Acuse de recibo

AQUILES CÓRDOVA MORÁN

El doctor Julio Huato, algunos de cuyos artículos me he permitido comentar en este espacio, me hizo llegar la siguiente observación sobre mi colaboración de la semana pasada: el “Crack del 29” no provocó una inflación acelerada en la economía norteamericana (como escribí yo), sino exactamente lo contrario, una deflación, esto es, una caída de los precios de las mercancías. La razón, dice el doctor Huato, es que en aquellos años el dólar (como la mayoría de las monedas fuertes, digo yo) se hallaba atado al patrón oro. Acepto gustoso la corrección y me apresuro a hacerla del conocimiento de mis lectores (alguno he de tener), como es mi deber elemental. Agradezco, además, al doctor Huato, la discreción con que me hizo llegar su observación, temeroso quizá de que, de hacerla abierta y pública, yo hubiera reaccionado negativamente.

Siempre será digno de reconocimiento un gesto como éste; pero considero también mi deber aclarar, al doctor Huato y a mis lectores, que nunca he considerado deshonroso aceptar mis yerros y enmendarlos; aprender de los demás, de todo aquel que tenga algo que enseñarme. No creo que sea un legítimo timbre de orgullo para nadie aferrarse a sus opiniones; sostenerlas tercamente como verdades inconmovibles solo porque son suyas, o, peor aún, porque así convenga a sus intereses. La gente así, se cierra ella misma el camino para su propia educación y superación constante; se niega a cambiar positivamente para mejor servir a su entorno familiar y social. Por eso, aunque el doctor Huato hubiera hecho pública su crítica, igual la agradecería, la haría mía y la compartiría con mis compañeros. Puede estar seguro de eso.

Cumplido este deber, aprovecho la ocasión para precisar algunas ideas de mi artículo anterior. La primera es que creo que las causas y motivos que, según yo, obligaron a la administración Roosevelt a poner en práctica el New Deal, siguen siendo válidas aún después de la corrección del doctor Huato. El desempleo y la pobreza de las grandes masas de trabajadores, y el peligro cierto de una rápida propagación de las ideas de los bolcheviques, siguen estando presentes en un escenario que contemple una deflación y no una inflación, como escribí yo. Lo creo así porque la caída de los precios, sobre todo si es muy severa (por debajo de los costos de producción) golpea, tanto o más que la inflación, a la inversión productiva. El resultado final es prácticamente el mismo: ralentización, freno o recesión de la economía, cierre de empresas, despidos masivos y mayor desempleo y pobreza para los trabajadores.

Mi interés de insistir en el carácter obligado y defensivo del New Deal (obligado por la coyuntura nacional y mundial; defensivo del capital ante la crisis económica y frente a la propaganda socialista) porque, en nuestro país y en estos tiempos, se ha echado a rodar una lectura infantil de la historia norteamericana y mundial que nos quiere vender la idea de que el New Deal fue fruto exclusivo del humanismo del presidente Roosevelt, de su estatura de gran estadista defensor de la democracia, la libertad y la justicia social a través del New Deal. Resulta claro que, al plantear las cosas así, se descontextualizan totalmente la política y la personalidad de Roosevelt; se las arranca y aísla arbitrariamente de los factores reales (económicos, sociales y geopolíticos) que la determinaron y la volvieron necesaria; se la independiza del tiempo y del espacio y se la coloca por encima de ambos. Es decir, se la eterniza y vuelve válida en toda época y en todo lugar; susceptible por tanto de aplicarse con éxito, o al menos de ser imitada, en el México de hoy. Solo hace falta la voluntad y la visión de un “gran estadista” como el presidente Roosevelt.

La segunda idea que quiero precisar es el carácter “cosmopolita” del neoliberalismo, es decir, su necesaria oposición al Estado nacional y al nacionalismo que le es inherente, para poder construir un mercado mundial único, sin aranceles, sin leyes restrictivas, sin fronteras y sin obstáculos de ningún tipo a la libre circulación de mercancías, capitales y materias primas seguras y baratas.

En mi artículo anterior dije que, para revertir el proceso de una tasa de ganancia cada vez más pequeña y decreciente, el neoliberalismo, que ve en las conquistas laborales la causa fundamental de este problema, exigió en su momento la cancelación del New Deal. Hoy exige una política “global” que le garantice ganancias y acumulación crecientes, mediante una absoluta “flexibilidad laboral”, salarios bajos y cero prestaciones (o totalmente raquíticas) que mejoren indirectamente el salario. Desde luego que siguen exigiendo la eliminación de todo lo que huela a New Deal y, en particular, la eliminación de leyes laborales que otorguen a los trabajadores el derecho a la libre organización y a la lucha por mejorar sus condiciones de vida. La situación ideal para los neoliberales es un nuevo “pacto social” en el que todas las ventajas y todo el provecho sean para ellos, y todos los trabajos, deberes y restricciones sean para las clases laboriosas. El Obrero tendría que ajustarse estrictamente a su salario, mientras que el Estado, a diferencia del New Deal, solo tendría la función de garantizar la paz y el orden, pero ninguna para mejorar los niveles de vida de la población.

