La trilogía Fernández-Magdaleno-Figueroa
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Nació en la Villa del Refugio, la que por disposición oficial se denomina “Villa García de la Cadena”, aunque la población la siga llamando por su nombre ancestral: Tabasco. También fue conocida como “Meca Tabasco” cuando arribaron los españoles a la región, quienes tuvieron la férrea voluntad de aplastar a los indígenas de la zona. Nadie hubiera podido predecir jamás, que allí se gestaría la vida de uno de los zacatecanos de los que hoy nos enorgullecemos.
Cursó los estudios de Primaria y Secundaria en la ciudad de Aguascalientes, vecina a su natal municipio, para ingresar en 1920 a la Escuela Nacional Preparatoria y después a la Escuela de Altos Estudios de la UNAM. Junto con su hermano, participó activamente en la campaña presidencial de José Vasconcelos: ambos se consideran pioneros del movimiento a favor de la Autonomía Universitaria, a la par de Adolfo López Mateos, don Manuel Moreno Sánchez –hijo de zacatecana de la zona de Jerez- y desde luego, del líder absoluto del grupo de osados, Alejandro Gómez Arias, aquel legendario primer amor de Frida Kahlo. Incluso cursó un posgrado en letras de la Universidad de Madrid. Fue diputado federal, subsecretario de Asuntos Culturales de la Secretaría de Educación Pública (SEP), senador por el Estado de Zacatecas y 32 años después, otra vez Subsecretario de Asuntos Culturales de la SEP.
Fundador del “Teatro de Ahora”, junto con Juan Bustillo Oro -para el que escribió varias obras de ese género con orientación social, como “Pánuco 137”, “Emiliano Zapata” y “Trópico”- pronto fue capturado por los cineastas más afamados que consideraban una garantía de éxito comercial y del favor de la crítica, tener el guión de sus filmes firmado por la pluma enorme de Mauricio Magdaleno. Como guionista de cine trabajó “El Compadre Mendoza” en 1933, que dirigió Fernando de Fuentes, uno de los filmes que cimentaron el posterior desarrollo del cine mexicano y que hoy está considerada como una de las tres más grandes películas en la historia nacional del séptimo arte. Su participación en este género fue amplia: nadie puede olvidar, por ejemplo su colaboración con Luis Buñuel con quien trabajó en 1947 en la película Gran Casino, haciendo un guión muy profesional y certero, basado en El rugido del paraíso de Michel Veber, que llevó en los papeles estelares a Libertad Lamarque y Jorge Negrete.
Emilio, el Indio Fernández, hizo una estrecha mancuerna con Magdaleno. De ello dan buena cuenta la afamada película “Pueblerina”, con Columba Domínguez y Roberto Cañedo, que pasará a la historia como uno de los 10 filmes más grandes de la Época de Oro del cine mexicano; “Río Escondido”, imprescindible obra de la filmografía universal, que actuaran siguiendo el guión de Magdaleno, María Félix, Carlos López Moctezuma y Domingo Soler, ejemplo de las maestras rurales que como heroínas esculpieron la educación de los niños mexicanos; sin dejar de mencionar “Salón México” con la muy distinguida Marga López, aquella que en la película trabajaba como cabaretera para sostener los estudios de su hermana en una escuela para señoritas; ó la impactante “Flor Silvestre”, que bajo la dirección y con la actuación del propio Indio Fernández, protagonizaran Pedro Armendáriz y Dolores del Río en 1949; “María Candelaria” perpetuada para la historia por la pluma maestra de Mauricio Magdaleno, la dirección de Emilio Fernández, la actuación de Dolores del Río y Pedro Armendáriz y la fotografía perfecta y dramática de Gabriel Figueroa. La lista puede ser interminable: la descripción es única: Mauricio Magdaleno fue siempre una piedra angular en la creación de obras que llenan de orgullo a los mexicanos y de asombro a los extranjeros aún hoy.
