con todo y tripié- por la que le cobraron cincuenta pesos, cuyo monto completó empeñando dos trajes que tenía. No debió haber tenido más de 24 o 25 años de edad cuando optó por esa forma de vida, en la que hizo nombre y fortuna durante siete décadas por lo menos.
Si hubiera que catalogarlo, algunos dirían que es el fotógrafo de los mineros, por los cuales sentía especial predilección –y ellos por él- Otros más opinarían que fue el fotógrafo de las muchachas “de la vida alegre”, pero esa…es otra historia.
Firmaba sus fotografías como “José Bustamante. El Gran Lente, Fresnillo, Zacatecas”, y es que fue allí precisamente donde se estableció para retratarlo todo, en su estudio profesional montado luego de diez años de recorrer en ferrocarril, en diligencia, en burro, a caballo y hasta a pie, los caminos entre Torreón y San Luís Potosí pasando por Zacatecas. No por nada le decían “la perinola” pues era incesante en su afán de fotografiar a todo y a todos y de atestiguar la historia de los pequeños acontecimientos familiares: bodas, bautizos, fiestas cívicas, desfiles, grandes festejos de barrios y pueblos, nada escapaba a su lente precisa que podía capturar el alma en un gesto nimio.
Su desarrollo primero se dio en Fresnillo, a grado tal que muchos le consideran uno de los más precisos cronistas de la ciudad pues durante muchos años no hubo acontecimiento que se escapara de su ojo avizor.
Pero “La Perinola” no podía estarse quieta y decidió después, probar suerte en la Ciudad de México. Llegó a San Juan de Letrán 102, despacho 104: allí se estableció “El Gran Lente”, con el que captó los reflejos de una ciudad que pretendía ser cosmopolita y moderna. Y hasta su estudio llegaron damas de alta sociedad, novias, niños para los retratos familiares, caballeros que consideraban un deber el plasmar su rostro y su figura en una fotografía que llevar como recuerdo a sus madres o a sus esposas.
Pero el asunto fue más allá: su fama alcanzó a las damas de la vida galante, y a quienes pretendían dedicarse a figurar en escena en cabarets y teatros de revista. Se decía que era capaz de captar la fogosidad del alma además de la del cuerpo, por lo que todas las estrellas de la vida nocturna en la ciudad capital, querían tener su propio álbum salido de “El Gran Lente” como garantía de que los productores y empresarios artísticos valorarían mejor su capacidad histriónica y sus encantos.
Realmente es digno de mencionar el hecho de que “el fotógrafo de los mineros” lo fuera también de las “profesionales del deshabillé”. Pero así era Bustamante: un experto artista en retratar rostros, escenas y almas: todo junto, todo hermosamente delineado. El archivo de José Bustamante es de 19 mil negativos y positivos y está ahora en la fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Como siempre, los zacatecanos podemos sentirnos orgullosos de ser parte de los anales más preciados de nuestro país. Los rostros y las historias de los zacatecanos, especialmente de los fresnillenses de la primera mitad del siglo pasado han quedado guardados para la historia de las generaciones mexicanas por venir. Debemos este privilegio al maestro José Bustamante, a quien he querido recordar con gratitud zacatecana, este día.