Los pendientes en materia de Derechos Humanos y la interseccionalidad

RAYMUNDO MORENO ROMERO

Los avances en cuanto al reconocimiento de derechos y la reivindicación de garantías en los marcos jurídicos tanto internacional, como nacional, obedecen en buena medida a la lucha cotidiana de un activismo combativo y resilente. Tanto el movimiento de mujeres, como los de pueblos originarios, migrantes, personas con discapacidad o de la diversidad sexual, hemos conquistado paulatinamente espacios que hace muy poco nos eran negados. Los logros son tan evidentes, como los enormes retos que prevalecen. Uno de esos pendientes radica en entender y asumir correctamente la interseccionalidad de los movimientos sociales.

La interseccionalidad ha ido cobrando relevancia y se ha convertido en uno de los conceptos primordiales tanto del feminismo, como del resto de los colectivos. El concepto se acuñó en 1989 por la académica estadounidense Kimberlé Williams Crenshaw, quien lo definió como “el elemento por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio con base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”. Como ejemplo, la experiencia de vida y el acceso a oportunidades de dos mujeres de tez morena no necesariamente es idéntica por el hecho de compartir el mismo color de piel. Probablemente habría pocas similitudes si en un caso se trata de una residente de un área urbana, de clase media y sin discapacidades, y en el otro de una habitante del semidesierto zacatecano, discapacitada y ubicada en los deciles de menor ingreso. La interseccionalidad pone de manifiesto como las distintas categorizaciones sociales generan contextos de opresión o de privilegios que se entrelazan.

En otras palabras, la interseccionalidad permite apreciar aquello que a primera vista obviamos y muestra en toda su crudeza como si alguna persona se ve inmersa dentro de varias identidades históricamente oprimidas, estas provocan desigualdades múltiples que a su vez agravan su realidad y dificultan su movilidad social.

El separatismo de los movimientos sociales es el mayor aliado de la discriminación. Es menester asegurarnos de que en nuestros espacios de acción se incluyan todas las experiencias de vida, todos los feminismos, todas las orientaciones sexuales y todas las vulnerabilidades estructurales, lo anterior en favor de una interseccionalidad que promueva la diversidad, respete los elementos de cada movimiento social y asuma la importancia de construir una agenda y retórica común.

Los retos legislativos y en materia de políticas públicas siguen siendo muchos y constantemente encuentran resistencias. La mejor manera de avanzar con mayor contundencia en la agenda común de los Derechos Humanos es reconociéndonos como partes integrales de un solo gran movimiento que busca la igualdad y planta cara a los prejuicios y las actitudes misóginas, racistas, xenófobas, homofóbicas y clasistas, es decir, un solo movimiento interseccional. No hacerlo así, se traduce en ralentizar las legítimas conquistas que anhelamos y caer en las mismas prácticas excluyentes que todas y todos decimos combatir.