Magdaleno colaboró en El Universal y obtuvo el premio Nacional de Literatura en 1982. Es, sin duda, el creador de un lenguaje rescatado primero y divulgado después en las películas del Indio Fernández, donde se da una trilogía mágica entre Emilio, Mauricio y Gabriel Figueroa, cada uno aportando su ingrediente para la pócima inimitable y embrujadora: el fotógrafo con sus nubes en cúmulos, el paisaje con las tierras áridas y los árboles secos, y los rostros impenetrables de María Félix, Pedro Armendáriz, Roberto Cañedo o Columba Domínguez. Imágenes de cine que parecían fotografías por la forma de captar sus rostros donde la luz penetra poco a poco junto con la expresión de los actores. El guión, por su parte, es la novela, es el lenguaje, es la trama que rescata al campo mexicano en su expresión cotidiana y en un modo de hablar inolvidable: aquella escena donde el suegro indígena encuentra a su hija con el aspirante y saca un arma para ponerla amenazante contra su abdomen, para que el joven conteste con esta frase que es ya parte de la sabiduría popular “balas no matan amores”. Expresiones que son parte del acervo cultural de la nación, y que fueron tomadas por Magdaleno de aquellas regiones de su zacatecano pueblo natal casi colindantes con Aguascalientes y Jalisco. Es tal la magnitud del trabajo de Mauricio Magdaleno que, aún transportado a nuestros días, no pierde su vigencia y su actualidad. En la última premiación de Cannes, donde participara en el jurado la mexicana Salma Hayek, fueron presentadas ante el público “La Perla” (1945), “Enamorada” (1946) y “Salón México” (1948), las tres de Emilio “El Indio” Fernández y con guión de Mauricio Magdaleno. La ovación de pie no se hizo esperar, para premiar una obra de más medio siglo de vigencia.
En articulo periodístico de Tierra y Viento en el año 36 del siglo pasado, Magdaleno decía “en mi pueblo ya nada me es familiar, ni siquiera conocido. Para esta gente, sin embargo, soy perfectamente de aquí. Rancheros de puntiagudos bigotes y saquitos de casimir corriente, y chamarras con bordados negros y rojos, se acuerdan de cuando yo era un chico y jugueteaba en la Plaza de Armas, y una señora -la de la tienda principal del lugar- de cuando en casa de mis abuelos me oriné en su ropa”. “Tengo que desprenderme de efusiones y agasajos para poder recoger mis pasos de tantos, tantos años”.
“La casa de mis abuelos es una de las dos o tres principales de Villa del Refugio: portada de cantera tirando a rosa y adentro un patio que con solo verlo y aspirarlo ya me devolvió a mi origen; un patio de naranjos y parras con su pozo, sus puertas en torno, y allá al fondo, el corral…los corrales, mejor dicho. En el último está la puerta falsa, que sale a las proximidades del arroyo del Laurel Algo sin embargo me ha impresionado extrañamente, extraña y pungentemente: la pequeñez de todo: en mi recuerdo este patio era enorme, casi tan enorme como el de Palacio Nacional de México, y en él corría yo como un descampado, y a duras penas alcanzaba a brincar su barda, que no tiene más de un metro de altura.”
Mauricio Magdaleno es pariente de otro héroe nacional desconocido en México: el general Trinidad García de la Cadena. El próximo año Mauricio Magdaleno cumplirá un siglo de haber nacido en la Villa del Refugio, Villa García de la Cadena o el insistente Tabasco. El pueblo de Zacatecas y el municipio que lo vio nacer, deberán organizarle un homenaje nacional donde sus artículos, sus libros, sus películas y, sobre todo su lenguaje mágico como esencia, sean rescatados para traernos el perfume de esas palabras que dominaron la escena nacional, y que hoy mismo son solicitadas en cine clubs del barrio latino en París. Mauricio Magdaleno, zacatecano enorme que hoy merece el homenaje de su pueblo en su ya próximo centenario.
Hoy que la política parece trivial y vana, alejada de la grandiosidad del alma, es bueno recordar a un hombre grande. Que nos animen estos párrafos de uno de sus gloriosos discursos como Senador de la República, para que pensemos más en Zacatecas, en nuestro origen y en el destino que debe estarnos reservado: “Se nace por obra del amor, que es el frutecer más dulce de la carne, pese a lo involuntario de su presencia en el mundo; pero se vive por obra de las obras que toca a cada quien inventar y cumplir, inventando y cumpliendo por ellas, en función de ellas, el intransferible destino que somos – y no hay obra chica si la anima el aleteo de lo bueno y hermoso. Por la conducta se es grande en grado extremo, trascendentalmente grande, y no hay jerarquía de sabio o de artífice que por esta sola condición la iguale. El puro milagro de la gracia, como el puro milagro de la ciencia, jamás alcanzarán la cúspide del apóstol y el mártir si carecen de dignidad y ultrajan sus excelencias poniéndose al servicio de la iniquidad. No basta, ni mucho menos, para ser cumbre, cantar magníficamente a las cumbres: hay que ser cumbre”. Gracias a Mauricio Magdaleno por elevarnos a estas alturas y por permitirnos compartir los laureles de nuestro paisanaje. Zacatecas sigue en deuda con él.