Breves Recetas de Economía. Una reflexión personal sobre los incentivos

JAVIER LARA CABALLERO

La economía y la vida personal se entrelazan cuando hablamos de incentivos. Cada acción que llevamos a cabo responde a un incentivo, el cual puede ser positivo o negativo.

Pongamos ejemplos. ¿Por qué pagamos impuestos? porque de no hacerlo, podemos ir a la cárcel, entonces ahí nos mueve el incentivo de cumplir para no vernos en problemas. Por otra parte, ¿Por qué decidimos comprarnos algo que nos gusta? Pues evidentemente porque al hacerlo sentimos placer y pensamos que vamos a disfrutar de ello. Eso es un incentivo positivo.

Muchos de los cuestionamientos de los actuales economistas son acerca del porque el gobierno no inicia un procedimiento de transformación de incentivos, convirtiendo los negativos, aquellos que amenazan, que muerden, en incentivos positivos, lo que nos ayudaría a elevar los niveles de recaudación.

Un ejemplo de ello es el pago del impuesto predial, ¿por qué no ofrecer un paquete de incentivos a quien sí cumple en lugar de castigos a quien no lo haga?

Y cuando ofrece incentivos, lo hace mal, ya que, en lugar de premiar a lo cumplidos, ofrece descuentos, quitas, y cancelación de intereses a quien no lo hace, generando molestias en los bien portados, los que al darse cuenta, se cuestionan si vale la pena cumplir o es mejor pasarse del lado de los incumplidos, ya que saben que en algún momento habrá un programa de regularización que los beneficie.

Les voy a contar un ejemplo personal acerca de los incentivos. Hace unos meses, mi padre se encontraba en un estado de salud deplorable, debido a que requería realizarse unos procedimientos denominados hemodiálisis, a los cuales, por diferentes prejuicios, se negaba a realizarse.

Mi madre y mis hermanas no encontraban la forma de convencerlo de que ello representaba la única opción posible de sobrevivir unos años más. Intentaron a través del convencimiento, el chantaje sentimental, la súplica de los nietos, y nada parecía dar resultado.

En síntesis, ninguno de esos incentivos estaba dando resultado, así que me llamaron para intentar convencerle y, de inmediato, se me vino a la mente el tema de los incentivos y pensé que tenía que ofrecerle un incentivo que no pudiese rechazar.

Lo primero que hice fue moverlo del lugar en donde se atendía porque ahí era obvio que no se sentía cómodo, después recurrimos a otro personal médico que le explicara desde otra óptica -lejos de la frialdad del IMSS- lo que significaba el procedimiento, lo cual comenzó a cambiar su opinión. Incentivos diferentes, generan reacciones diferentes.

Finalmente, saqué el as bajo la manga. Sabedor de lo fanático del automovilismo que es le dije: Papá, compré tu boleto para que vayamos a la mejor zona de la Fórmula 1 y tienes cuatro meses para estar en condiciones de acompañarme, así que depende de ti. La verdad es que no tenía ningún boleto, pero de convencerlo, eso sería lo menos difícil de conseguir.

La estrategia de incentivos positivos funcionó. Mi padre se ha venido sometiendo a su tratamiento de manera rigurosa y, desde entonces, su salud ha mejorado sustancialmente.

Escribo después de asistir al Autódromo «Hermanos Rodríguez» y ver a mi padre sonreír.

No me queda más que refirmar que los incentivos son el arma más poderosa con la que cuenta cualquier gobierno o cualquier particular para modificar las cosas. No todo es garrote o, como diríamos en México, todo es mucho más fácil con miel que con hiel.