No lograron la foto de un movimiento feminista incendiario

LUCÍA LAGUNES HUERTA

Las acciones que enmarcan las manifestaciones del pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, muestra la madurez de un movimiento político como lo es el feminismo.

Pese a las descalificaciones y afirmaciones gubernamentales de supuestos grupos preparados para generar una violencia de dimensiones extremas en la Ciudad de México, el movimiento evidenció la madurez de su organización, que, construyó una movilización masiva con exigencias claras, música, danza, inclusiva como es el feminismo, que pintó de violeta las ciudades de este país.

Si lo que se quería era la foto de un feminismo incendiario, no lo lograron; si lo que buscaban era desalentar la presencia de las manifestantes también fracasaron.

Lo que sí consiguieron es sembrar la duda de las intenciones gubernamentales de los anuncios de advertencia y alejarse más del movimiento.

La violencia estuvo del lado de los gobiernos estatales. Gobiernos que siguen apostando a la represión de las movilizaciones feministas como en el estado de México donde las encapsularon, en Tlaxcala y Morelos donde las rociaron de gas o en Morelia donde además de gas se usaron balas de pintura con daños tremendos y donde además la Fiscalía General de la República inició carpetas de investigación por las pintas en el palacio de Gobierno. Sobre esto no hubo rechazo de las autoridades federales.

Todos estos actos represivos de gobierno estatales nos revelan los desniveles de democracia en nuestro país.

Por otro lado, lo ocurrido en la ceremonia oficial del 8 de marzo en Palacio Nacional, deja al descubierto cómo se han construido dos mundos a lo largo de estos años.

Dos mundos que corren de manera paralela.

Por un lado, la indignación organizada que se manifiesta en las calles por las mujeres, jóvenes principalmente, que están hartas de tener que defenderse de la muerte y de la violencia que les coarta todo el tiempo su libertades y autonomía, y otro mundo que se construye entre las paredes del palacio, un soliloquio gubernamental que se cuenta a sí mismo que lo que hace para las mujeres está muy bien.

Y esta separación a quien más perjudica es a las mujeres y sus derechos.

Mientras miles de ellas salen a las calles a interpelar a los gobiernos por sus pésimas políticas para garantizar una vida libre de violencia para las mujeres y niñas que les permita disfrutar de la igualdad plena, el gobierno federal a puertas cerradas y con una comitiva selecta de funcionarias públicas, se desborda de elogios hacia el jefe de la nación.

Hay que señalar que ninguna de las mujeres que fueron nombradas en la Ceremonia Oficial del Día internacional estuvieron presentes, ni las indígenas, ni las madres, ni las trabajadoras, mucho menos las jóvenes, ellas estaban en las calles movilizándose en la defensa de sus derechos, porque no hay un solo gobierno en todo el país que coloque a las mujeres y sus derechos en el centro de su política.

Y esto responde a una visión que concibe a las mujeres como objeto de tutela y no como sujetas de derechos, por ello el discurso oficial habla de apoyos, porque se está convencido que por sí mismas no pueden salir adelante, por lo que deben ser tratadas con asistencia.

Por ello no dialogan con el movimiento feminista, porque no lo ven como movimiento político con el cual hay que pactar, porque las mujeres organizadas aún no logran ser asimiladas como ciudadanas plenas.

Intentaron generar miedo o buscaron mostrar un feminismo dispuesto a quemarlo todo y no lograron la foto.

El feminismo actuó con un alto nivel de organización, donde miles de mujeres marcharon con sus propios esquemas de seguridad y tiraron la justificación de un despliegue policial exagerado.

Por más que les digan a las jóvenes “no están solas”, “que el gobierno está de su lado”, lo cierto es que las juventudes que marcharon el martes tienen claro que no es así, porque no lo viven así, porque en el sistema de justicia encuentran juicios que las culpabilizan de la agresión, porque las autoridades escolares no les creen y justifican a los agresores, porque las policías en muchas ciudades son las agresoras y porque por más que les repitan que trabajan todos los días para  garantizar una vida libre de violencia ellas siguen con miedo.

Y porque las autoridades que dicen acompañarlas no las escuchan realmente porque han colocado vallas infranqueables, autoconvencidas que lo están haciendo está bien, sin dejar la oportunidad a dudar que probablemente algo no está bien y por ello salen miles a las calles a manifestarse y esa es la razón y no otra.

Las jóvenes no creen en las instituciones, revela una investigación que pronto saldrá a la Luz y una de las razones es porque les han fallado, porque la impunidad sigue caminando tan fresca por las calles, porque la violencia sigue pegada a sus vidas por más que ellas buscan alejarse y porque lo ganado en términos de libertades e igualdad está en riesgo cotidianamente.

Dejar la política de autocomplacencia, para realmente escuchar a las mujeres sería un acto de democracia profunda y de la constatación de un verdadero cambio en nuestro país en materia de la política para la igualdad de las mujeres.