La intangible justicia para las víctimas

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

Hoy cuando los poderes legislativos de buena parte del país están integrados por mayorías de mujeres, gracias a la paridad, se han enmendado algunas de las planas pendientes en materia de reglamentación desde una perspectiva de género, sin embargo, siguen en falta las instituciones responsables de ejecutar esas leyes, con una consecuencia letal: La violencia contra las mujeres no da tregua.

En contraparte, resulta interesante cómo las víctimas indirectas de la violencia de género contra las mujeres, es decir, las familias, en específico madres o hermanas, se organizan y, lamentablemente, suman más y más cada día. Ellas, acompañadas o no por organizaciones civiles y defensoras de derechos humanos, toman la calle ante la provocación indigna de la falta de justicia, ante esa condición que asumen las instituciones como las fiscalías o procuradurías de sentirse ajenas al dolor de las familias, o que con sus actos se muestran incompetentes para la tarea que tienen.

Así se han gestado muchos movimientos feministas, ahora, gracias a las “benditas redes sociales” en el ámbito mundial en cosa de horas o quizá días, que hacen posibles movimientos como el #MeToo y #UnVioladorEnTuCamino que reflejan la fuerza de las mujeres, pero, sobre todo, sirven para mostrar que seguimos totalmente indignadas frente a la ominosa actitud de buena parte de la sociedad y por supuesto de los gobiernos de todos los niveles, responsables de “una vida sin violencia para las mujeres”.

Cierto que son apenas un reflejo y se necesita mucho más para terminar con la violencia contra las mujeres. La manifestación de las mujeres es para muchos, principalmente hombres, un verdadero dolor de cabeza, porque pareciera que somos las mujeres quienes nos volvemos contra la ley, al tomar la calle, pintar los monumentos o encarar de frente y sin temor alguno a quienes deberían generar respuestas claras, eficientes y oportunas para prevenir, sancionar y erradicar esa violencia que no se entiende.

Es apenas un reflejo de una rabia que se contiene muchas veces, de tantas ocasiones de tocar las puertas que no se abren y en cambio se cierran aún más, en esas instituciones que han sido llamadas “omisas” y “negligentes”, y que de tanto escucharlo ya no les parece ofensivo, porque tienen a considerar que somos las mujeres las que estamos equivocadas en nuestras percepciones, por no conocer la ley, por ignorantes.

Y así todos los días, las instituciones y sus representantes, hombres y mujeres, se ponen al frente, dando la cara, pero en ese sentido estricto sino como en contraparte, no están por delante, sino en confrontación, con sus caras lavadas y pintadas, sus trajes y vestidos de marca, y esa sabiduría que les da la burocracia, para repetir de manera indolente, desde sus pedestales, las bondades de sus acciones, de sus programas, sus alcances…pero nada de eso alcanza porque en el fondo prevalece la falta de justicia. Y es que la justicia tiene muchos rostros, muchas formas, muchas características y perfiles, muchas formas de ser. En México no la conocemos ni pronta, ni oportuna, ni suficiente…

Y ahí están los medios y las redes sociales donde cada día se publican esas violencias, de todo tipo, y todas duelen, parecen historias judiciales repetidas, expedientes similares de suicidio que son feminicidios y años de espera de la intangible justicia, porque, aunque algunas la alcanzan después se enfrentan a feminicidas confesos en libertad por malos procesos, por pésimas investigaciones, incluso siguen vociferando vergonzosamente que se trata de crímenes pasionales, protección a victimarios por razones de poder político o económico, o a investigaciones todavía sin la perspectiva de género, sin la mínima humanidad.

Desaparición de mujeres, niñas y niños, feminicidios y violencia en general contra las mujeres son reportadas en estos medios cada día, sabemos que no todos llegan a estos espacios, pero son suficientes para darnos cuentas de la gravedad del problema, uno del que desafortunadamente se siguen haciendo promesas de atención, modificaciones de leyes y declaraciones al por mayor, que se quedan lejos de ser lo que las víctimas indirectas siguen esperando:

Leslie Wilson, ocho años sin justicia; Fátima Quintana más de cuatro años sin justicia; Ivonne Jiménez seis años sin justicia; Bertha Alvarado 42 años sin justicia; Jesica Sevilla dos años sin justicia; María de Jesús Jaimes Zamudio casi cuatro años sin justicia; Gloria Sintia Saldaña González tres años sin justicia; Araceli Vázquez Barranco seis años sin justicia; Verónica Guadalupe Benítez Vega más de dos años sin justicia; Leslye Leticia Hernández Moreno casi un año sin justicia; Olga Nayeli cinco años sin justicia; Gabriela Villarruel cuatro años sin justicia; Alondra Guadalupe González Arias casi tres años sin justicia; María del Sol Cruz Jarquín año y medio sin justicia; Mayra Abigail Guerrero Mondragón tres años sin justicia; Evangelina Alcalá Valero, tres años sin justicia …

Y cuando “la justicia” llega no es completa, como sucedió con Eugenia Machuca Campos, asesinada en octubre de 2017, cuyo victimario fue favorecido al reclasificar de feminicidio a homicidio, lo que permitió que alcanzara 43 años de prisión, porque de acuerdo con la autoridad “podría rehacer su vida”. O la interminable justicia como el de Olga Nayeli, asesinada en 2014, por su pareja un médico, que está confeso, pero no sentenciado, como sucede con otros muchos casos.

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