La existencia de diversos Estados nacionales, con distintos tipos de gobierno, con leyes laborales y políticas sociales propias, se antojan a los neoliberales como una “cárcel”, como una asfixiante muralla que cerca y limita sus aspiraciones de mayores ganancias y más acelerada acumulación de riqueza. Y lo peor es que defienden, en alguna medida, el bienestar de los trabajadores y del pueblo en general. Para eludirlos por lo pronto, se lanzan a firmar pactos comerciales, de preferencia multilaterales, en cuyas cláusulas se anulen, abierta o disimuladamente, los poderes de los Gobiernos nacionales sobre sus capitales y sus empresas, y que dejen la resolución de cualquier diferendo o conflicto que surja con ellos, en manos de instancias internacionales ad hoc, es decir, controladas por ellos. Esos pactos son presentados a los países pobres como un gesto de ayuda fraterna y desinteresada para sacarlos del atolladero. Pura y simple simulación.

La “globalización” hoy, ya ha logrado que las economías y la opinión pública de los países subdesarrollados acepten como única salida la inversión extranjera creciente (productiva y especulativa) y, como consecuencia obligada, la total sumisión a los gobiernos de las metrópolis y a los organismos internacionales que poco a poco se han venido creando y multiplicando. Por eso hoy, conceptos como soberanía nacional, autonomía, independencia, igualdad jurídica de los Estados, solución pacífica de las controversias, etc., son poco más que papel remojado, cuando no objeto de ataques y burlas de la avanzada “intelectual” del neoliberalismo.

El capital extranjero asentado en los países pobres, como son todos los de América Latina, es, al interior de esos países, la punta de lanza de los intereses neoliberales. Es él el que encabeza la exigencia de concesiones y privilegios abusivos, tales como exenciones fiscales; leyes laxas sobre ecología y medio ambiente; infraestructura moderna y eficiente; seguridad y paz social absolutas; energía barata y a las puertas de sus empresas, etc. Y todo eso financiado, naturalmente, con los impuestos arrancados al resto de la población. Como suma y síntesis de esta avanzada neoliberal, cada vez que tienen oportunidad de hacerlo, no se recatan de plantear una independencia total respecto de los poderes y leyes del Estado huésped de esos capitales; que todo quede, finalmente, en manos de tribunales o comisiones “internacionales”. Eso mientras maduran las condiciones para un Gobierno mundial controlado por ellos. Hoy gozan ya, por lo pronto, de una absoluta libertad de movimiento gracias a la cual, gracias a esa “ruptura de facto” de las fronteras nacionales, a la menor insinuación de una elevación de impuestos, así sea de lo más modesta, responden con “fuga” apresurada hacia nuevos destinos, dejando tras sí basura, devastación ecológica y desempleo masivo. En toda esta política, repito, los capitales extranjeros son la avanzada; los capitalistas locales no son los de la iniciativa, aunque muchos de ellos la aprueben y la apoyen calladamente.

A la vista de todo esto, resulta obvio que una verdadera cancelación del modelo neoliberal tiene que pasar, por fuerza, por una política fiscal progresiva; medidas de fondo para incentivar el ahorro y la inversión nacionales, y así disminuir la dependencia de los capitales foráneos; fortalecimiento del mercado interno mediante una ley laboral que permita y aliente la lucha independiente de los trabajadores por mejores salarios, prestaciones y empleos de calidad; una diversificación racional y equilibrada del comercio exterior, reduciendo la excesiva dependencia de un solo mercado externo; menor proclividad hacia los tratados comerciales, pues hay que recordar que casi siempre ocultan los intereses y los abusos de los poderosos, disfrazándolos de ayuda solidaria para sacar del subdesarrollo a los débiles. Y como trasfondo y base universal de todo esto, dar un impulso gigantesco, claro y enérgico al sistema educativo nacional, apoyándolo con todo el dinero que sea posible, para lograr la excelencia académica en todos sus grados y niveles y así garantizar la formación de verdaderos sabios, investigadores y descubridores que conquisten para el país la independencia científica y tecnológica. Sin eso, no habrá nunca libertad, democracia, independencia económica ni soberanía nacional. ¿Qué de todo esto está haciendo el gobierno de la 4ª T?

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