El cine zacatecano
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
Los zacatecanos crecimos con los ritos del cine: primero en el Teatro Calderón -fundamentalmente con películas en inglés- y luego con el Cine Ilusión –baluarte de la filmografía mexicana y recetándonos los programas de 3X1 los miércoles, que volvían el día un verdadero encanto-. Con la apertura del fastuoso Cine Rex, llegó Hollywood con todo su esplendor: el sonido estereofónico y el gran colorido en las facciones de los actores, que más bien parecían muchachas salidas del cabaret de María la Bandida.
El Western fue un periodo obligado para los cinéfilos de la localidad; Gary Cooper, Stewart Granger, Rod Cameron, John Wayne, Henry Fonda y todas las heroínas que les acompañaban. La configuración, muy parecida en todas las cintas: un pueblo del Oeste con la fiebre del oro de la vieja California. Casas de madera, piso de tierra que generalmente se convertía en lodo, bellas damas ataviadas como muñecas con gorro y vestido largo, y desde luego el “Saloon”: una gran barra, los tarros de cerveza, el cantinero clásico de edad madura y sin pelo, el gerente del lugar, las bailarinas de un cancán ras cuache, agringado, la ruleta, la estufa que calentaba el lugar -como las que aún venden en la ferretería El Ferrocarril que hoy se quiere convertir en un horrible Mc Donald´s que ofendería por lo menos a once generaciones, y muchos tendríamos que cambiar de lugar donde vivir-. La balacera de los malos a caballo disparando a todos los ciudadanos, y de repente aparecía el alguacil metiendo orden y desarmando a los forasteros.
Hoy, las balaceras se dan igual: están ausentes los caballos, los malos se han hecho vigentes otra vez. A quien no encontramos es al alguacil Nahle que nos defienda. Nuestros sueños de niños se han convertido en realidad, por aquellas balaceras que se sucedían de manera infinita y donde nadie moría. Ahora hay balaceras también, sólo que en estas mueren hermanos y nuestro sueño es una pesadilla sin fin previsible.
Bellas épocas para la ingenuidad popular. Cuando aparecía el sheriff en las películas gringas, el respetable público aplaudía –excepción hecha de los que iban con su novia-. En las cintas mexicanas, cuando salían a cuadro Fernando Casanova, Tony Aguilar, Luís Aguilar, Armando Silvestre y el Santo Enmascarado de Plata contra Capulina, el aplauso tampoco se hacia esperar.
Con ese cine se fue también una época que los zacatecanos recordamos con nostalgia: las grandes filas para comprar el boleto y la ropa recién planchada, pues ir al cine era como una fiesta. Al salir de la penumbra, se volvía a hacer la luz que nuestras retinas percibían violentamente.
Zacatecas también tuvo sus personajes cinematográficos. Uno de ellos fue el famoso Rufis Taylor, pero él será motivo de otro artículo. Habría que dedicar un tiempo a hablar del Panzón Soto por ejemplo.
Fuimos escenario de grandes películas como “Gringo Viejo”, con una Jane Fonda en plena madurez, pero que aún desnuda su cuerpo con pulcritud y belleza ante un público que la respeta con profundidad. Para esta dama el tiempo no ha pasado fácilmente, a pesar de la diabetes que sufre hace muchos años. Su pareja, ese Gringo Viejo, un Gregory Peck también al final de sus días. Hermoso el Mercado, bello también el Teatro Calderón y desde luego la casa que construyera don Leobardo Reynoso y que los primitivos gobernadores que le sucedieron, convirtieran en “Casa del Pueblo” demagógicamente. Los escenarios también fueron perfectos para esta casa pequeña, de un gran jardín pero de sólo 4 recámaras. La distinción y el buen gusto del gobernador para construirla, quedaron de manifiesto allí: es comparable con una mansión europea o de Louisiana, con el “plus” de la cantera zacatecana, en lugar del mármol que se emplea para construir en otras zonas.
Sólo se vive una vez, dice la canción, pero el cine nos hace vivir y revivir momentos mágicos siempre que nos damos el gusto de abrir la pantalla –chica o grande- para evocar tiempos hermosos, a veces idos para siempre.