El apoyo al campo: indispensable para combatir la pobreza y el hambre

gerardo romo fonsecaLUIS GERARDO ROMO FONSECA

Del año 2006 a la fecha, el costo de los comestibles en todo el mundo ha aumentado de manera preocupante hasta llegar a un 60%, con lo cual estamos comprometiendo seriamente el panorama alimentario a futuro. En este sentido, Luis Gómez Oliver, académico de la Facultad de Economía (FE) de la UNAM, advierte que los aumentos en los costos de producción y transporte, así como las dificultades financieras y económicas; pero sobre todo, el abasto de energéticos pueden provocar que continúe la volatilidad de los precios de los alimentos a escala mundial. Situación que de no modificarse, traerá como consecuencia un incremento de la población que padece hambre, que de por sí abarca ya a 925 millones de personas en el mundo.

Entre otros factores, la crisis alimentaria global tiene su origen en la falta de inversión en el sector agrícola y la marginación rural, en las pérdidas de cosechas por fenómenos climáticos, en las restricciones a las exportaciones y en el incremento en el consumo de alimentos de origen animal en los países con economías emergentes, como Brasil, India y China. A ello hay que agregar la crisis económica por la que atraviesan Estados Unidos y Europa, los efectos del cambio climático que en los últimos años han provocado sequías como la que azotó al vecino país del norte y que causó grandes desajustes en los mercados de granos, como el trigo, el maíz y la soya, entre otros productos agropecuarios.

Desgraciadamente, entre los años 2006 y 2011, los países que registraron un déficit en la producción de alimentos pagaron un 35% más de lo que desenvolsaban antes de la crisis alimentaria mundial del año 2008, siendo que los países en desarrollo -como el nuestro-, dedican en promedio entre el 30 y 40% de su ingreso a la compra de alimentos.

Esta serie de factores adversos han propiciado que los precios de los productos alimenticios sigan aumentando, colocando a México en una de las peores catástrofes agroalimentarias de los últimos 80 años. Cabe recordar que en el 2011 se perdió cerca del 50% de la producción de alimentos básicos y actualmente existen poco más de 9 millones de menores de cinco años de edad en pobreza alimentaria.

Sumado a ello, en México alrededor de 30 millones de toneladas de alimentos perecederos se desperdician cada año en todo el proceso de la cadena alimentaria -desde el productor hasta el consumidor-, con las cuales se podría alimentar a prácticamente los 27.4 millones de mexicanas y mexicanos que tienen carencias alimentarias, según indica el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

Desde hace 30 años el gobierno mexicano ha cometido el error de excluir a la producción agrícola “en pequeño” de sus programas de fomento; aún persiste el estigma de que esta modalidad resulta económicamente inviable y, por tanto, esta percepción que sigue determinando el signo de las políticas de fomento al campo. En contraparte, tenemos que generar alternativas para solucionar el problema del hambre y lograr la soberanía alimentaria, empezando por abatir la desigualdad, producir más y mejor, al mismo tiempo de reducir el nivel de nuestras importaciones.

Efectivamente, ante la crisis que viven nuestros productores es urgente superar la condición de país importador (principalmente de productos transgénicos) y convertirnos en uno autosustentable en cuanto a producción agropecuaria. Una solución está en la promoción de prácticas Agroecológicas, aprovechando los avances tecnológicos y sin necesidad de insumos de trasnacionales que profundizan la dependencia alimentaria, contaminan el agua y el suelo, además de producir alimentos dañinos a la salud. No tenemos otra opción más que dejar atrás el modelo agropecuario tradicional y ampliar los esquemas de apoyo gubernamental hacia nuestro campo para contener la especulación y el “coyotaje”.

En otro plano, a nivel legislativo, es urgente acelerar la reglamentación del artículo 4°constitucional para establecer el derecho a la alimentación nutritiva, suficiente y de calidad. Al mismo tiempo de  dictaminar y promulgar la Ley de Planeación para la Soberanía y Seguridad Alimentaria, aprobada ya por unanimidad en la Cámara de Diputados.

Por último, no podemos pasar por alto que hoy en día  el campo mexicano está en manos de las mujeres. Frente los procesos de migración de los varones, las mujeres campesinas juegan un rol fundamental para la alimentación, la producción agrícola y la generación de ingresos, consolidándose un proceso de “feminización” en nuestro medio rural: de los 24 millones de mexicanos que habitan en el campo, poco más de la mitad son mujeres. No obstante, para el año 2020 se estima que serán 800 mil más que los hombres. Razón por la cual, urge establecer políticas que generen más y mejores empleos para las mujeres campesinas y programas de atención integral que tengan como meta alcanzar la igualdad de oportunidades y la inclusión social.

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