Resiliencia feminista ante la violencia

LUCÍA LAGUNES HUERTA

Este Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres y Niñas, quiero hablar de lo que hemos construido, de la capacidad resiliente que nos da el feminismo a las mujeres para salir de la violencia y construir los caminos que impidan que otras mujeres pasen por el mismo.

Porque erradicar la violencia contra las mujeres y las niñas es una de las agendas medulares del movimiento feminista. Hacerla visible y nombrar lo que ocurre en los espacios públicos y privados tiene una larga historia que se escribe en primera persona.

Las feministas construimos la agenda de la violencia contra las mujeres, hablando de lo que nos ocurre, a través de los grupos de mujeres que creamos para reflexionar sobre nuestra condición de género y tomar conciencia de nuestra opresión, para darle nombre a lo que no se nombraba, porque el ocultamiento y el silencio son las complicidades de la permanencia.

Hablar de las violencias que vivíamos/vivimos, describirlas, darles nombre y estudiarlas, nos sirvió para sanar, para saber que nada de lo que nos ocurre era nuestra culpa, que hay un sistema que construyó un instrumento para dominar a las mujeres y, que ese, es la violencia.

Por medio de este proceso, nos transformamos de víctimas en sobrevivientes de la violencia patriarcal.

Así surgieron los primeros grupos feministas para defender a las mujeres de sus agresores, las reflexiones llevaron a construir instrumentos de difusión que hicieran pedagogía en medida que construíamos recursos para eliminar la violencia de nuestras vidas.

Videos que en la décadas de los 80 circularon de mano en mano, para explicar qué teníamos que hacer en caso de violación para preservar las pruebas de la agresión y allanar el camino de la impunidad a nuestros agresores, ante un sistema de justicia que se burlaba de nosotras.

En esa misma década aprendimos las técnicas para defendernos de posibles ataques, la importancia de llevar las llaves en las manos para golpear a tu agresor en los oídos y desestabilizarlo, para correr en busca de ayuda.

Hoy muchos grupos de mujeres se entrenan en defensa personal, ante la ausencia de la efectividad del Estado para proteger nuestros derechos.

Las primeras organizaciones que nacieron para erradicar la violencia misógina se dieron a la tarea de documentarla y así tener los primeros datos de la violencia contra las mujeres. Por ejemplo, el Centro de Apoyo para Mujeres Violadas, A.C. (CAMVAC, ya desaparecido)  en 1987 aseguró que en nuestro país ocurría una violación cada 9 minutos y dio a conocer los primeros datos a partir de los registro que ella llevaba.

Después vino el Colectivo de lucha contra la violencia hacia las mujeres (Covac) en los años 90 que acompañó jurídicamente a miles de mujeres y puso en evidencia las leyes misóginas que protegían al agresor y desprotegían a las víctimas.

Desde las organizaciones llegaron las propuestas de modificación y se construyeron nuevos marcos jurídicos que abarcaran todos los tipos de violencia que vivimos las mujeres a lo largo de nuestro ciclo de vida, hasta la maravillosa Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Construimos leyes, metodologías, documentamos el impacto de las violencias para nuestras vidas, nuestras familias y nuestros países, hasta llegar a las instituciones para que hicieran efectivas las leyes ganadas y erradicaran la violencia de la vida de todas las mujeres y niñas.

Y lo seguimos haciendo ante la infamia de la violencia, pues pese a todo el camino ganado para la igualdad de las mujeres, la violencia sigue siendo el gran pantano en el que ese avance se detiene.

Y seguimos documentando en primera persona la violencia y también la resiliencia que a través del feminismo construimos. Desde lo individual hacia lo colectivo, como lo hacen hoy las víctimas de ataques de ácido, las madres buscadoras, las madres que exigen la justicia para el feminicidio de sus hijas, y las víctimas directas.

Cómo hace 50 años las mujeres salimos del silencio para decir ni una más, para interpelar al Estado para que cumpla con su deber de proteger nuestras vidas, porque una vida sin violencia para las mujeres es una vida plena y queremos vivirla.