La necesaria politización y despartidización feminista

ARGENTINA CASANOVA

Para construir una agenda feminista es necesario una postura autocrítica de las feministas que militan en partidos políticos para reconocer que hasta ahora no hay ningún gobierno ni plataforma política que se sostenga en una epistemología y práctica política feminista, y a las feministas sin militancias ofrece el reto de construir esa propuesta para hacer una propuesta congruente con los feminismos éticos.

No se trata de hacernos un “feministómetro político”, sino de plasmar con claridad los innegociables feministas como son los derechos de las mujeres, su práctica y el ejercicio pleno de la ciudadanía de las mujeres como el acceso a la educación, el derecho a decidir, el rechazo a todas las formas de explotación del cuerpo y el cambio de paradigma del modelo económico y social a un modelo de bienestar colectivo para hacer posible una sociedad en la que estemos en posibilidad y oportunidad de aportar en igualdad de condiciones y desde la perspectiva feminista.

Si revisamos lo que Catarine Mackinnon plasma en su libro “Hacia una Teoría Feminista”, el feminismo al igual que el marxismo, tienen caminos paralelos e importantes coincidencias, incluyendo que el riesgo ante la oportunidad de hoy para el marximo frente al capitalismo frente a la debacle de este último, y en el feminismo frente al patriarcado de que se diluyan las fuerzas y las causas por posturas particulares o afinidades partidistas de feministas con militancias.

Habrá que inventarnos la manera de entender el feminismo sin el sesgo de las militancias partidistas y movidos por los intereses personales que se contraponen con otras mujeres y apostar por construir agendas plurales que reflejen los intereses de todas desde sus intersecciones, habrá que empezar a construir agenda feminista bajo la posibilidad de construir una filosofía basada en la política de los comunes reconociendo que sí, el gran daño al mundo se lo ha hecho un sistema económico neoliberal y capitalista.

Para avanzar en ese sentido, debemos partir de que todas las instituciones están “permeadas” por un sesgo patriarcal, fueron concebidas dentro de un modelo y sistema político que excluye a las mujeres, entonces esperar que el gobierno o los partidos políticos actuales sean afines a los intereses de las mujeres es idealista, el feminismo es la única postura afín a los Derechos Humanos de las mujeres, es el feminismo el que concibió la idea de que las mujeres son personas y que tienen derechos.

Basta recordar que la democracia es una institución patriarcal, emanada de un sistema social patriarcal en la que las mujeres estábamos lejos de poder participar en esos procesos en condiciones de igualdad porque surge de un modelo en el que se piensa en “ciudadanos” ejerciendo un poder de decisión para elegir su futuro y su presente, pero las mujeres pertenecemos a un grupo de personas que estamos construyendo ciudadanía, apropiándonos del espacio público, saliendo en muchos casos de las condiciones de vulnerabilidad por desigualdad histórica como es en el caso de las mujeres indígenas, mujeres con discapacidad, mujeres obreras invisibilizadas, mujeres de la periferia fuera de la centralidad discursiva que elige a las que en complacencia de los sistemas patriarcales se ajustan para ser “mujeres visibles”.

Es en ese sentido que el feminismo apuesta desde las periferias a considerar que hay otras formas de organización, otras formas de participación política no constreñida a los partidos y las instituciones, pero que necesitamos hacer visibles para que se sepa que existen y que es desde la organización y la participación social como podemos ir construyendo nuevas instituciones y nuevos formas de hacer co-gobierno.

Frente a las militancias feministas en algunos partidos, a quienes nos pronunciamos por la despartidización urgente, nos queda reconocer que las feministas pueden hallar simpatías en personas y en consecuencia en partidos, pero al revisar las plataformas políticas de estos partidos encontramos instituciones patriarcales que no han sido permeadas por los intereses de las mujeres, y que no colocan en el centro de las discusiones a las mujeres.

Tener epistemologías feministas, así como una ética feminista, nos ayudan a reflexionar sobre cómo podemos ir abonando a esa propuesta que para nada es ni se parece a lo que hoy tenemos.

Quizá nos toque preguntarnos cómo lo están haciendo los países cuyas presidentas o ministras se enuncian feministas, cómo se piensa en una praxis política para las mujeres no desde sesgos patriarcales. Al final, construir un discurso que no esté permeado por los contextos es difícil, pensar en el bienestar para todas supone pensarnos mujeres nacidas en la opresión y sin voz, aprendiendo a hilvanar nuestras propias voces.